París: zapatos, chocolate y cultura

La capital francesa sigue teniendo liderazgo junto a Londres, Nueva York y Berlín. Hay que mantenerla en la agenda y descubrir los nuevos barrios, como la "gran ciudad" donde empezó "todo"

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Como para muchas otras personas de mi generación, París fue durante bastantes años mi ciudad favorita, la frontera que alcanzada delimitaba mi mundo del otro ignoto y carente de interés. París era la modernidad y la libertad, el Minitel, la razón hecha Estado y no el Estado impuesto como única razón. Con el tiempo, debo reconocerlo, otras ciudades la fueron sustituyendo en mi ideario: Londres, Nueva York especialmente… En parte por la infidelidad consustancial a los humanos, en parte porque tras el último auténtico alcalde de París, aunque fuera de hecho el presidente de la nación, François Mitterand, la capital francesa fue perdiendo el paso respecto a otras ciudades que le disputaban el viejo liderazgo.

Con el auge del capitalismo financiero, Londres por supuesto; también Berlín, renacida y vigorosa; las más modestas pero emergentes capitales escandinavas… Cuando, como ocurre en París, uno de tus periódicos en papel más importantes, Le Monde, a las seis de la tarde lleva la fecha del día siguiente, es señal de que el tiempo te ha dejado más arrugas de las que desearías.

Recuperar París

Sentía que me debía una estancia algo más prolongada de lo que habían sido mis últimos viajes allí y corregir si era el caso la pérdida de estima. Un fin de semana no caribeño, claro, pero casi. Vueling tiene una buena frecuencia de vuelos. Salí un jueves al mediodía y regresé a casa el domingo por la noche. La conclusión fue que hay que mantener París en la agenda, que si alguien la dio por muerta la reconocerá bien viva a poco que haga el esfuerzo de gastar poco más de una hora y media en desplazarse en avión y tenga ojos para ver algo más que las Tuilleries o el Louvre. Coja su billete, su disfraz de flâneur y dedique un par o tres de días a recuperar París. Yo lo he hecho y creo que vale la pena.

Descubrí, por ejemplo, el empuje puesto en las nuevas inversiones culturales. Me habían dicho y tenía asumido que París ya no era “la gran ciudad”, que Nueva York y Londres la habían superado como faros de la civilización occidental y aunque es obvio que la primacía cultural hoy es anglosajona, sería una completa bobada infravalorar la capacidad de los franceses para generar recursos a partir no sólo del gran patrimonio heredado.

Hay en París 1.900 monumentos protegidos por el Estado y más de 150 museos, pinacotecas e instituciones que llevan a cabo exposiciones con una cierta regularidad. Y, sin embargo, sus activos continúan creciendo sin parar. Entre los últimos y sin ánimo de ser exhaustivo tomen nota: el Museo del Quai de Branly, junto a la Torre Eiffel; la Ciudad de la Moda y el Diseño, en la ribera de Austerlitz; la Ciudad de la Arquitectura y el Patrimonio, en la plaza de Trocadero…

Cultura con mayúsculas

El Museo del Quai de Branly me pareció imprescindible. Dedicado a las artes de Asia, África, Oceanía y América, es una obra de Jean Nouvel y el legado de Jacques Chirac, un presidente al que muchos achacan una cierta responsabilidad en la decadencia parisina de la que hoy se quiere renacer. Entren en sus salas y déjense maravillar por los colores de las obras allí guardadas, arte primitivo y no tanto que haría palidecer mucho arte abstracto, a menudo sobrevalorado.

Definitivamente, París es cultura con mayúsculas y no quiere perder más trenes. Se observa en esos nuevos equipamientos culturales y en los que algunos remilgados negarían esa etiqueta como la pasarela Simone de Beavoir sobre el Sena y su iluminación en verde construyendo un nuevo foco de la noche parisina.

Es cultura también la asunción sin remilgos de su policentrismo, la gentrification que imita fenómenos similares en Nueva York o Londres y que sacan del marasmo zonas que parecían condenadas al ostracismo dentro de la ciudad de la Luz: los alrededores de la Biblioteca Nacional, el canal de Saint Martin… Paseen sin prisa, sumérjanse en los nuevos barrios y descubra un París menos jacobino que el que nos venden las guías.

Diseño en las pequeñas cosas

Si sus pies aguantan descubrirá esa voluntad innovadora y de protagonismo en esa otra vertiente cultural que es el diseño, donde París quiere ser al menos tanto como fue. Véanlo en mobiliario (Poltrona Frau o el pequeño taller de la irano-egipcia India Mahdavi); por supuesto en ropa (en la Avenue Montaigne están todas las grandes y sólo ellas: Prada, Chanel, Nina Ricci, Loewe…).

También en las pequeñas cosas -¿por qué no?- (disfruten en Antoine&Lili en el Quai Valmy, o en la ya clásica, aunque reina de lo insólito, Colette, en Saint Honoré); en zapatos (palidece Manolo Blahnik ante Christian Louboutin y sus suelas rojas ante cuya tienda en la Galérie Véro-Dodat, entrada por el 17 de la calle Jean Jacques Rousseau, hacen cola parisinos de todos los géneros dispuestos a gastarse al menos 300 euros por un par de ejemplares) o en los emergentes y brillantes chocolateros (Jean-Pierre Hévin, Pierre Hermé…) cuyas tiendas superan a menudo el boato de las mejores joyerías.

No, París, la ciudad más glamourosa donde empezó todo a juicio de algunos; la ciudad en la que siempre vienen ganas de comer, de escribir, de hacer el amor a juicio de Hemingway, no está muerta, como yo por pura inercia había llegado a pensar. Saldé mi deuda y la volví a situar entre mis preferidas.

Datos básicos para viajar

Compañía aérea: Vueling
Duración: 1 hora y media
Restaurantes recomendados: Los de los algunos museos (cultura vistas excelente gastronomía). Por supuesto el Georges en el Pompidou, Les Ombres en el Branly, el del Instituto del Mundo Árabe…). También la Maison Blanche en una azotea de la Ave Montaigne.
Alojamiento: Jardins Eiffel, barato (225 euros), bien situado en la Rue Amélie, cerca de la torre, tranquilo y correcto, si como yo prefiere gastarse el dinero en otras cosas que no sean dormir.

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