La inmobiliaria Proinsa entra en quiebra tras perder casi 600 millones
Proinsa nació en 2001 con una estrategia de fuerte expansión durante la burbuja inmobiliaria. En aquella etapa, la empresa llegó a crear 40 filiales y embarcarse en ambiciosas promociones urbanísticas, obteniendo beneficios elevados.
Sin embargo, tras el estallido de la burbuja, la compañía encadenó pérdidas año tras año, acumulando una deuda con el fisco que supera los 110 millones de euros, fundamentalmente con la Hacienda Foral de Gipuzkoa a raíz de inspecciones fiscales entre 2006 y 2009.
La firma ya había entrado en proceso de liquidación en 2016, dejando la gestión a Aguiser Servicios Inmobiliarios, cuyo responsable, Agustín Aguirre Iguiñiz, estuvo vinculado a casos como el sumario Malaya, una de las mayores causas de corrupción urbanística en España.
La pertenencia de Proinsa a dicho sumario y sus consecuencias fiscales complicaron aún más su «despiece» y la posibilidad de encontrar salidas para los acreedores.
La insolvencia de la matriz y la carga de intereses han hecho inviable la supervivencia tanto de Proinsa como de muchas de sus subsidiarias, que suman un activo valorado en 120 millones de euros pero con balances negativos generalizados y proyecciones desfavorables a futuro.
Quiebra efecto en el mercado
La caída de Proinsa marca un nuevo episodio en la larga lista de quiebras de grandes promotoras vinculadas a la crisis inmobiliaria que afectó a toda España a partir de 2008.
Aunque la empresa no tenía el volumen nacional de Martinsa-Fadesa, desempeñó un papel activo en el urbanismo vasco a comienzos del siglo, influyendo también en procesos de expansión urbana en regiones limítrofes.
Sus operaciones dejaron un rastro de promociones a medio terminar, deudas comerciales y financieros con entidades bancarias y proveedores, y una compleja red de intereses legales y administrativos.
La situación de las filiales dependerá ahora de los trabajos del administrador concursal y del margen que puedan recuperar acreedores y trabajadores afectados en el proceso judicial.
El caso también vuelve a poner el foco sobre la relación entre empresas inmobiliarias y la financiación pública y privada, la necesidad de controles fiscales y la dificultad de gestionar grandes entramados societarios tras el estallido de la burbuja.
La liquidación de Proinsa puede suponer un ejemplo para una industria que, pese a la recuperación del sector inmobiliario en algunos segmentos, todavía arrastra graves problemas estructurales y de reputación en torno al urbanismo especulativo.
El proceso de liquidación forzosa implica una reordenación del mercado de suelo y vivienda en Donostia y otras áreas afectadas por las promociones inacabadas de la compañía.
Sirve de advertencia para los inversores y profesionales de la zona: la prudencia y la diversificación serán claves en la nueva etapa inmobiliaria, marcada por la digitalización, el relevo generacional y la mayor sensibilidad a factores regulatorios y fiscales.
Tras la declaración de disolución y el concurso de acreedores, los ojos de administraciones, acreedores y trabajadores permanecen a la espera del desenlace judicial, que marcará el futuro inmediato de los activos y la implicación para el mercado vasco y español.