Casa Agustí, desde 1936

C/ Bergara, 5, Barcelona www.casa-agusti.com 933 014 434

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Hace un año les hablé de Ca l’Estevet, una vieja fonda de Ciutat Vella que había resurgido de la mano de los propietarios de Casa Agustí, un restaurante nacido hace 76 años en la calle Bergara y que ha mantenido su orientación original como casa de comidas frecuentada por clientes de siempre y los empleados de las empresas de la zona, como los de la sede central de Barcelona del BBVA.

Recordaba entonces que uno de los habituales había sido Horacio Sáenz Guerrero, director de La Vanguardia en la época de la transición, que acudía allí por la cercanía del diario en compañía de periodistas de la casa y de amigos de sus incursiones culinarias, como el escritor Néstor Luján, el psiquiatra Joan Obiols y el urólogo Antoni Puigverd, grandes gastrónomos catalanes de la época.

En Casa Agustí se ven algunos turistas y gente de paso, pero la mayoría son clientes fijos. Los propietarios presentan el local aludiendo al aire nostálgico que le confiere su decoración, que data nada menos que de 1955, cuando se hizo la última remodelación. Pero más que nostálgico, yo casi diría que tiene un aspecto atrotinado, algo que no parece importar a su clientela, gente que busca la cocina clásica catalana de mercado.

Los nietos del patriarca, que falleció hace unos meses, mantienen la tradición, tanto en el local de Bergara como en el de la calle Valldonzella.

Canelones, cuatro tipos de arroces –el mejor, el de la casa-, el revoltillo del día, bacalao, las típicas costillitas de cabrito, butifarra con judías, garbanzos estofados con gambas, y la contundencia de los pies de cerdo y el estofado de rabo de buey. Si usted tiene el estómago sensible, vigile con las salsas de esos platos, que dejan huella. El menú está a 25 euros, mientras que el precio medio de una comida ronda los 40 euros.

Es un buen sitio para comer si le pilla el mediodía por la zona de plaza de Catalunya. No sirven cenas ni abren los sábados y domingos, a menos que sea por encargo y para grupos. Verá que las mesas de la entrada, frente a la barra, están compartimentadas, como pensadas para los desayunos. La verdadera fonda está en el salón interior, donde hay parejas, hombres solos y grupos de comidas de trabajo de gente que no busca el entorno exactamente de negocios, sino un ambiente más desenfadado con un servicio y cocina correctos, y precios equilibrados.

La carta de vinos es correcta, con presencia destacada de productos catalanes aunque incluye la mayor parte de las denominaciones de origen españolas. Es tan efectiva como la de platos; no tienes que perder demasiado tiempo mirando las cifras de la derecha porque no van a encarecer en exceso la cuenta. En mi última visita, di cuenta de un Pétalos del Bierzo –estupendo, como siempre- a 21,76 euros, un 60% más que en bodega, lo que no deja de ser un recargo moderado. El café, Tupinamba, tirando a excelente.

Tiene web, pero no muy actualizada. Verán que incluye la cava de puros, con ofertas de Cohiba, Montecristo, Partagás y otras delicias de los fumadores de habanos. Un vestigio de tiempos pasados que habla –y bien– tanto del restaurante como de sus habituales.

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