Daniel Café, entre el bistrot y la paella

Av. Diagonal, 177, Barcelona. 93-557-98-98

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Àngel Pascual era un hombre feliz en Prats de Lluçanés, donde tenía un restaurante que la guía Michelin distinguió con una estrella. En aquellos tiempos en que todo iba tan bien, Pascual trasladó sus fogones a la Barceloneta, al altillo del nuevo mercado. Allí instaló el Lluçanés, que era el nombre de su nuevo local, y en los bajos puso un bar de tapas.

Pero en el 2011 bajó la persiana y tras un silencio de dos años apareció al frente del Punx, un restaurante modesto en el corazón del 22@. Entonces sentenció que abjuraba de la alta cocina. Pero recientemente ha vuelto a cambiar de aires. Está en Hong Kong –Asia es la América de los cocineros españoles–, donde el regreso a la gastronomía de altos vuelos le va muy bien.

Como se ve, en el mundo de la restauración hay mucho movimiento. Puede que la crisis lo haya acelerado, aunque siempre ha sido así.

En lugar del Punx

Por eso el local donde antes estaba Punx ha sido reabierto como Daniel Café. Está absolutamente igual; incluso tiene el mismo número de teléfono. Lo único que ha cambiado es el nombre y algunos detalles de la barra, en la que ahora solo hay un tirador de cerveza –una Damm que sirven muy bien– frente a los seis surtidores que tenía en su anterior vida.

La decoración es idéntica, muy marcada por unos techos altísimos y unas paredes de cemento a la vista, que le dan un aspecto como de almacén.

Àngel Pascual quiso hacer una casa de comidas moderna inspirada en la cocina tradicional a precios asequibles para los empleados de las empresas de la zona. Y el nuevo propietario, Daniel Brin, trata de hacer lo mismo, pero a partir del bristrot.

Brin, natural de Perpignan, ha sido el cocinero del Café Emma durante tres años. Antes, trabajó en la Maison Languedoc. Y ahora ha abierto una nueva etapa profesional con una oferta propia que es tan francesa como española. Estuve un jueves y –como también hacía Pascual– el menú de 12,5 euros incluía paella.

Carta concisa

La carta es breve y de precios muy asequibles; el arroz del chef cuesta 9,5 euros y una porción de quiche 4,5. Pero la mayor parte de la clientela, de empresas de la zona como RBA y Mediapro, va de menú. Por eso el 90% trabajo se concentra en torno a las dos y media con una considerable rotación de mesas.

Decidimos probar algunas de las especialidades de la casa, como las patatas bravas “al estilo de Daniel”, más bien corrientes. Sin embargo, las “frites” le salen bastante bien. El mejor plato de la carta para mi gusto, y a muy buen precio además, es el paté de campaña casero (6,8 euros). Es muy abundante, por lo que es recomendable compartirlo. Brin ya lo trabajaba en el Café Emma.

Como segundos comimos un rape con salsa bearnesa simplemente correcto, un entrecot a la plancha demasiado hecho por expreso deseo del comensal y una hamburguesa de buey al punto, quizá el mejor de los tres platos.

La oferta de vinos es breve y contenida, con un par de botellas francesas. Bebimos un verdejo blanco –Adra- que pagamos a 15 euros, casi cinco veces más que en bodega. Pero aun así sale barato y es coherente con el resto de la carta.

El local está abierto doce horas seguidas desde las ocho de la mañana, empalmando desayunos, almuerzos y after work, en un intento de amortizar al máximo instalaciones y personal, como hacen tantos restaurantes en los últimos tiempos.

Economía Digital

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