Había llamado varias veces para reservar mesa, sin éxito. Después de visitarlo en junio con motivo de su inauguración y tenía interés por saber cómo funcionaba el Fermí Puig tras un semestre de rodaje.
Finalmente, y telefoneando con cierta antelación lo conseguí. No obstante, como iba sola me dieron la mesa más desangelada del local. En la mismísima entrada. Parece puesta allí adrede para atender al servicio de seguridad de alguno de los personajes que comen dentro.
Les hice notar la incomodidad que me suponía estar allí de escaparate, viendo y siendo vista por todos los que entran o salen. Alfred Romagosa, el jefe de sala, se ofreció a reubicarme en cuanto hubiera un hueco. Pero mientras tomaba una copa de cava cortesía de la casa observé que aquel día los clientes habían sido muy puntuales y que apenas desfilaban unos pocos rezagados, así que decidí comer en la mesa del Senyor Vinyes, que es como llaman a aquella pequeña portería.
No podía decírselo a los camareros, pero, además, el rincón me impedía obervar con tranquilidad al personal de las mesas, que es una de mis distracciones preferidas cuando estoy en un restauramte. Aquel día predominaba el ambiente de trabajo, pero siendo como era mediados de diciembre también había comidas prenavideñas.
Tiempo sabático
Tras su larga etapa del Drolma y la ruptura con los propietarios del Majestic, Puig se tomó dos años sabáticos y estuvo dándole vueltas al nuevo proyecto. Se decantó por una fórmula que ha tenido mucho éxito. Un restaurante en la zona alta de la ciudad, lejos del turismo, dirigido a bolsillos acomodados, pero no necesariamente potentes.
El menú a precio hecho –35 euros– es la base del llenazo diario al mediodía, que se repite también casi todas las noches. Diez ofertas para elegir el primero y el segundo, más tres opciones para el postre. Bebida incluida.
También tiene una veintena de propuestas de carta, con platos como arroz a la cazuela (16,90 euros),el canelón de aguacate con cangrejo real y mayonesa (19,80) o la sepia con albóndigas (16,80). Y, además, mantiene su particular homenaje a grandes elaboraciones europeas, como el parmentier de bogavante (29) o la espalda de cabrito entera, “como en el Drolma”, a 37 euros.
‘Preu fet’
Pedí el menú preu fet. Y me quedé con unas judías verdes frías con champiñones y una salsa refrescante deliciosa. Me las comí con verdadero deleite. Después, conejo con salmorejo, el mejor que he tomado en años. Tan tierno que se deshacía en la boca. Hice postre: una espuma de crema catalana sobre un lecho de fresones; excelente.
Tras la copa de cava, bebí una de un vino joven elaborado con garnacha blanca muy agradable. Y para acabar, un café Saula, que estaba en su punto.
Pese a la mesa que me había tocado en suerte, he de decir que tuve la sensación de haber comido por 35 euros en un restaurante de una estrella Michelin. Ya sé que no la tiene –la tenía el Drolma– y sé que Fermí Puig no se ha inscrito en el registro Michelin, no opta. De momento, no le interesa. Prefiere vivir más tranquilo y olvidarse del trabajo cuando baja la persiana.
Si su objetivo tras la etapa del Drolma era montar un local donde se pudiera comer muy bien y a precios moderados, lo ha conseguido. Así parece demostrarlo el lleno diario.