Quim Torra: el nuevo presidente del Ómnium genera anticuerpos

Torra genera anticuerpos; ostenta la rabia. No tiene nada que ver con el espíritu fundacional del Ómnium de Cendrós, Carulla y Fèlix Millet (padre)

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Si quieres cabrear a tus vecinos, envíales a alguien que siembre cizaña, como hizo Julio César en la aldea gala. Quim Torra, el nuevo presidente de Ómnium, es la imagen de un señor en medio de la calle llamando jetas a los españoles que viven en Catalunya y que no están a favor de la independencia. ¿Con qué derecho lo dice? Es un mago de la antropología, que primero crea el estigma para después refugiarse en él.

Torra genera anticuerpos; ostenta la rabia. No tiene nada que ver con el espíritu fundacional del Ómnium de Cendrós, Carulla y Fèlix Millet (padre). Pero a la camarilla de Muriel, Torra les parece ideal para los tiempos que corren.

Cuando Rajoy aplique su lamentable Ley de Seguridad Nacional (menudo nombrecito), ¡votada en el Congreso con la ayuda del PSOE!, ¿no nos vamos a callar, supongo? Me veo camino del cuartelillo flanqueado de naranjos y tricornios. Un remake de sarpullido, en un país que tiene mala picada.

Bajo una camisa blanca y una chaqueta de paño inglés, Torra esconde su vocación de pilgrim misterioso (en el sentido de Eric Clapton). Pero le puede la palabra; está a medio camino entre un anticuario británico y un relojero holandés.

Es otro antifranquista de los que dan lanzadas a moro muerto, con perdón; de los que no sufrieron al general en vida. Considera que Catalunya «está ocupada desde 1714». Habla por boca del austracismo tontorrón; nada que ver con la noble descripción de sí mismo que hacía el recordado Ernest Lluch.

Dirigió El Born Centre Cultural, edificado sobre la investigación paleohistórica rigurosa de otros. Se sirvió de la noble ruina para reescribir la historia de Rafael de Casanova frente a las tropas de Felipe V. Y, cuando el Museo del Born recibió un pastizal en clave de subvención cultural, Alberto Fernández Díaz acusó a los barceloneses del setecientos de intentar regalar a los Austrias la Corona de España.

Cada vez que un independentista y un españolista irredento se miran a los ojos, empieza un combate de Sumo.

Torra es de los que viven pegados a la doctrina Kosovo, basada en una sentencia del Tribunal Internacional de la Haya de 2010, que les ofrece con certeza el mecanismo jurídico-político de la independencia. No sabe que Barcelona es una ciudad de vicios pequeños y almas acorazadas.

Sus vecinos duermen en brazos de Isabel Cristina, la virreina, esposa del archiduque. Solo les despiertan las proclamas de los Torra o las bombas del duque de Berwick, instaladas en la memoria de la piedra.

Ungidos en una candidatura de cartón piedra, con la dichosa sociedad civil haciendo de pretexto, los impulsores de Ómnium han dejado a Torra al mando de la nave, hasta el 27 S, fecha en la que la presidenta saliente, Mureil Casal, retomará el cargo tras su viaje al país del Plebiscito.

La resistencia de Torra contra la «residualidad cultural» de nuestro país pasa por la candidatura unitaria del discurso único y excluyente. Si ganan (que no es lo que dicen las encuestas), los amigos de Mas pondrán punto y final a 300 años de «ocupación»; es decir, el non plus ultra de su discurso, ionosfera de la nación. Espérate sentado.

Quim Torra, un abogado que trabajó en Suiza, es propenso a los valles helvéticos de querencia convergente. Es un violinista de Palau, uno de los sabios que coronan la corte del Tarongers a base de hexámetros patrios y elogios al estandarte.

Preside la fundación Sobirania i Justícia, dirige Revista de Catalunya y es miembro del consejo permanente de la Asamblea Nacional (ANC). Pero sobre todo es un narrador que ha merecido el Prudenci Bertrana de novela y el Rahola de ensayo. Y, también, el inspirador del sello editorial A Contra Vent.

En su libro Periodisme? Permetin!: La vida i els articles d’Eugeni Xammar recorre la vida del que fue corresponsal de La veu de Catalunya y La Publicitat en varias ciudades europeas. Una biografía regia, digamos, del Xammar que trabajó en el exilio para los presidentes Irla y Francesc Macià.

Conviene no olvidar que antes de su peripecia en el exilio, Xammar entrevistó a Adolf Hitler, cuando todavía estaba fundando el partido nazi. Fue un reportaje premonitorio titulado «Viaje al huevo de la serpiente« (Crónicas desde Berlín; Acantilado), publicado en Ahora, el diario republicano dirigido por Chaves Nogales.

Xammar, un patriota vocacionalmente desterritorializado, alejado de la contaminación, hoy hablaría alto y claro. «El hombre más inteligente que dio España en el siglo XX», en palabras de Salvador de Madariaga, trataría sobre todo de evitar el ridículo. El ridículo que circunscribe la emboscadura de Mas y Junqueras.

La generación de Xammar -la de Julio Camba y Josep Pla– se dedicó a tender puentes. Ahora, Torra y sus camaradas dinamitan esos puentes desde la cizaña, conductor de los citados anticuerpos.

En la entrega de Acantilado (uno de los últimos servicios por amor a la verdad del llorado editor Jaume Vallcorba) se destila, a través de Xammar, el humor solitario de los catalanes: un pueblo marcado por un deseo inalcanzable de sobriedad.

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