A vueltas con la lengua
Los síntomas son claros, porque los datos son objetivos: el uso social del catalán desciende estrepitosamente entre la juventud urbana
El nacionalismo catalán es el peor enemigo de la lengua catalana. Los creyentes de la pseudo-religión amarilla no lo admitirán, pero solo hay que observar la desbanda de los jóvenes que perciben el catalán como la lengua de un oficialismo que les desprecia y les empobrece. Hace pocas semanas finiquitamos en el ayuntamiento de Barcelona la Comisión no permanente de estudio para fomentar la presencia del catalán en el entorno digital y en los nuevos formatos tecnológicos. Esta fue impulsada por ERC y, tras varias sesiones, se presentó el informe de conclusiones con más pena que gloria.
Los síntomas son claros, porque los datos son objetivos: el uso social del catalán desciende estrepitosamente entre la juventud urbana. Esta realidad la reconoce todo el mundo. No obstante, en el diagnóstico y en la terapia surgen enormes divergencias. Los miembros de los partidos nacionalistas, PSC incluido, se niegan a realizar un diagnóstico realista, ya que este supondría una dura autocrítica. Llevamos casi medio siglo de políticas nacionalistas en Cataluña, y ahora los políticos nacionalistas lloran lágrimas de cocodrilo porque, dicen, el catalán se muere.
Sin diagnóstico medianamente sincero es evidente que la terapia prescita puede acabar siendo letal. Así, la comisión se cerró en falso, prometiendo más de lo mismo. No hay rectificación. Se mantiene la imposición. Sin embargo, esta es cada vez más difícil en unos entornos digitales donde la libertad se abre paso con más facilidad que en los medios de comunicación públicos y concertados de Cataluña.
El debate es excesiva y artificialmente emocional. No se quiere un análisis profundo y, sobre todo, no se quiere un análisis del coste de oportunidad de las políticas nacionalistas. Quien esto escribe se quedó solo defendiendo un estudio serio sobre los efectos de las políticas públicas como paso previo a un compromiso razonable para gestionar mejor la realidad bilingüe de nuestra comunidad. Con todo, no perdamos la esperanza.
En este sentido, es una buena noticia la publicación de un libro pequeño pero matón (de tópicos y clichés) como el último de Manuel Toscano. El filósofo malagueño denuncia, en Contra Babel (editorial Athenaica, 2024), los sesgos en estos debates que suelen dejar de lado que los derechos son de las personas y que las lenguas son instrumentos para comunicarse. Así, los costes económicos y democráticos que tiene la imposición del catalán y la marginación del castellano deberían tenerse siempre en cuenta.
Escribe Toscano que “la persona con un buen repertorio lingüístico es capaz de perseguir más eficazmente sus fines en la vida, sean cuales sean, además de disponer de mejores oportunidades, no solo en relación con su vida laboral o su carrera profesional, sino en todos los órdenes de la vida”. Es decir, la imposición del catalán como única lengua vehicular no solo vulnera derechos y sentencias, es también un estúpido autoboicot al cerrar puertas y perder oportunidades.
El nacionalismo vuelve a la carga
Sería, pues, interesante debatir en Cataluña sobre la cuestión lingüística con serenidad y ecuanimidad, como apunta Toscano, evitando los discursos alarmistas que solo pretenden convertir la lengua en un instrumento de poder político y control social. No es fácil. Lo sé. Actualmente, el nacionalismo vuelve a la carga con la cuestión lingüística de una manera desaforada. Vuelven al hostigamiento. Para muestra el botón que ayer, Sergi Doria nos describía en ABC (“Usted no sabe con quién está hablando”): el exconseller de Interior, y condenado por malversación y prevaricación, Miquel Buch señalaba en un video viral a los trabajadores del restaurante Café de París de Barcelona.
No se trata de una acción individual de un personaje que necesita que le hagan casito. No es solo el narcisismo de un político mediocre. Es un ejemplo más del regreso al pasado del nacionalismo catalán. La lengua vuelve a ser usada para fomentar el victimismo y la mentalidad tribal. ¡Qué bien lo definió Amin Maalouf en Identidades asesinas! El nacionalismo se reconcentra, de esta manera, en lo más emocional. Retrocede para coger impulso. Ya lo hemos visto antes. Después, cuando acarician expectativas de crecimiento electoral, cambian y buscan otros argumentos menos esencialistas.
Recuerden que, en los prolegómenos de lo que Artur Mas denominó “transición nacional”, la cuestión lingüística pasó a un segundo plano. Querían embaucar a los castellanoparlantes y compraron a unos pocos, aunque solo Gabriel Rufián se mantiene en el cargo (mucho más de los 18 meses prometidos). Querían hacer creer a esa mayoría de catalanes que tiene el castellano como lengua materna que esta sería una lengua oficial en la república catalana y tendría un respeto que ahora no tiene por parte de la Generalitat.
Salvador Illa ha puesto como consellers de cultura y de política lingüística a separatistas declarados
Así, centraron sus ataques a España no en la lengua, sino en la economía. Fue el famoso “Espanya ens roba”. Creyeron encontrar así un discurso victimista más transversal. Sin embargo, cuando llegó la fase de internacionalizar el procés, este relato tampoco les valía, ya que se asemejaba demasiado a la xenofobia fiscal o a la insolidaridad de partidos populistas como la Lega Norte y su “Roma ladrona”. Creían que “el món ens mira” y no querían aparecer ante él como los ricachones insolidarios que son. Por ello, apartaron la cuestión lingüística y la fiscal, y se centraron en “això va de democràcia”.
Al final, resultó que iba de dictadura, porque lo que perpetraron los separatistas en 2017 fue un intento de demolición de una democracia europea para construir un régimen sin independencia judicial, tal como quedaba en evidencia en la ley de transitoriedad jurídica.
Todas las falacias del separatismo fueron cayendo, pero actualmente, animados por el partido socialista, han vuelto a recuperar la lengua como ariete político. Y la Generalitat les ayuda. Salvador Illa ha puesto como consellers de cultura y de política lingüística a separatistas declarados. De hecho, sus políticas en contra del castellano son aún más duras que las del anterior gobierno de ERC. Todo un despropósito. Todo muy PSC.
En fin, seguro que se podría llegar a compromisos razonables en Cataluña, si se tuvieran en cuenta todas las variables en el análisis y se quitara la carga emocional e ideológica que sacraliza la lengua y la opone a los intereses reales de los ciudadanos. Se podría llegar a acuerdos sobre un bilingüismo flexible en las escuelas que no solo respetaría los derechos individuales, sino que, además, ayudaría a los alumnos a dominar mejor tanto el catalán como el español. En todo caso, eso no será posible con el actual PSC.