Así en el PSOE como en España 

Sánchez decidió dinamitar cualquier barrera que pudiera limitar, aunque fuera mínimamente el ejercicio omnímodo de su voluntad soberana

Supongo que a estas alturas del cuento, incluso los más obsecuentes de entre los ya escasos supervivientes de su menguante camarilla, ya se habrán dado cuenta de que quienes venimos hace ya tiempo advirtiendo sobre el carácter esencialmente cesarista y autoritario de Pedro Sánchez, no andábamos del todo desencaminados. 

Y no es que seamos más listos, no, no es eso, lo que sucede es que mientras algunos aplaudían los primeros y ya entonces cuestionables pasos del tribuno Sánchez hacia el principado, otros, quizás más antropológicamente desconfiados, tomábamos nota de hasta dónde podía llegar en su empeño por lograr el poder y perpetuarse en el mismo

La primera prueba la tuvimos tras su segundo y victorioso asalto a la dirección del PSOE; en ese momento, investido ya del poder absoluto otorgado por su incuestionable victoria en las primarias socialistas, Sánchez decidió dinamitar cualquier barrera que pudiera limitar, aunque fuera mínimamente el ejercicio omnímodo de su voluntad soberana. 

Así, su primera víctima fue la estructura orgánica horizontal, fuertemente deliberativa y rocosamente representativa de la que se había dotado el PSOE desde su refundación al comienzo de nuestra transición y que le había servido para convertirse en el partido más eficiente, electoral y socialmente de toda nuestra historia.  

Y lo hizo -ya verán cómo les va sonando- mediante un cambio radical en los estatutos del partido – lo que vendrían a ser las leyes del PSOE-, una mutación que lo transformó de un día para otro en un ente vertical, militarizado y enteramente a su servicio, una organización inorgánica y sin poder real para cuestionar ni una sola de las decisiones del nuevo faraón. 

Una metamorfosis que además culminó con otros dos movimientos concurrentes: el primero, convirtiendo al máximo órgano ejecutivo del PSOE, su Comisión Ejecutiva Federal, en un monstruo macrocefálico, ineficiente e incapaz de ejecutar cualquier cosa que no fuera la voluntad del nuevo emperador y, el segundo, eliminando también de un plumazo las facultades del -para él- incomodísimo Comité Federal de removerlo de su posición incluso en caso de incumplimiento flagrante de los estatutos. 

Control absoluto de Sánchez

Recapitulemos: Cambio unilateral de normas en medio del partido, cooptación y/o eliminación de los árbitros, inclinación a su favor del terreno de juego, expulsión preventiva del campo de los defensas rivales… exacto, si Aristóteles y Leibniz no eran unos cachondos y nos estaban vacilando cuando emitieron sus 4 leyes de la lógica, todo parecería indicar que Sánchez está tratando de hacerle al estado lo mismo que ya le hizo antes al PSOE, es decir, someterlo a su control absoluto eliminando cualquier órgano capaz de ejercer un mínimo atisbo de resistencia. 

Porque finalmente es esto y no otra cosa lo que está detrás de toda la hojarasca dialéctica que está desplegando el gobierno y sus chamarileros mediáticos: la rendición del estado de derecho a la voluntad de una sola persona, acabando de paso con el principio del imperio de la ley. 

Y solo tenemos que observar el actual estado del PSOE para adivinar cuál va a ser el estado de nuestro estado de derecho si consigue su propósito