Autocracia y delirio anacrónico

El conflicto bélico que tiene lugar en Ucrania está poniendo en peligro la paz en Europa

Estamos viviendo unos días dramáticos. El conflicto bélico que tiene lugar en Ucrania, está poniendo en peligro la paz en Europa y, consecuentemente, la del Globo.

Una vez más, en casi 80 años, estamos a merced de que las armas nucleares ejerzan un papel, irónicamente, disuasorio; es decir, que las potencias eviten el conflicto armado por no generar el holocausto. Ocurre, no obstante, que el comportamiento humano es contingente y un pequeño error puede desencadenar el apocalipsis. 

El tour de force entre los poderes imperiales enfrentados, Rusia y EEUU, (conflicto que no tiene nada de ideológico, sino que nos retrotrae a los que se daban antes de 1914) supondrá a su fin un empate o un perdedor relativo. Porque habrá seguro un perdedor absoluto, que no será otro que la UE.

Los europeos podemos pagar muy cara nuestra condición de gigante económico con pies de barro políticos. Y de miembros amputados, desde el punto de vista militar. Y es el hasta ahora prácticamente único factor cohesionador de la Unión Europea, el económico, el que puede obrar de talón de Aquiles y convertirla en dicho perdedor absoluto del conflicto.

Vladimir Putin, presidente de Rusia./EFE

La consecuente crisis energética, asociada a la elevada inflación ya existente, daría al traste con la relativa recuperación que ha sucedido a la pandemia. Los que vivimos las crisis petrolíferas de la década de 1970, no podemos olvidar sus efectos devastadores, así como las consecuencias políticas: el acceso al poder del modelo económico ultraliberal Reagan-Tatcher. 

Los europeos estamos bajo la tutela, más bien férula, de la OTAN. Con el agravante de que hay una superposición casi total entre aquella y la UE, de la que tan solo cuatro países (Austria, Irlanda, Finlandia y Suecia) no son a su vez parte del Pacto Atlántico. Y gracias al delirio de Putin, se puede llegar a la total identificación.

Una alianza controlada, a su vez, por una potencia foránea que, con total ignorancia de nuestra realidad histórica, obra tan solo en función de su interés, que no es precisamente la consolidación de la unidad europea (en eso coinciden los dos poderes imperiales implicados en la crisis). Baste recordar la reordenación chapucera de 1919, impuesta por los 14 puntos de Wilson, que dejó geopolíticamente todo a punto para la siguiente matanza.

Ante esa situación, de sometimiento político a las necesidades militares, las voces disonantes son pocas y tímidas. Hasta ahora, Macron, ya sin argumentos; quizá porque aquella consigna gaullista de una Europa del Atlántico a los Urales, había dejado su poso.

Ya es hora que cierta supuesta izquierda se baje del guindo.

En definitiva, Europa se encuentra presa entre un Biden, de capacidad de análisis más que otoñal, que debe pretender pasar a la historia por algo más que por allanar la vuelta al poder de un trumpismo de base social ampliada, y un autócrata zarista, que ni siquiera debe responder ante algo semejante al otrora politburó.  Ya es hora que cierta supuesta izquierda se baje del guindo.

No cualquier muestra de antiamericanismo es progresista. Ni lo son los ayatolas iraníes, ni lo es un Putin que reprocha a Lenin haber acabado con la prisión de pueblos (por utilizar una expresión clásica) que era la Rusia zarista.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. EFE/EPA/JIM LO SCALZO

Un jerarca representante de una oligarquía que ha llevado a cabo el mayor saqueo de bienes colectivos de la historia, plasmado en un capitalismo de corte salvaje.  Por si a alguien le cabe todavía alguna duda, que le eche una ojeada a quien es el mentor ideológico del nuevo zar: Aleksandr Gelievich Dugin, creador de la teoría del cuarto poder, que pretende liberar Rusia del neoliberalismo, la globalización y el cosmopolitismo (todo junto).

Teoría que además, según alguno de sus admiradores españoles, de innegable tufillo a la derecha más extrema, ofrece una propuesta para todos aquellos que no se sienten a gusto “en la decadente y putrefacta sociedad occidental”. Una mezcolanza de neoestalinismo y reacción, en el sentido más estricto del término. 

Biden afirma que Putin pretende reconstituir la URSS. Lo que está resucitando es el paneslavismo y el chovinismo de la Santa Rusia, incluyendo la antigua asociación entre el trono y el altar.

De ahí que justifique la agresión a un estado soberano como Ucrania, con ridículos argumentos historicistas, que obvian lo esencial. La Unión Soviética, constituida como un proyecto internacionalista y de proyección fundamentalmente europea, exactamente lo que Putin más odia, quedó disuelta por la denuncia del pacto federal de 1922, que llevaron a cabo, de forma acordada, las tres repúblicas eslavas.

Putin está apostando fuerte.

Y cada una de ellas pasó a ser sujeto de derecho internacional. Además, Ucrania, gracias a una estratagema de Stalin, es miembro fundador de la ONU: ¿Cuál es el futuro?

¿Hay salida al conflicto bélico, sin que vaya a mayores? Putin está apostando fuerte.

Ucranianos se refugian en el metro de los bombardeos del ejército ruso. EFE/EPA/STRINGER

Se sabe en descrédito en su propio país y ensaya la típica huida hacia delante, en términos patrioteros; pero pudiera ser que los mismos oligarcas que le han encumbrado le pasaran factura, como resultado de las sanciones económicas. Mientras tanto, los mandamases atlánticos deberían reflexionar sobre hasta qué punto la humillación que representa cercar a Rusia, que no a Putin, con una alianza militar, no redunda en la bunkerización de la sociedad rusa.

Y deberían tenerlo claro para cuando llegue el momento de la negociación, que es de desear que la haya. Negociación en la que el autócrata sacrificará a quien haga falta, incluido el Donbas. Como ha hecho con Armenia, la más prorusa de las antiguas repúblicas soviéticas, a propósito del conflicto del Alto Karabaj; en beneficio de Azerbaiyán y su protectora, Turquía. Por cierto, miembro de la OTAN. 

*Autor, con Jean-Pierre Gasc, de Genética y estalinismo (Montesinos).