Siempre le quedará París

Valls podría haber ayudado a vertebrar un movimiento constitucionalista de centro izquierda, que forzara a los dos grandes partidos nacionales a asumir una política de Estado.

El ex primer ministro francés y candidato a la alcaldía de Barcelona, Manuel Valls, en su sede electoral tras conocer los resultados de las elecciones municipales del 26M.

No he podido resistir la tentación de utilizar como título de este artículo la boutade, a propósito de Manuel Valls, de un buen amigo. Como sabemos, el hasta ahora concejal de Barcelona ha llevado a cabo su renuncia. No por anunciada, dicha renuncia deja de originar frustración entre los que creímos en su proyecto, como evidencia de que ha dejado de existir. Valls ha pasado por nuestra ciudad, y por España en general, como una centella, que quitó el sueño desde buen principio a muchos, tanto a derecha como a izquierda, por decir algo.

No podía ser de otra manera. Si hay algo realmente mediocre en este país, es nuestra clase política, y la irrupción de un personaje que había ocupado altos cargos en el vecino país, dotado de un savoir faire impensable por estos lares, obligó a la construcción inmediata de un cordón sanitario. Me permito autocitarme, ya que en un artículo que publiqué en otro medio, en octubre de 2018, ya apunté la cuestión.

En él manifestaba también mis dudas sobre que la candidatura de Manuel Valls pudiera penetrar en el voto popular, la única forma de aspirar seriamente a la alcaldía. Finalmente se obtuvieron unos resultados que, en la noche electoral, el propio candidato no dudó en calificar de “fracaso”. De forma retrospectiva, y con frecuencia, he pensado que el resultado no podía ser otro.

La única manera de abrirse un espacio fue pactar con Cs. La entonces reciente victoria de Arrimadas en 2017 (21D), quizá hizo concebir la esperanza de la posibilidad de una mayoría social no catalanista, al margen del independentismo y del entreguismo podemita. Nada de eso. Simplemente la victoria de Cs fue el resultado del miedo al vacío que había provocado el intento sedicioso del mes de octubre del mismo año.

Al partido de la gente guapa le cayeron del cielo unos votos que fueron incapaces de capitalizar y gestionar. El resultado fue la desmovilización que contribuyó, en última instancia, a los pobres resultados de Valls, quien parece que no era otra cosa, para Ribera y los suyos, que un nombre a utilizar en su huida hacia el suicidio colectivo.

Cuando el “intruso” decidió pensar por cuenta propia, en términos de casi cuestión de estado, y optar por el mal menor, para impedir que Barcelona fuera utilizada para consolidar el proyecto independentista, sobrevino la ruptura. Lo dramático del caso no es que Ribera y sus acólitos, pese a no comulgar con el independentismo, objetivamente lo favorecieran, sino que fueran lo suficiente pazguatos para no darse cuenta de lo que estaba en juego.

El lamentable papel del PSC

Por supuesto que tener que tragar con cuatro años más contemplando como Colau y su muchachada dinamitan Barcelona, no está siendo precisamente una experiencia gratificante. ¿Fue pues una equivocación de Valls la opción del mal menor? En absoluto, pero lo que si hubo, a mi entender, fue un error de cálculo. El líder de Barcelona pel canvi debió confiar en el posible papel moderador del PSC en la coalición gobernante.

Pero ¿hasta qué punto era esperable el lamentable papel, poco menos que de palmero de doña Ada, que Jaume Collboni está desarrollando? Esperable quizá no, pero sospechable… El PSC dejó pasar la ocasión de tener un alcalde de primera categoría, no solo al dar la espalda a Manuel Valls, sino al declararlo “enemigo”. Valls era “demasiado constitucionalista” para muchos sectores del socialismo catalán, que viven obsesionados por la posibilidad de que los tachen de botiflers.

Además, siempre se está pendiente de la posibilidad de un tripartito. Por otro lado calentar la silla, soportando carros y carretas, para llegar a tocar la meta, y correr el riesgo de que un advenedizo te pase por delante, por muy ex primer ministro que sea…¡hasta aquí podríamos llegar¡ Un apparatchik también tiene su corazoncito.

Para la historia, una campaña bastante bien orquestada donde, a través de medios diversos, se vigilaba con lupa cualquier movimiento mínimo del enemigo público nº 1, sin despreciar su vida privada; todo con un detallismo en algunos casos sorprendente. Y lo que no se sabía, se inventaba. En la campaña destacaban, por supuesto, los medios podemitas, deseosos de lavarle la cara a la gran líder, que había pasado por el oprobio de deber su alcaldía al “candidato de las élites”. ¿Más élites que Borràs, Aragonès, Mas y tutti quanti?

Volvamos al principio. Tal como iban las cosas, nunca pensé que Manuel Valls consiguiera ser alcalde de mi ciudad, aunque, por supuesto, esperaba un mejor resultado. También me parecieron ridículas las elucubraciones sobre que quizá llegara a ocupar un ministerio. Y eso por una razón lógica: ¿Cómo un ex presidente del consejo de ministros de la República Francesa, con todo su bagaje de conocimiento de cuestiones de estado, se iba a desdoblar para hacerlo compatible con un cargo gubernamental español? Pero sí que llegué a pensar que podría ayudar a vertebrar un movimiento constitucionalista de centro izquierda, que forzara a los dos grandes partidos nacionales a asumir una política de Estado, y cesar en su búsqueda de mayorías más o menos espurias, a cuenta de fuerzas populistas o disgregadoras.

No pudo ser. Manuel Valls ha tirado la toalla. Sin duda idealizó su “vuelta a casa”, pero a buen seguro que su decisión no se debe solo a darse cuenta de que la vinculación con un país no pasa solo por la sangre que circula por sus venas. Esos han sido los factores endógenos. De los exógenos posiblemente solo conocemos de la misa, la mitad. Estaría bien que algún día nos ilustrara sobre ellos. Podría ser una importante contribución a una necesaria catarsis para Barcelona, Cataluña y España toda.

Suscríbase a nuestro canal de Telegram para estar informado con las últimas noticias sobre política en Cataluña