Biden o las prisas del pragmático audaz

Joe Biden propone a su país el programa más transformador desde el New Deal. Si logra aplicarlo pasará a la historia. Si no, al olvido

La comparecencia de Joseph Robinette Biden ante el Congreso norteamericano del pasado jueves fue diferente por muchas razones. No fue el discurso anual sobre el estado de la Unión, porque solo lleva en el cargo desde enero. Tampoco pudo dirigirse al pleno de las dos cámaras ya que las medidas anti-covid limitaron la asistencia a 200 invitados. Ni siquiera se nombró un “Superviviente Designado” (le hubiera tocado a la jefa del Tesoro, Janet Yellen) ante el riesgo de que todo el gobierno congregado en un solo lugar perezca en un atentado, como el que inspira la serie homónima de TV, porque solo acudieron unos pocos miembros del gabinete.

Lo que la hizo diferente su alocución –además de que dos mujeres, Kamala Harris y Nancy Pelosi, flanquearan por primera vez al jefe del ejecutivo en el estrado— fue que marcó los primeros 100 días de un mandato que puede elevarle a galería de presidentes a los que la historia recuerda tan solo por sus las siglas, como FDR y JFK. Pero, al mismo tiempo, le expuso a acabar entre los consignados al olvido si fracasa.

Biden anunció el tercer plan de un programa billonario destinado a recuperar la posición que su país alcanzó en 1945: no solo ser la nación más poderosa de la tierra sino la más pujante y competitiva. El veterano político sabe que Estados Unidos atraviesa un momento crucial. La pandemia, la rivalidad con China y Rusia, la desigualdad sistémica y la tremenda polarización que anidan en su sociedad solo tienen parangón con la encrucijada a la que se enfrentó Franklin Delano Roosevelt en 1933, cuando asumió el poder en los años de la Gran Depresión y del auge totalitario que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Y ha decidido hacer frente a esos desafíos con una audacia que desmiente la reputación de prudencia que ha caracterizado los 49 años de su carrera pública. John Fitzgerald Kennedy se fijó en 1962 el reto ganar la carrera espacial antes de acabar la década. El primer empeño de Biden, vacunar a la población, ha sido un éxito fulgurante que contrasta con la desastrosa gestión de su predecesor: 220 millones de inoculados en los primeros tres meses de su presidencia.

Ahora quiere aplicar ese capital político para invertir seis billones de dólares –20 veces más de lo que costó llegar a la Luna— en los tres planes desvelados hasta ahora: el ya aprobado para atajar el impacto de la pandemia, por valor de 1,9 billones; el de infraestructuras y modernización, por valor de 2,3 billones, y el de medidas sociales, valorado en 1,8 billones más. Las tres iniciativas, de aprobarse en su totalidad, superarían en un billón de dólares lo que su país gastó durante toda la Segunda Guerra Mundial.

Enmienda al neoliberalismo

El volumen y la ambición de la propuesta equivale a revocar de facto el dogma neoliberal, resumido en limitar el coste del estado, contener el déficit y bajar impuestos a fortunas y corporaciones. Aunque las encuestas todavía no lo avalan, Biden intuye que la angustia existencial sembrada por la pandemia ha calado no solo entre los que le votaron sino en amplios segmentos de quienes lo hicieron por Donald Trump.

Ese instinto sustenta la monumental apuesta consistente en cuestionar la doctrina fiscal dominante desde tiempos de Ronald Reagan. Sus predecesores demócratas –Bill Clinton y Barack Obama— nunca se atrevieron a semejante audacia.

Biden intuye que la angustia existencial sembrada por la pandemia ha calado no solo entre los que le votaron sino en amplios segmentos de quienes lo hicieron por Trump

“Wall Street no construyó Estados Unidos sino la clase media”, dijo para justificar que los más ricos “paguen solo lo que es justo”. Sin embargo, el otro instinto de Biden, la prudencia, atenúa la radicalidad de su propuesta. El efecto sobre las rentas privadas –un aumento de tipo marginal al 39.6% desde el 37% actual— se sentiría a partir de ingresos anuales superiores a 400.000 dólares (332.000 euros).

A las empresas se les aplicaría un impuesto de sociedades elevado al 28%, desde el 21% vigente, y medidas para limitar le ingeniería fiscal por la que Warren Buffet paga menos al fisco que su secretaria. El impacto sobre la capacidad financiera del capitalismo norteamericano no sería mortal si se considera que, hasta el recorte de Trump en 2017, el tipo aplicable a las sociedades era del 35%.

Salvo el American Rescue Plan para afrontar la pandemia, que los demócratas lograron aprobar con su exigua mayoría parlamentaria, el resto de los programas se enfrentan a una fuerte resistencia del Partido Republicano. Nadie duda que el talante negociador del presidente le llevaría a aceptar una rebaja limitada de sus aspiraciones a cambio de lograr el apoyo de la oposición.

Sin embargo, sabe que solo dispone hasta las elecciones de medio mandato en noviembre de 2022 para comenzar a materializar su visión. Y será precisamente en esos comicios, en los que se disputan los 435 escaños de la Cámara de Representantes y un tercio de los 100 del Senado, en los que se jugará lo que resta de su mandato. Y la posibilidad de llegar a 2024 con un apoyo popular que asegure a los demócratas conservar el poder mediante la reelección de Biden o la de Kamala Harris si decide retirarse.

Sus rivales lo saben también. Trump coquetea con la posibilidad volver a presentarse, algo que sólo hará si se siente ganador. Para ello, los republicanos han lanzado una agresiva estrategia en los estados en que gobiernan para dificultar el voto a los sectores que inclinaron la balanza en 2020: la población negra, la hispana y otras minorías, por un lado, y las mujeres, por otro. Biden necesita ampliar su electorado para superar todas esas barreras y solo lo logrará si logra atraer a una parte de los que no le votaron.

Reformar la política y la sociedad

La visión de Biden y su equipo no se conforma con reconstruir unas infraestructuras dilapidadas por décadas de abandono, modernizar la economía, crear empleo y recuperar la competitividad industrial y tecnológica en sectores que determinarán el futuro, como la digitalización y el medio ambiente. Los componentes políticos y sociales que sustentan su proyecto pretenden afrontar otros males endémicos que alimentan la polarización de la sociedad.

Las medidas destinadas a ampliar y abaratar el acceso a la educación en todos los niveles, a facilitar el empleo de las mujeres con medidas de apoyo familiar (guarderías accesibles, bajas maternales) y para el cuidado de mayores y dependientes conforman un amplio pacto social combinado con la promesa de redimir de una vez el pecado original norteamericano: el racismo sistémico.

Pese a los elevados sentimientos, Biden no ha abandonado el pragmatismo. Eso explica que mantenga los aranceles a China y una política migratoria restrictiva en la frontera sur

La ambición de Biden se completa con la vuelta al multilateralismo (regreso al Acuerdo de Paris sobre el clima, pasos para salvar el pacto nuclear con Irán), con el restablecimiento de la confianza con los aliados tradicionales y volver a mostrar firmeza con China y Rusia. Biden insistió ante el Congreso en su convicción de que “lo que se libra hoy es una batalla entre la utilidad de las democracias en el siglo XXI frente a la de las autocracias”.

Pese a los elevados sentimientos, Biden no ha abandonado el pragmatismo, aunque atraiga críticas de sectores diferentes. Eso explica que mantenga las medidas tarifarias impuestas por Trump en la disputa comercial con China y una política restrictiva respecto del paso de inmigrantes indocumentados por la frontera sur.

Ese pragmatismo está también en la base de la decisión que más puede comprometerle en el ámbito internacional: retirar antes de septiembre la totalidad de las tropas norteamericanas de Afganistán, a la que sumarán los restantes aliados de la OTAN, entre ellos los 24 militares españoles que todavía permanecen en el país.

El probable colapso del gobierno de Kabul y la vuelta de los talibanes al poder puede generar una nueva crisis internacional y una avalancha de refugiados. Biden prefiere asumir esa crisis cuanto antes para canalizar las energías del país, y la atención de la ciudadanía, hacia el programa más potencialmente transformador desde el New Deal.

La realidad tiene la costumbre de desbaratar los planes más ambiciosos. Pese a ello, el 46 presidente de los Estados Unidos confía en inspirar un renacimiento nacional que consiga mucho más de lo que inicialmente se esperaba de él: revertir los desaguisados de Trump. Biden conoce el valor la paciencia: esperó 32 años hasta conseguir la presidencia a la que optó por primera vez en 1988. Esta vez, el tiempo no juega a su favor. Por eso tiene prisa.