Catálogo (corto) de ridículos veraniegos

«Esto es ridículo», dices al cabo de 15 minutos de violento chaparrón. Hace una semana clamabas contra el calor y ahora los dioses, juguetones, adelantan en un mes la gota fría septembrina. De modos que te resguardas de la tromba y te sumerges en la lectura sosegada de los periódicos. Vas procesando imágenes e informaciones varias y adviertes al cabo de un tiempo que eso, el ridículo (y sus parientes cercanos, el absurdo, la necedad y el esperpento) trufan la actualidad tanto como las vacaciones de las ‘celebrities’.

En Cuba, por ejemplo. Uno nunca ha sido muy fan de Fidel Castro, pero reconoce que ha sido un dictador atípico. El día que John Kerry llegaba a La Habana para izar de nuevo las barras y estrellas en la embajada de Estados Unidos, frente al Malecón y un refulgente Caribe, las autoridades cubanas distribuían una foto de Nicolás Maduro y Evo Morales apretados en una furgoneta con el otrora líder revolucionario, al que venían a felicitar en su 89 cumpleaños.

La imagen evocaba chistes infantiles: «van un francés, un inglés y un español en un 600…»Pero enseguida uno se preguntaba si los propagandistas cubanos no son capaces de algo más imaginativo a la hora robar portadas al secretario de Estado americano que recurrir al dúo dinámico ‘bolivariano’.

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Pero lo que realmente convierte el desatino en esperpento es la vestimenta del Comandante. Castro colgó el uniforme verde olivo y la Colt .45 automática en 2006, con motivo de su primer retiro por enfermedad en 2006. Verle hoy, enfundado en un chándal de marca blanca y tocado con una gorra de marinerito, induce a sospechar que alguno de sus cuidadores perpetra contra el autócrata un sutil ‘asesinato de imagen’, cuyo resultado permanecerá para siempre en la nube.

Reflexionar sobre Fidel Castro Ruz, de claro linaje gallego, provoca la asociación con otro celta ilustre: Mariano Rajoy Brey. Nuestro hombre, como Jeff Daniels en ‘La Rosa Púrpura de El Cairo’ ha saltado definitivamente de la pantalla (de plasma en este caso) para instalarse en el mundo físico y mostrarnos su conexión con lo ‘cool’, lo ‘trendy’…

No se sabe si en ese viaje a lo terrenal acompaña su asesor universal, director de campaña y catalán de cabecera, Jorge Moragas, a quien se le supone hasta las generales un control omnímodo sobre cada acto, cada frase y cada gesto del Presidente. La duda se debe a la cuestionable semiótica de la visita de Rajoy, con gran aparato fotográfico y televisivo, a las termas de Mondariz en compañía de su ministra-comodín Ana Pastor y una nutrida tropa de populares gallegos.

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Veamos: ¿Quién, hoy en día, frecuenta un balnearios decimonónico? ¿Quién va a ‘tomar las aguas’? Quizá por eso andan los estrategas más lúcidos del PP preocupados por el trasvase de su voto más joven a Ciudadanos y a la imagen que representa Albert Rivera. Piensan que  su futuro debiera parecerse más a una Cristina Cifuentes tomando cañas en Malasaña que a la pareja Rajoy-Pastor brindando con agua mineral en la fuente de Gándara. Es, literalmente, un ambiente que huele a huevos podridos (por las emanaciones sulfurosas de las termas, entiéndaseme bien). En comunicación política, el ‘staging’ (puesta en escena) se debe hacer a través de los ojos de la audiencia más crítica, no de la más favorable. Es algo que al PP –o al propio Rajoy— le cuesta entender… para regocijo de la competencia.

Y hablando de olores, lo que también huele a podrido al decir de los ‘cognoscenti’ de la Villa y Corte, son las explicaciones dadas en las Cortes por el ministro del Interior, Jorge Fernández, acerca de la visita de Rodrigo Rato a su despacho ministerial para «hablar de lo que me está pasando…» Esos ‘insiders’  afirman que Rato, sobre quien se va cerrando progresivamente el cerco que podría ponerle a la sombra durante largo tiempo, le ha planteado al Gobierno un pacto de mutua ‘omertá’: su silencio sobre lo que sabe sobre Aznar, Rajoy y los gobiernos y planas mayores populares de los últimos 20 años a cambio de una salida judicial laxa para ‘lo que le está pasando’.

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En el ‘ranking’ de absurdos veraniegos, las prolijas explicaciones del ministro a sus señorías serían entretenidas si no fuera por las sospechas que suscitan. En un gobierno y un partido atravesado por diversos e interconectados circuitos de corrupción y clientelismo, comprobar que no se guardan siquiera las apariencias en las instituciones que han de perseguir y castigar los delitos resulta sencillamente desolador.

El desatino no tiene ni sabor, ni olor, ni color… político. Ni ubicación geográfica exclusiva. Así nos lo está demostrando sonora y repetidamente Raúl Romeva, el cabeza de lo que se suponía que iba a ser la lista de la concordia, de la unidad y del ‘todos a una’ para ganar un mandato independentista el 27-S.

Romeva es un personaje curioso: asertivo, narcisista, mercurial y en absoluto falto de autoconfianza. Quizá por ello, tampoco va sobrado de prudencia. Salvando las distancias, recuerda, incluso físicamente, a Yanis Varoufakis, aunque impulsado por un ‘software’ menos potente: Parecido ego pero menos inteligencia, para entendernos.

En palabras de un observador más agudo que yo, «este no se ha enterado de que va de prestado» en la candidatura de ‘Junts Per el Sí’. Gustándose, escuchándose en múltiples entrevistas y comparecencias, Romeva ha reiterado que en ningún sitio estaba escrito que Artur Mas fuera a ser, necesariamente, el candidato a presidir la Generalitat. A cada salida de pista han seguido tormentas de Twitter con aclaraciones, matizaciones, firmes asertos de Jordi Turull y CDC y una prolongada, calculada y ‘vaticana’ ambigüedad de Oriol Junqueras.

La última tanda de equívocos de Romeva y Junqueras, hace pocos días, debió provocar algún tipo de puñetazo en la mesa en el cuartel general unitario porque finalmente –y, por el tono, a regañadientes— ambos han reconocido que Artur Más será su President. Pero en el caso del ex eurodiputado de ICV y de ‘La Izquierda’, el reconocimiento tiene un tufillo de insinceridad. Sus declaraciones –incluido que no apoyará las políticas de Más si no son sociales—son públicas y directas; sus rectificaciones, preferiblemente por Twitter.

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Desde el punto de vista de los medios masivos, la locuacidad del cabeza de lista ha hecho que la candidatura se parezca más al camarote de los Hermanos Marx que a un bloque político cohesionado y bien avenido. Su actitud desprende interés, indisciplina y deslealtad. El tiempo dirá si Romeva se conforma con interpretar la partitura asignada en el coro de Junts o insiste en ser un solista destacado, el ‘bad boy’ del soberanismo, en cuyo caso las próximas cinco próximas semanas auguran abundantes disonancias y cacofonías.