Chantajear a Europa sale a cuenta

Europa sufre chantajes en todas sus fronteras: abrió el fuego Erdogan, siguiendo las enseñanzas de Putin, le siguieron Marruecos, Bielorrusia y hasta Boris Johnson

Algo peor que una moda limitada y pasajera, Europa sufre chantajes en todas sus fronteras y vecindades. Abrió el fuego Erdogan, siguiendo las enseñanzas de su maestro Putin, exigiendo un rescate inverso para cortar el paso a la ola migratoria. Se salió con la suya.

Marruecos le va a la zaga, si bien actúa con mayor discreción salvo cuando se trata de apretar las tuercas a España. Ahora es la Bielorrusia de Lukashenko por el este y, agárrense, Boris Johnson por el hasta ayer encalmado Atlántico.

Todo el mundo quisiera cobrar a cambio de no dar golpe pero algunos consiguen cobrar a cambio de no golpear. Se trata nada más y nada menos que del famoso y hoy universal invento del pizzo, cantidad que pagan restauradores y comerciantes en el sur de Italia a cambio de ‘protección’ contra el daño que el cobrador te propinará si remoloneas o te rebelas contra la extorsión.

El dúo protagonista de la tensión en estos momentos se llama Putin-Lukashenko. A la oleada de migrantes traídos desde oriente medio a propósito lanzada contra la frontera con Polonia se añade la determinación de cortar el suministro de gas ruso. Tiembla de frío, Europa.

Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, con Vladimir Putin. EFE/EPA

O  no tanto, porque como si de un ensayado libreto se tratara, el pequeño malvado protegido se pasa de la raya pero luego su mentor Putin le sermonea y rebaja la amenaza a nivel de simple intimidación. Claro que después de apoyarle con material militar y aumentar así la posición de polluelo que ya era la de Bielorrusia.

No habrá corte de gas, pero sí moderación de las sanciones y aumento del precio a pagar al padrino ruso y a su poco menos que títere. Cuando la semana pasada Merkel llamó a Putin para que contuviera a Lukashenko el presidente ruso le espetó en el colmo de la desfachatez que el interlocutor adecuado era el propio Lukashenko, que en la práctica no es más que un subalterno.

No habrá corte de gas, pero sí moderación de las sanciones y aumento del precio a pagar al padrino ruso y a su poco menos que títere

Sin embargo, y a pesar del incremento simbólico de medios y operaciones de la OTAN en el oeste y el sur de Rusia, se produce por primera vez una minicumbre franco rusa desde que Occidente ganara la crucial Ucrania a costa de las pretensiones rusas, y encima la acusara y sancionara por quedarse con dos porciones del territorio.

Puro estilo Putin, cuya dependencia económica y tecnológica de Europa es tan palmaria que jamás se permitiría infligir un daño serio que pusiera en riesgo el flujo de los billones de euros proveniente de la Unión gracias a los cuales se mantiene en el poder.

Borrell, exministro de Exteriores, durante una comparecencia posterior al Consejo de Ministros. EFE/Ballesteros

Contra lo que diga el desacreditado Borrell, a quien los líderes de la Unión han relegado hasta niveles de indignidad que un Solana jamás habría sufrido ni tolerado, hay que insistir en algo fundamental: Europa no tiene enemigos, si por enemigo se entiende alguien con capacidad y disposición para atacarla.

No los tiene, pero sí que ha permitido que en sus aledaños se incremente la conflictividad. Mediante la imprudentísima conferencia de El Cairo en 2009, Obama desestabilizó el Este y el sur del Mediterráneo, de buena fe pero con nefastos resultados en términos de guerra, muerte y sufrimiento que todavía colean.

Europa no ha podido ni sabido apaciguar lo que debería ser su tranquilo entorno geoestratégico inmediato, pero sí que ha conseguido minimizar los efectos de tanta conflictividad de manera que no afectara ni el crecimiento ni el bienestar de su privilegiada población.

Por eso paga. Por eso prefiere ceder a los múltiples chantajes en vez de incrementar las tensiones intimidando al estilo norteamericano. Por eso las plañideras y casi agónicas llamadas a la constitución de un gran ejército europeo se limitan la puesta en marcha de una fuerza común de pronta intervención formada por cinco mil efectivos humanos.

Europa no ha podido ni sabido apaciguar lo que debería ser su tranquilo entorno geoestratégico inmediato

Por eso Europa cede y paga, porque como los comerciantes sicilianos sabe que es lo mejor para mantener boyante el negocio, porque es menos caro y por supuesto no tan arriesgado que enfrentarse a los matones por la fuerza. Gracias a las políticas de prudente contención con sus díscolos vecinos, Europa sigue siendo un balneario muy productivo y competitivo.

La última, además de presentar el primer proyecto viable de navegación aérea a  gran escala con hidrógeno, Airbus ha firmado ha contratado la producción de más de 250 aviones en el salón aeronáutico de Dubai, lo que permite a la Unión afianzar su liderazgo mundial en detrimento del gigante americano Boeing, que se va quedando cada vez más atrás (424 aparatos librados por Airbus de enero hasta septiembre contra 241 entregados por Boeing).

Putin y Erdogan saben a que atenerse. Las sutiles reglas del juego ya están claras por todos lados. Solamente es cuestión de ir negociando el precio del chantaje. Bashar Al-Assad ha ganado su guerra en Sira gracias a ellos y a la no intervención europea. Con la excepción de Marruecos, la única alternativa a la radicalización de los países arabo-mediterráneos son las dictaduras laicas puras y duras, a las que Europa apoya con mayor o menor descaro.

El único vecino que tiembla, y no solo en la intimidad, es Boris Johnson. El Brexit le ha salido mal. Es probable que la Europa despechada se arriesgue a no cobrar la deuda británica antes que ceder a su leonina extorsión. Al fin y al cabo, ni en el colmo de la desesperación podría permitirse Johnson alcanzar los niveles gansteriles de los chantajeadores orientales.

En cuanto a la única vecindad de veras civilizada, que es la británica, los augurios tienden más a la reconciliación a medio plazo que a la conflictividad controlada de baja intensidad que Europa se esfuerza, y no en vano, a mantener en el resto de su entorno.