Los enemigos de Europa

En nuestros tiempos el mundo ha dejado atrás el colonialismo y ha evolucionado desde el pillaje y la explotación hasta unos grados cada vez más complejos y sofisticados de interdependencia

No existen, Europa no tiene enemigos, y si los hay, o bien son impotentes para perjudicarla seriamente o bien están dentro, minando sin cesar el proceso de construcción del mayor espacio de bienestar compartido que jamás ha conocido la humanidad.

Antes de argumentar a favor de esta tesis, tan obvia como en apariencia provocadora, un apunte sobre la dificultad (léase casi imposibilidad) de un conflicto militar a gran escala en los próximos decenios. Con la salvedad de que lo provocara una emergencia climática que tumbara de un solo cataclismo la sofisticada civilización actual.

Tal vez cueste de comprender, incluso a mentes brillantes, que hasta la Segunda Guerra Mundial, la base y motivo, el objetivo de toda guerra consistía en apoderarse de un mayor trozo del pastel, de manera que lo ganado por uno lo perdía otro.

Ya no funciona así. El pastel crece y crece con el comercio y la globalización. En especial para las grandes potencias pero también para cualquier país no muy mal gobernado, las oportunidades no se hallan en la depredación de lo que poseen otros sino en la producción, el intercambio, el negocio.

Tal vez no se ha destacado con suficiencia y desde luego no forma parte del mobiliario o las premisas mentales de la mayoría, incluso de dirigentes, pero hasta mediados o finales del siglo pasado, los intereses que empujaban a la guerra eran los mismos de siempre. Pero en nuestros tiempos el mundo ha dejado atrás el colonialismo y ha evolucionado desde el pillaje y la explotación hasta unos grados cada vez más complejos y sofisticados de interdependencia.

Se trata de lazos cuya destrucción comportaría para el mundo entero una devastación muy superior a la que ocasionaron las grandes guerras en el pasado. Pongamos un ejemplo: Rusia provee de gas a media Europa. En la situación actual de falta de reservas, le sale a cuenta hacerse el remolón para subir precios y sacar un poco más de tajada, pero en ningún caso, ya lo verán, ni los europeos van a congelarse por falta de suministro ni los rusos están dispuestos a dejar de cobrar por su gas.

Vladimir Putin, presidente ruso, ha logrado perpetuarse en el poder. EFE/EPA/YURI KOCHETKOV

Y ello a pesar de las sanciones impuestas por el conflicto de Ucrania, que Putin soporta con estoicismo a pesar de que Europa, y los Estados Unidos, se han hecho con el control de las grandes llanuras de cereales de aquel país, el último que ha abandonado la órbita rusa, si bien de modo algo incompleto, con sendos recortes en el este y en Crimea.

Lo que interesa destacar es la magnitud del cambio geoestratégico que es la clave de la ausencia de conflictos a gran escala. El mundo ya está para ultimátums como el de la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Años más tarde, la URSS perdió la Guerra Fría, aceptó la derrota sin un solo disparo y se adaptó mal que bien a las nuevas circunstancias. Perdió mucho, pero de otro modo hubiera perdido mucho más.

Vienen a cuento estos simples recordatorios después de la muy recomendable lectura del último número de la revista Medium, en la que ex ministros como Piqué o García-Margallo coinciden en reclamar una Europa defensivamente mayor de edad. Se trata de una vieja canción, convertida en cantinela, cuyo retorno en forma de eco ha propiciado la atolondrada retirada de Afganistán.

Cierto es que en la ribera sur del Mediterráneo ha aumentado la inestabilidad, pero Europa y los Estados Unidos han actuado, sin grandes aspavientos, de modo que los conflictos del Magreb no perturben a sus vecinos del norte.

Cierto es que China es un gran rival, pero como se lee en el mismo número de Medium, su crecimiento es ya muy limitado y ha perdido grandes opciones de avanzar con el simple bloqueo a sus pretensiones de compra de empresas tecnológicas europeas y americanas. En el mundo de hoy, los tiros van por ahí.

Occidente ocupa una posición apabullante e incontestable de dominio en todos los frentes. Solamente el G-7 copa el 60% de la riqueza mundial y casi la mitad del PIB. Si añadimos sus aliados podemos afirmar que el globo es occidental. La producción también, ya que de un total de 317 billones de dólares de PIB mundial, la aportación China no llega a los 15. Encima está muy pero que muy lejos de avanzar en el sueño de ‘Asia para China’. Cada cual en su sitio, cada uno con sus perspectivas. Digan lo digan, nadie las tiene mejores que la Unión Europea.

Mucho peor que un conflicto nuclear a gran escala, la humanidad casi entera sucumbiría si se interrumpiera la navegación mercante en los océanos. Ya hemos visto los efectos negativos de un corto atasco en Suez y los retrasos en ciertos suministros debidos a la pandemia. Todos están interesados en solucionarlo y minimizar sus efectos. Nadie pretende agravarlo, y quienes quisieran, pongamos por caso los talibanes, no disponen de medios para intervenir en lo más mínimo.

¿Dónde se agazapan pues los enemigos de Europa? En su interior. Se llaman precariedad; se llaman desigualdad; se llaman exclusión y marginación de los perdedores de la globalización; se llaman desplazados por la mala gestión de la inmigración. Pero no son ellos sino quienes de ellos se aprovechan para acabar con la democracia y las libertades.