Cómo recuperarse del revolcón que sufre Occidente  

Se ha constatado que el cambio está en marcha y que Occidente y el occidentalismo están sufriendo un auténtico revolcón De mal en peor

Hay una máxima -probablemente inspirada en Paul Éluard- que suele citarse cuando se defiende el orden liberal democrático establecido frente a cualquier otra alternativa. Reza así: “Hay otros mundos, pero están en éste”. Traducción: hay que conformarse con la realidad existente y con el orden establecido, porque cualquier alternativa es peor. Más: hay que fortalecer dicha realidad y dicho orden.   

En los últimos tres años –de la invasión de Ucrania por parte de Rusia hasta la consolidación de la República Popular China y la ascensión al poder de Donald Trump como síntoma– se ha podido comprobar la validez de la máxima citada. Se ha constatado que el cambio está en marcha y que Occidente y el occidentalismo están sufriendo un auténtico revolcón De mal en peor.   

De mal en peor 

La invasión militar de Ucrania por parte de Rusia ha instalado a la vieja Europa en una coyuntura en cual la guerra –después de 80 años de paz y guerra fría– se ha hecho de nuevo presente. ¿Resistirá Ucrania? ¿Quién la ayudará? ¿Qué papel jugará una Unión Europa que ni si quiera tiene un pilar de defensa digno de ese nombre? ¿Cómo hacer frente a Rusia y sus ambiciones? ¿Cuál es el futuro de los Países Bálticos y Polonia? ¿Hungría? ¿El papel de Bielorrusia? ¿Hay que fiarse de Turquía? ¿Podemos proteger las fronteras de la Unión Europea?   ¿España sería capaz de proteger el flanco sur –las Islas Canarias, la frontera con Marruecos y la amenaza del Sahel- que le corresponde? ¿Somos conscientes de que, para un cohete dotado con ojiva, la distancia entre Madrid y Moscú es mínima? ¿Estamos dispuestos a rearmarnos de verdad y colaborar de verdad con la OTAN?    

¿Cambiará por enésima vez la geografía europea? ¿Qué podemos esperar de la OTAN y los Estados Unidos de Donald Trump? ¿Reaparecerá la pareja Alemania/Francia –se podría añadir el Reino Unido- capaz de marcar un perfil europeo defensivo/agresivo? ¿Nos tendremos que conformar con un eje París-Berlín, o Londres-Varsovia– Kiev teledirigido desde Washington? Si Estados Unidos es incapaz de suministrar el armamento necesario, ¿quién le acompañará en la necesaria carrera armamentista? El petróleo: ¿Arabia Saudí apostaría por Estados Unidos o por Rusia? 

¿Paz? ¿Qué paz? ¿A qué precio? ¿La paz del cementerio? ¿Cómo plantar cara a una Rusia que  ha resistido más de lo que era previsible y cuenta con la ayuda de la República Popular China y otros Estados de potencia nada despreciable? ¿Cómo plantar cara a la República Popular China y otros como Irán, India o Corea del Norte? ¿Habrá que confiar en una República Popular China que, por interés, no diera el apoyo suficiente a su socio Rusia?        

De mal en peor, uno tiene la impresión de que ya se ha puesto en marcha un movimiento, difuso y confuso, que se define y caracteriza –más allá del interés propio- por la hostilidad hacia el Occidente globalizador. Una hostilidad en que también participa –España en primera línea- una parte de la izquierda occidental.  El hecho que confirmaría lo que se acaba de decir: una mayor parte de Estados del mundo no han participado en los llamamientos al embargo y el bloqueo de Rusia ante la invasión de Ucrania. No solo eso, si tenemos cuenta que muchos Estados apoyan a Rusia comprándole petróleo y gas y vendiéndole material bélico. A ello, añadan buena parte de la intelectualidad crítica occidental.   

El pecado de la ingenuidad   

El Occidente liberal pecó de ingenuidad con la caída del Muro. Una vez derrotado el comunismo, el Occidente democrático y liberal especuló con un futuro que siempre sería mejor. El fin de la historia y el último hombre (1992), así tituló Francis Fukuyama uno de los ensayos más leídos, alabados y criticados de los 90 del siglo pasado. Vale decir que el  politólogo norteamericano no hablaba del fin de la historia en el sentido estricto, sino que avanzaba el triunfo indiscutible de un liberalismo que nadie cuestionaría habida cuenta de sus virtudes. Al parecer, se equivocó. Pecó de optimismo. Quizá, de buena fe.  

Hoy -según parece- el sistema internacional, u orden internacional, que nace después de la Segunda Guerra Mundial, y se consolidad después de la caída del Muro de Berlín, está siendo cuestionado en buena parte del mundo. Incluso, en su interior. Se cuestiona el sistema –ideología, política y economía- y también sus valores. Así las cosas, uno pregunta qué hacer ante el envite antioccidental que se nos está cayendo encima.   

Hay que recuperarse del revolcón    

¿Qué hacer? Se podría iniciar reivindicando la máxima inspirada en Paul Éluard –aunque el poeta venga de la intelectualidad izquierdista de los 50 del pasado siglo- ya citada al inicio de estas líneas: “Hay otros mundos, pero están en éste”. Resumo: el Salvador –ya sea Putin o Xi Jinping- no llegará porque no existe; hay que distanciarse de cualquier fantasía y volver a la realidad; hay que aceptar este mundo –el nuestro- que es el mejor de los posibles y admite mejora. Hay que afirmar la libertad, los derechos fundamentales, la dignidad del ser humano, la democracia, la igualdad de oportunidades. También, la autoridad, la seguridad, la ley y el orden, el individualismo, la economía de mercado, la propiedad privada. Todo ello, sin reticencias ni complejos. Asumiendo  la complejidad del presente y el sentido del límite.  

De la teoría a la práctica hay que colaborar de forma activa en el fortalecimiento de la OTAN, hay que recuperar las buenas relaciones con Estados Unidos, hay que proteger firmemente las fronteras, hay que controlar a la Rusia que se rearma, hay que detener al Irán que enriquece el uranio y no hay que pecar de ingenuidad en las relaciones con la República Popular China. Como la globalización sigue ahí, también hay que esforzarse para recuperar –innovación, competitividad, proyección económica y política- el liderazgo perdido. Todo ello sin olvidar que la América Latina y África están ahí.      

La realidad y la fantasía  

Insisto en la dicotomía señalada más arriba: realidad versus fantasía. Isaiah Berlin, en su ensayo Libertad y necesidad en la historia (1974), nos advierte que los vendedores de ensoñaciones o fantasías, cuyos intereses y ambiciones son personales e intransferibles, convierten el “Universo en una prisión” a pesar de que “sus cadenas estén cubiertas de flores”. Ustedes dirán que eso suele ocurrir en Occidente y en todos los lugares. Cierto. Pero, la diferencia existe: en Occidente –en la mayoría del territorio de Occidente- suele reinar la democracia con todo lo que ello implica.  

Hay que recuperarse del revolcón que sufre el orden liberal democrático, porque lo que está en juego es, ni más ni menos, el Occidente ilustrado que no puede ni debe dar marcha atrás. Una cuestión de progreso y amor propio.  

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