Cumbres borrascosas

La universidad, una de las más representativas cimas de la educación, parece vivir, atónita, un cambio tan radical que los augures apocalípticos la condenan a su desaparición

Manuel Castells, ministro de Universidades (EFE)

Dos son las llagas perpetuas que supuran con cierta asiduidad en la sociedad española, el mercado laboral y la educación; ambas son objeto constante de revisión y apuesta legislativa. Y así, toda nueva ley que afecta al trabajo supone una mejora, aunque solo sea para derogarla, y toda nueva ley sobre la educación supone un empeoramiento, aunque también sea solo para derogarla.

Sirviendo a los alpinistas

Pues va y resulta que el monte Everest, la cumbre planetaria por excelencia, mide más de lo que se pensaba. China y Nepal acaban de determinar que alcanza, exactamente, los 8.848,86 metros, poniéndose así fin a una polémica que duraba ya décadas. Pobre sir Edmund Hillary, que murió sin saberlo, aquel neozelandés de rostro alargado que con el sherpa Tenzing Norgay conquistó aquella cima allá por un perdido año 1953.

Fuera de lo que suele pensarse, los sherpas son una etnia propia, que se extiende a lo largo de la cordillera del Himalaya en el valle del Khumbu. Sherpa no significa porteador, sino “hombre de negocios astuto oriental” en nepalí y son poseedores de una genética adaptación para el ascenso a la alta montaña. Aun así, casi la mitad de los muertos en el Everest desde 1950 pertenecen a este sufrido pueblo víctima, en ocasiones, del “turismo de altura”. Los sherpas preparan, laboriosamente, para los mikaru el camino de la escalada, colocan las cuerdas, hacen los transportes y dan todo el apoyo necesario para “hacer cumbre”. No en vano, Hillary pudo alcanzar la cima del llamado “techo del mundo” con la imprescindible aportación de Tenzing porque, aunque tuvieron que retrasar dos horas el ascenso final para descongelar las botas del neozelandés, el tibetano, más precavido, había dormido con ellas puestas. Gajes de saber el oficio.

La sociedad del aprendizaje

Habiendo encumbrado la ascensión a la Sociedad de la Información (por cierto, en la que es experto nuestro ministro de universidades), nos encontramos inmersos en la conquista de otra cima, la de la Sociedad del Conocimiento. Pero el pico más alto, cual Everest académico, se encuentra ahora en la Sociedad del Aprendizaje, esto es, un cambio en el mercado educativo (sí, la educación también está sujeta a los vaivenes de la oferta y la demanda) donde ahora, la cordada la capitanea la demanda y no la oferta.

Por muchas reformas educativas que se planteen, el formato de base para las universidades se concibe en siglo XII y se redefine en el siglo XIX. Todo muy actual, vaya.

La universidad, una de las más representativas cimas de la educación, siempre envuelta entre brumas y provocando un reverencial respeto, parece vivir, atónita, un cambio tan radical que los augures apocalípticos la condenan a su desaparición. Incluso el actual ministro del ramo, quien para más inri proviene de ella, la execra. El aprendizaje para saber, un mero acopio de datos, da paso al aprendizaje orientado, como sucedió en su momento con el Trivium y el Cuadrivium, las disciplinas denominadas artes liberales (profesiones intelectuales), frente a las artes serviles (oficios viles y mecánicos). De este modo, el “modelo académico” universitario se encuentra en cuestión; el lama Elon Musk, fundador de Tesla y Space X, la considera una ubicación “básicamente para divertirse y no para aprender” y hasta el omnipresente Google lanza Career Certificates, un completo programa educativo sin respaldo oficial.

¿Y qué que no lo tenga? Sus enseñanzas son las que solicitan los indocumentados e inconscientes usuarios a los cuales se les propone la adquisición en seis meses de las habilidades equivalentes a un grado de cuatro años. Además, con la ayuda de la tecnología, con un precio imbatible, muy menor al coste de los estudios “de toda la vida”. Como bien saben los avezados alpinistas, la avalancha se anuncia con un sordo pero persistente ruidillo de fondo. Profetas más documentados anuncian lo que se convertirá en estruendo en breve: el aprendizaje es la nueva religión y la tecnología, su profeta.

Se acabó el alpinista experto que puede ascender solo por mero conocimiento; sin el apoyo del sherpa, que en el fondo sabe más que él, su existencia peligraría en los escarpados riscos del cambiante panorama laboral; pero eso sí, con la humildad y el sentimiento de servicio propio del porteador. Y las instituciones educativas, en particular las universidades, parecen verse abocadas de encumbrar el conocimiento a adaptarlo a las necesidades y a la utilidad para el usuario. Pues claro, como ya ocurrió en otros muchos sectores, sin más. Gajes del mercado. Por muchas reformas educativas que se planteen, el formato de base para las universidades se concibe en siglo XII y se redefine en el siglo XIX (¡Ay, Napoleón, Napoleón!). Todo muy actual, vaya.

Recomendamos al ministro de Universidades, Manuel Castells, por el cual sentimos una gran admiración intelectual, que se tome algún que otro café con la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, asidua montañera. Según relatan las crónicas, su última ascensión fue al Monte Perdido. ¡Hay veces que te lo dejan pero fácil, fácil!

Manuel Carneiro Caneda es director del Área de Acompañamiento Organizativo del Grupo Atlante