Del registro horario a la productividad

A diferencia del registro, el criterio de productividad durante la jornada laboral beneficia al empresario, al trabajador, a la sociedad y al Estado

A estas alturas del calendario, no sabemos si el nuevo gobierno que surja de las recientes elecciones generales continuará con la intención de implementar el real decreto ley para “establecer el registro de la jornada de trabajo” (BOE, 12/3/2019), auspiciado por el PSOE.

Probablemente, sí. Y es que el Grupo Parlamentario Socialista ya impulsó hace tiempo la proposición de ley “para incluir (en la ley de estatuto de los trabajadores) la obligación de registrar diariamente e incluyendo el horario concreto de entrada y salida respecto de cada trabajador” (Boletín Oficial de las Cortes Generales, 23/6/2017). 

La idea del control horario resulta anacrónica y perjudicial para toda la sociedad

No niego la buena voluntad de un PSOE que quiere combatir el fraude laboral y controlar el uso o abuso de las horas extras pagadas o impagadas. Así como asegurar una distribución regular de la jornada. Pero, hoy, dicho control, está fuera de lugar y es inadecuado.    

Más allá de les críticas vertidas contra dicho real decreto ley –en Economía Digital, Josep Maria Casas dio cuenta y razón de los problemas que ello ocasiona-, la idea del control horario, reloj en mano, resulta anacrónica y perjudicial. Para la empresa, el trabajador, la sociedad y el Estado.  

El reloj solo acredita que el trabajador permanece en el centro de trabajo durante un número determinado de horas. Pero, ¿dónde? ¿En el lugar de trabajo? ¿En el aseo? ¿En un rincón hablando con un compañero o degustando bocadillo y cerveza o refresco? ¿Quizá fumando?

Un cúmulo de preguntas sin responder

¿Cuánto tiempo invierte el trabajador en el cambio de ropa o en ir al almacén a buscar el material necesario para el trabajo? ¿Hace pausas para reflexionar sobre el mundo? ¿Usa el móvil para comunicarse con la familia o el sindicato? ¿Descansa? ¿Se esfuerza? ¿Es productivo? 

Y quien trabaja fuera del centro, ¿a qué dedica su tiempo? ¿Cómo calcular las horas productivas e improductivas? ¿Cómo cuantificar el tiempo perdido por los atascos del tráfico o el retraso del transporte público? ¿Cuánto dedica –en horario laboral- a otros menesteres?

Los trabajadores con mayor actitud y aptitud no trabajarán más horas de la cuenta para alcanzar los objetivos marcados

¿Quizá habría que controlar telemáticamente –con un brazalete, por ejemplo- a los trabajadores para superar las insuficiencias del reloj? Por cierto, ¿habrá también un control –reloj e instrumental telemático- del absentismo laboral? 

¿Por qué seguir con un anacronismo –el reloj- que únicamente acredita el tiempo que el trabajador permanece en el lugar de trabajo? 

¿Por qué no cambiar un criterio de control –el registro horario- claramente insuficiente para determinar la productividad y el rendimiento económico de un trabajador?

¿Por qué no optar por el criterio de productividad del trabajador? En un mercado global altamente competitivo, la productividad –si quieren, el rendimiento- es el único criterio válido.

¿Cómo definir el criterio de productividad? A diferencia del anacrónico registro horario, lo que cuenta, no son las horas trabajadas, sino los objetivos programados y alcanzados.

¿Que ello puede implicar una jornada laboral con alguna hora extra? Cierto. ¿Que ello puede implicar una jornada laboral que –a diferencia de lo que pretende el real decreto ley socialista- supone una distribución no regular de la jornada laboral? Cierto. ¿Y?

Dicho lo cual conviene añadir lo siguiente: los trabajadores con mayor actitud y aptitud no trabajarán más horas de la cuenta para alcanzar los objetivos marcados. A menos que voluntariamente decidan alcanzar nuevos objetivos a cambio –obviamente- de una remuneración más sustanciosa. 

El criterio de productividad beneficia al empresario -producción a precio competitivo que permite aumentar ventas-, al trabajador -mejor remuneración-, a la sociedad -aumenta la producción, el consumo y la posibilidad de nuevos empleos- y al Estado -recauda más impuestos-.      

Y, last but not least, incentiva a las empresas obsoletas, así como a los trabajadores no productivos que cobran salarios bajos o tienen dificultades para encontrar empleo, a buscar su lugar en una economía competitiva. O eso o la desaparición. O eso o el desempleo.

La productividad

Conviene señalar que el criterio de productividad tiene dos poderosos enemigos:

1. Los gobiernos de izquierda que se empeñan en redimir a los trabajadores reduciendo sus posibilidades de progreso con la excusa de limitar los beneficios del capital.

2. Los sindicatos de clase que solo representan a los trabajadores instalados –a la manera de los funcionarios- en la comodidad de unos contratos indefinidos.      

El antídoto: adiós a los convenios colectivos y bienvenidos sean los contratos individuales entre la empresa y el trabajador en función de la actitud, la aptitud y la productividad.