El catalanismo no ha muerto, pero espera un portavoz

El catalanismo, el que apuesta por la negociación y el acuerdo, puede tener un papel crucial siempre que cuente con representantes que se arriesguen

Con el inicio el proceso soberanista, los intelectuales que le han dado cobertura consideraron que el catalanismo había muerto, ese catalanismo que se explica, como apunta Jordi Font, como “el diferencial entre la nación catalana, reencontrándose a sí misma en el espejo de la revolución industrial y el Estado español, hecho a la medida de la nación castellana y de un imperio ya en decadencia”. Y pareció, sí, que todo había pasado al baúl de los recuerdos, y que el independentismo, como corriente central, sería el nervio que apuntalaría Cataluña en los próximos años.

Es cierto que la sociedad catalana se ha desplazado hacia esas posiciones soberanistas, por distintas razones, pero el catalanismo sigue ahí, como un espacio que desea establecer acuerdos, que huye de las decisiones traumáticas, y que sigue entendiendo que lo más eficaz para la sociedad catalana en su conjunto es lograr cambios en España para conseguir una posición mejor en el mundo globalizado.

El catalanismo sigue ahí, con el objeto de establecer acuerdos, huyendo de decisiones traumáticas

Un empresario e inversor, que ve las debilidades y aciertos en las distintas posiciones que se han establecido en el debate soberanista, asegura que Cataluña tiene un problema serio con Madrid, porque las elites político-financieras de la capital española no quieren perder poder. Pero que la solución, además de seguir peleando por ese reparto de poder, pasa por influir en Europa, por atraer inversiones y agencias europeas para que se instalen en Barcelona, y que la opción que se debe seguir es la que se ha impulsado para lograr la Agencia Europea del Medicamento.

Es decir, perteneciendo a España, y con una elite política, académica y empresarial muy preparada, Cataluña tiene un enorme futuro si sabe jugar todas sus bazas. Pero no buscando una ruptura, porque no existe una mayoría para ello, y porque la sociedad catalana no quiere asumir riesgos, viviendo, como vive, con unas cotas de bienestar –siempre teniendo en cuenta el problema de la desigualdad– que hacen del todo imposible comparar la situación con los proyectos de independencia que se hicieron realidad en los países bálticos –como aún mencionan algunos independentistas irredentos.

La cuestión central es que ese espacio no tiene por ahora un portavoz, o un representante claro, aunque todos los partidos pretendan hacerse con ese espacio. En algún momento, el proceso soberanista acabará en unas elecciones al Parlament, haya o no una declaración de independencia, y dejando claro que el Gobierno no tolerará esta vez la celebración de un referéndum. Y todo pasará por la suma de mayorías. Si el bloque que ahora forma ERC con el Pdecat pierde la mayoría absoluta –la situación de la CUP es otra cosa– se iniciará una nueva etapa en la que el catalanismo tendrá, otra vez, un papel esencial.

El PSC que lidera Miquel Iceta, muy reforzado tras la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, está llamado a ocupar ese espacio catalanista, con un papel determinante para inclinar mayorías y contribuir a la gobernabilidad. Los socialistas, sin embargo, no pueden dejar de lado su apuesta ideológica, de centro-izquierda, por lo que queda un flanco sin cubrir.

El Pdecat de Pascal busca un lugar bajo el sol, pero no se aparta del derecho a decidir

Ese flanco, precisamente, es el que quiere representar el Pdecat de Marta Pascal, que está haciendo lo imposible por sacar la cabeza, y no verse aplastada por las maniobras de Artur Mas y de sus fieles. Sería el catalanismo ‘burgués’. Pascal desea mantener la apuesta ideológica de la antigua Convergència, un centro-derecha liberal, que defienda un modelo de sociedad, con las reformas que sean necesarias, que sea identificable de nuevo por clases medias, profesionales liberales, empresarios de pequeña y mediana empresa. Sin embargo, Pascal no se aleja del independentismo, apuesta como nadie por un referéndum que no se vislumbra ni a corto ni a medio plazo. Sigue enganchada a la idea del derecho a decidir.

Es en esa tesitura, en la que el movimiento Lliures, que se convertirá en un partido político a partir de su congreso fundacional en junio, aspira a representar ese espacio, para que el catalanismo recupere el flanco del centro-derecha liberal sin el señuelo de una independencia que, supuestamente, está a punto de alcanzarse. Es esa idea la que mueve a sus impulsores, Antoni Fernández Teixidó y Roger Montañola.

Otro movimiento es Portes obertes al catalanisme, que busca infuir en un espacio central, con miembros que proceden de Unió Democràtica y del PSC, y que desearían que el catalanismo, con acentos distintos, fuera de nuevo el gran catalizador de los deseos de progreso y de mejora de la sociedad catalana. Todo eso, ¿puede cristalizar en una oferta electoral, en una plataforma de apoyo a otro partido?

El catalanismo ‘burgués’ puede despertar a los catalanes que quieren ya un gobierno que gobierne

La inteligencia de los impulsores de esos movimientos será crucial para que el ciudadano pueda tener una opción catalanista, –no independentista ni engañada de nuevo por el derecho a decidir–, en las urnas cuando se convoquen las elecciones.

Porque lo que es indiscutible es que, a pesar de los cambios siempre latentes en toda sociedad, Cataluña no ha cambiado de forma trascendente en los últimos cinco años. El independentismo ha logrado un éxito innegable, con un léxico propio, con una estética única, y las generaciones más jóvenes crecerán con ese deseo incorporado a su corpus político, pero más de la mitad de la sociedad catalana espera ya que el Govern de la Generalitat gobierne, como se quejaba amargamente Josep Maria Bricall en una entrevista en Economía Digital. Que gobierne, discuta y acuerde con el gobierno central, sea del color que sea.Todos los votantes tendrán la última palabra, pero para que puedan decidir debe existir la oferta.