El desembrollo madrileño

El voto a Isabel Díaz Ayuso tiene, hasta cierto punto, un socaire negacionista, que puede repetirse en futuras elecciones, en las que se imponga el candidato digamos "escéptico"

Pues se acabó el festival en los Madriles. Sería de desear que ahora Gobierno y gobiernillos (quien lo tenga) se pusieran a gestionar lo que queda de país. Veremos.

El fin de fiesta fue de los que pasan a la historia. Lo digo por lo de Génova y por la espantá de Iglesias. Los demás bastante tuvieron con lamerse las heridas; o, en el caso de Mónica García, mantenerse en su actitud antihistriónica, que ha sido de agradecer.

Lo de la sede del PP, en trance de dejar de serlo, da para una de Almodóvar: “Todo sobre mi Ayuso”. La presidenta estaba que se salía. En plan totalmente chulapa de género muy chico, con un ligeramente acogotado Casado, a quien permitió generosamente estar a su vera, vivió unos minutos de gloria, a los que no creo que ni la propia homenajeada vea excesiva continuidad.

Ahora bien, justo es reconocer que ella, o más bien sus asesores, han acertado en el tempo. Agotar la legislatura, hasta que la pandemia solo fuera un recuerdo (esperemos), hubiera supuesto desaprovechar el capital acumulado por su política, digamos “liberal”, de aislamiento.

Un rotativo británico, en vísperas de las elecciones, no dudaba en calificar la posición de Ayuso de única, por escéptica en cuanto a gestión de la crisis sanitaria, en el contexto europeo, semejante a la de algunos gobernadores de los EEUU. Sin lugar a dudas dicha posición ha funcionado, al menos a efectos electorales.

Su victoria ha superado en mucho lo predecible. Me inclino a pensar que ese éxito no cabe más que interpretarlo como un bluf coyuntural pero, o mucho me equivoco, o si en los muy próximos meses, en cualquier lugar de Europa, cuando el recuerdo del confinamiento esté aún muy vivo, se convocaran elecciones, el candidato digamos “escéptico” daría una sorpresa. Y para explicarlo, en el caso que nos ocupa, no basta con recurrir al argumento de que se ha visto favorecida por los sufragios del gremio de la hostelería (¿tantos camareros hay en Madrid?).

Ayuso vivió la noche de la victoria en plan totalmente chulapa de género muy chico, con un ligeramente acogotado Casado, a quien permitió generosamente estar a su vera

El voto a la candidata del PP tiene, hasta cierto punto, un socaire negacionista. Ayuso había apostado por lo más primario, facilitando a la ciudadanía una salida diríase hedonista a la angustia latente. Se cuenta que en la Edad Media se celebraba el fin de una epidemia en términos orgiásticos. Pues bien, en Madrid se ha permitido, al menos simbólicamente, adelantar la celebración, con una oferta que ha trascendido los límites regionales e incluso nacionales.

Recuérdese el nuevo camino compostelano que ha llevado a gentes de diversos países europeos a correrla allí, con el consiguiente beneficio para los intereses productivos locales, que languidecían por doquier. Ha quedado pues claro que lo que prevalece es lo más primario, aunque peligre la vida del vecino o, incluso, la tuya. Es el botellón convertido en opción política, a despecho de que las estadísticas madrileñas, en lo referente a los resultados de la política sanitaria llevada a cabo, sean más que preocupantes.

Que conste que no estoy haciendo ninguna valoración ética del hecho y lejos de mi intención está calificar de “gilipollas” a los que han optado por Ayuso. ¿Desde cuándo las elecciones se deciden en función de los intereses objetivos de clase de cada votante? Simplemente, es lo que hay.

¿Es ésta la única razón del gran triunfo del PP? Por supuesto que no. Se ha contado con una serie de factores que han coadyuvado. Empezando por las ideas de un personaje como Iván Redondo, que si le dejan acabará con gobierno y partido; la “brillante” campaña de Don Tancredo Gabilondo, que pasó de desmarcarse de UP a unirse a su “frente antifascista”; la actitud mendigante de Edmundo Bal y, primordialmente, la irrupción de Pablo Iglesias.

Dicen que Iglesias ha salvado a su partido de la irrelevancia en la Asamblea. Su ridícula y patética llamada a combatir el “fascismo” ha conseguido, efectivamente, movilizar a sus incondicionales, pero sospecho que ha provocado una verdadera desbandada entre votantes de izquierda no afines, que se horrorizaban ante la posibilidad de otro gobierno de “coalición”, esta vez regional.

Desbandada en cierta manera reconocida por él, cuando en su despedida afirmaba que provocaba rechazo. Salvar los muebles de UP a cualquier precio, lo ha llevado a cabo como una pensada última actuación política, en cierta manera ya anunciada, y con rumores, no desmentidos, de que le esperaba una tentadora puerta giratoria, como a cualquier miembro de la “casta”.

Salvo sorpresas, hoy por hoy no va a haber en Madrid otra oposición verosímil que la de Mónica García, siempre y cuando Errejón se mantenga en una tesitura discreta, como ha hecho durante toda la campaña. Una oposición que, de entrada, se desmarca de la izquierda genérica, al proclamar su intención de representar la opción verde. No caigamos pues en un daltonismo político.