El «efecto Illa» no existe, idiota

Solo una Cataluña sumida en el pensamiento mágico del que escribió Gabriel García Márquez podía ver un golpe de efecto en poner a un nefasto gestor sanitario como candidato a la Generalitat

Catalunya, cuya capital como todo el mundo sabe no es Barcelona, sino Macondo, ha dejado de ser una realidad corpórea, con sus ciudades, sus pueblos y su mar mediterráneo,  para convertirse en una ínsula hiperbólica en la que diferentes relatos políticos compiten por alejarse de su gris realidad, construyendo historias mágicas para tratar de llevar el agua a su molino. Puro realismo mágico pero sin la mano de Gabriel García Márquez.

Solo en esta Catalunya mágica hubiera sido posible el nacimiento del procesismo y su consolidación como doctrina política mayoritaria.

Solo en esta Catalunya absorta hubiera sido posible la llegada al poder de un grupo de políticos elitistas, carlistones y reaccionarios sin provocar un levantamiento social.

Y solo en esta Catalunya lisérgica ha sido posible que prenda una idea tan estúpida como que el Salvador Illa, un político al que le cabe la honra de pertenecer al selecto club de los gestores más desastrosos de la crisis del coronavirus al lado de Boris Johnson, Trump, Bolsonaro y López Obrador, sea capaz de producir efecto alguno sobre el electorado más allá de las plumas y el alquitrán con los que solucionaban estos problemas en el salvaje oeste.

Solo en esta Catalunya lisérgica ha sido posible que prenda una idea tan estúpida como que el Salvador Illa, un político al que le cabe la honra de pertenecer al selecto club de los gestores más desastrosos de la crisis del coronavirus

Dejémoslo claro de una maldita vez, el cacareado “efecto Illa” no existe, es un relato político pergeñado desde el “ministerio de las ocurrencias” del palacio de La Moncloa, alimentado por una encuesta del CIS de Tezanos con más trampas que una película de chinos, y sorprendentemente extendido por una prensa palaciega tan acrítica como obsecuente.

Y voy a explicarles por qué:

En primer lugar reconozcamos lo evidente, Salvador Illa es mejor candidato que un carbonizado Miquel Iceta, su obscena ocupación de espacios televisivos durante la gestión de la crisis del COVID le han convertido en un personaje familiar para la gran mayoría de los españoles ( y consecuentemente de los catalanes), lo que unido a un talante cordial y dialogante ha obrado el prodigio de convertirlo en el segundo ministro más valorado del gabinete Sánchez.

También es cierto que una botella de Fairy medio vacía sería mejor candidato que el actual Miquel Iceta, pero esa ya es otra historia.

El «truco del almendruco que se han tragado la mayoría de medios»

Donde reside el truco del almendruco que se han tragado enterito la mayoría de los medios y que hubieran podido solucionar con un simple vistazo a los resultados de las anteriores elecciones generales es que sin Salvador Illa, el PSC ya ha sido el segundo partido más votado en Catalunya.

Sí, sí, como lo oyen, los socialistas catalanes, sin Salvador Illa, ya fueron capaces en las dos pasadas elecciones generales de colocarse en segunda posición, tras ERC, y adelantando a Junts per Catalunya, Podemos, Ciudadanos y demás hierbas autóctonas.

En las elecciones del 28 de Abril de 2019  lograron 958.343 votos y a punto de superar a ERC que consiguió amasar 1.015.355, mientras que en la repetición electoral de pocos meses después llegaron a los 794.666 por los 874.849 de los republicanos.

Si, ustedes me dirán que no se puede comparar elecciones generales con autonómicas, y en otro contexto yo podría estar hasta de acuerdo, pero en las actuales condiciones políticas y siendo estas dos referencias las más cercanas en el tiempo, deben ser estas y no otras las que tomemos como referencia.

Por tanto, queridos amigos, no se dejen engañar, de efecto Illa nasti de plasti, donde estamos es en una recuperación del statu quo catalán tradicional, un escenario en el que el PSC es casi siempre el segundo partido más votado en las elecciones.

Con Illa o sin Illa.