El populismo salarial

La subida del SMI frena la creación de empleo, reduce la contratación ya existente y disminuye el número de horas mensuales trabajadas

El Gobierno aprueba la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y, como si de un reflejo condicionado se tratará, me acuerdo de Platón y San Pablo

Del Platón que entiende la ignorancia como el “creer saber, cuando no se sabe nada”. Una ignorancia que es la “causa de los errores que comete nuestro pensamiento”. El resultado: vivir engañados en asuntos de gran importancia. Lo peor de todo: no darse cuenta de ello y creer que “no se necesita el verdadero conocimiento”.  

Del San Pablo que pronuncia la conocida sentencia que reza así: “El querer está a mi alcance, el hacer el bien, no”. Prosigue: “De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”.         

¿Qué tienen que ver Platón y San Pablo con el SMI? Mucho. Si encadenamos las ideas de uno y otro, obtenemos la siguiente sentencia: la ignorancia de un gobierno, que se engaña a sí mismo y a los demás,  y no reconoce el error, le conduce a hacer el mal cuando querría hacer el bien.   

Traducción económica de la sentencia anterior: la subida del SMI, con la buena intención de mejorar la calidad de vida de los trabajadores con menos recursos económicos, puede empeorarla.

Y ello, porque se desconoce  — se ignora, diría Platón —  que tal subida:

1) Puede desincentivar el desarrollo individual y profesional de determinadas personas al reducir su afán de superación o búsqueda de un nuevo trabajo,

2)  Puede lesionar los intereses de determinados colectivos con dificultades –baja productividad o competitividad- para encontrar empleo  — trabajadores poco cualificados, jóvenes, mujeres, migrantes, discapacitados —  que se verán abocados al desempleo por culpa de un salario mínimo interprofesional con tendencia al alza.

Por lo demás, el SMI  — base de cálculo del salario en general — , al aumentar de año en año, suele implicar un aumento automático de todos los salarios que puede traducirse en la no creación de nuevos empleos o en la destrucción de los ya existentes.

Sería recomendable que los políticos pusieran entre paréntesis la ideología que les hace ignorantes

La ignorancia a la manera de Platón, así como la limitación y la debilidad humanas a la manera de San Pablo, nos lleva a lo peor queriendo hacer lo mejor.

¿Cómo abandonar la ignorancia que denuncia Platón? ¿Cómo alcanzar el bien que anhela San Pablo? ¿La educación que propone el filósofo de Atenas (o Egina)? ¿La fe que predica el apóstol de Tarso? No es fácil llegar a la autoconsciencia o al alumbramiento que reclama el filósofo. No es fácil abandonar la ley de la carne y del pecado que pide el apóstol.

Lo más recomendable sería que el político  — por un instante —  pusiera entre paréntesis la ideología que les hace ignorantes o se olvidara de las próximas elecciones que le nublan la percepción de la realidad.

Hecho lo cual, el político debería prestar atención a los estudios y recomendaciones de los servicios de estudios de, por ejemplo, el Banco de España y otras instituciones y analistas que son buenos conocedores del asunto.

Si eso hicieran, llegarían a la conclusión de que la subida del SMI  — sobre todo, un aumento del 22% como es el caso —  frena o modera la creación de empleo, reduce la contratación ya existente, disminuye el número de horas mensuales trabajadas de algunos colectivos, restringe la inversión del empresario en materia de formación para ahorrar costes, sustituye el trabajo no cualificado por el cualificado.

150.000 puestos de trabajo en peligro

Según el Banco de España, la actual subida del SMI podría suponer la pérdida de 150.000 puestos de trabajo. A ello, habría que añadir el posible aumento de la economía sumergida y el probable incremento de precios con la consiguiente pérdida de competitividad y lo que eso implica.

¿Hay que corregir injusticias y bajos salarios? Sí. Pero, en una sociedad abierta y competitiva como la nuestra, el populismo salarial  — vuelvo a Platón y San Pablo —  empeora la situación. Quizá habría que andar la senda de los incentivos fiscales o laborales.   

El infierno está empedrado de buenas intenciones de la cuales el político –sobre todo, el populista- suele obtener sus réditos. Por eso, pasa lo que pasa.