Grecia o el cuento de nunca acabar… ¿quieres que vuelva a empezar?

Las negociaciones entre Grecia y la Troika –ya ha pasado a la historia la frontal oposición de Grecia a aceptar la terna negociadora– han entrado en un nuevo impasse.

El equipo del FMI ha vuelto a Washington afirmando que hay diferencias importantes y que el acuerdo está lejos. Estas diferencias incluyen el objetivo de saldo fiscal primario, la reforma del IVA y la reducción del gasto en pensiones (10% del PIB frente a una media del 2,5% en la eurozona).

Las posturas de partida de las partes, a día de hoy, son irreconciliables ya que, mientras las autoridades europeas consideran que Grecia necesita ajustes adicionales (austeridad) y reformas estructurales bajo supervisión externa, el gobierno griego fue elegido con un mandato: mantener al país en la eurozona, pero sin más austeridad ni supervisión exterior.

La idea de mantenerse en el euro, que de acuerdo a las últimas encuestas respalda el 74% de la población, tiene todo el sentido. Dejar el euro podría suponer el colapso de la economía griega, dado que conduciría a una reestructuración desordenada de la deuda pública griega, a la insolvencia del sistema bancario y de las empresas expuestas al riesgo de cambio, a una espiral de inflación y devaluación de la nueva moneda, a graves problemas con el sistema de pagos y a una profunda recesión.

La situación de liquidez de la economía griega es ya extrema. El 30 de junio tiene que afrontar un pago de 1.500 millones de euros al FMI y Grecia no se puede permitir el lujo de no cuidar al organismo de Lagarde ya que éste sería el candidato a prestar apoyo a Grecia en el caso de que saliera del euro.

Además, entre julio y agosto hay un pago importante al BCE por valor de 6.700 millones de euros y, si ya es dudoso que Grecia disponga de fondos para pagar a fin de mes al FMI, los sueldos de funcionarios y las pensiones, no parece verosímil que pueda afrontar el pago al BCE sin un acuerdo que permita liberar los 7.200 millones que restan del programa actual y cuya vigencia, si no se extiende, acaba el 30 de junio.

Así pues, la reunión de los ministros de finanzas del eurogrupo el próximo 18 de junio es –una vez más– muy importante. No hay que olvidar que una vez alcanzado el acuerdo tiene que ser refrendado por los parlamentos de algunos países acreedores y de la propia Grecia.

En todo caso, si no hay acuerdo a fin de mes, incluso si no lo hay en unas semanas más allá y Grecia no paga al FMI o al BCE, Grecia podría seguir en el euro. Y, en todo caso, su salida no sería inmediata. No solo están los periodos de gracia, sino que los Tratados no contemplan la salida del euro y eso tomaría su tiempo.

Entretanto, Grecia estaría en una situación muy complicada. No podría satisfacer sus obligaciones externas de pagos y es probable que se viera forzada a afrontar sus obligaciones de pago internas con la emisión de pagarés o anotaciones que no son exactamente una moneda y el sistema bancario podría ser objeto de un corralito y de controles de cambios para evitar salidas de depósitos y capitales.

Con todo y como la esperanza es lo último que se pierde, miembros del eurogrupo han expresado su confianza en que en algún momento, idealmente antes de que la situación se complique hasta ese punto, se alcance un acuerdo.

Para ello, se contempla la posibilidad de que el gobierno griego podría convocar un referéndum que les permita contar de forma explícita con un nuevo mandato que incluya el acuerdo en unos términos distintos a los planteados en las pasadas elecciones. Según las últimas encuestas, el 50% de los que contestaron se inclinan por aceptar la propuesta europea y el 37% defiende la postura de su Gobierno.

Las autoridades europeas también afrontan una situación compleja. La Unión es un proyecto de integración política en donde las consideraciones económicas no son las únicas. Además, aceptar que la Unión Monetaria tiene una puerta de salida, tendría costes enormes sobre la credibilidad de la Unión y también los costes económicos y financieros de una magnitud y alcance difíciles de prever, aunque ello no deba significar que la UE vaya a aceptar la permanencia de Grecia a cualquier precio.

Así las cosas, la posición de las autoridades europeas ha de ser quizá más realista y parece razonable evitar fijar objetivos que los griegos puedan aceptar aun a sabiendas de que son imposibles de cumplir en el actual marco económico e institucional. Pero objetivos como el de privatizar por valor de 50.000 millones de euros o de aumentar la recaudación a niveles tan elevados como los contemplados en anteriores acuerdos, no parecen ser un camino para el éxito. En ese escenario, una reestructuración profunda de la deuda griega es una opción a considerar.

Llegados al punto actual no es posible descartar ninguna alternativa, cobrando fuerza la idea de que es más que probable que Grecia permanezca en el euro, aunque ello no signifique que todo pueda resolverse en unas semanas, sino que haría falta un tercer programa a partir de junio (o septiembre si se extiende el actual) para afrontar los vencimientos de deuda y seguir con las reformas.