La decisión de Pablo Iglesias

Iglesias mostrará en la campaña electoral la nueva guillotina con la que quiere acabar con la derecha y que también puede acabar con él, como ya le ocurrió a Robespierre

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante su última participación en un pleno del Congreso como vicepresidente segundo del Gobierno, el 24 de marzo de 2021 | EFE/CM
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante su última participación en un pleno del Congreso como vicepresidente segundo del Gobierno, el 24 de marzo de 2021 | EFE/CM

La decisión política de Pablo Iglesias de dejar la vicepresidencia del Gobierno de España es menos relevante que haber decidido presentarse como candidato a presidir la Comunidad de Madrid por Unidas Podemos.

Este movimiento refleja de nuevo la tradicional forma de la izquierda radical de encarar el poder, donde es más importante huir de él que asumir el desgaste que conlleva su ejercicio.

Recordemos que la izquierda radical más ilustrada de Europa, la francesa, ha reflexionado profundamente sobre las causas y comportamientos con los que el poder corrompe a todo aquel que lo gestiona.

El filósofo Claude Lefort, fundador de la revista Socialisme ou barbarie, observaba que “cuando un poder y algunos partidos, para acreditar mejor su legitimidad, ceden a las reivindicaciones que no están dictadas sino por el interés de una categoría simulando considéralas justas, precipitan la corrupción de la democracia”.

La marcha o huida de Iglesias del poder de la vicepresidencia debe leerse desde la lógica de la praxis revolucionaria ortodoxa, donde el acceso al poder es más deseable que mantenerse en él.

El argumento que se ha barajado para explicar su decisión se ha centrado en la imperiosa necesidad de Unidas Podemos de no quedarse sin representación parlamentaria en la Comunidad de Madrid, como ya ha ocurrido en Galicia, su desplome en el País Vasco y los pobres resultados en las elecciones catalanas.

En términos políticos este argumento es lógico, pero se vuelve menos claro cuando lo aplicamos a la decisión personal de Iglesias. Tras la apariencia de una acción audaz política aflora la necesidad de no quedar atrapado en el cuerpo del político que, al llegar a la cima del poder, abandona la causa que lo impulsó al mismo.

Resulta más estimulante para la imaginación del revolucionario enfrentarse al titán del totalitarismo que a luchar en un consejo de ministros cómo deben repartirse las ayudas europeas. La imagen/creación que busca proyectar Iglesias es que es más importante zafarse en la calle que en los despachos.

Iglesias quiere que el lema “comunismo o libertad” se convierta en lucha entre modelos de vida

La aparición política de Iglesias sobrevino tras las manifestaciones del 15M de 2011, donde se estableció la distinción entre todos aquellos que no ocuparan las plazas, considerados “la casta” contra la que había que luchar.

La “casta” ahora ha sido transformada en lucha contra el totalitarismo español, representado por PP y Vox, que corrompe la democracia española. Antes era “la casta” de los negocios y prebendas del poder; y ahora es “la casta” que quiere destruir con su ideología de derechas las conquistas sociales de la izquierda.

La candidatura de Iglesias a la presidencia de Madrid quiere salvar a su partido de una posible desaparición, resultado que han reflejado algunas encuestas. Pero lo que persigue principalmente es acabar con la ilusión de un posible entendimiento político entre izquierda y derecha para abordar las grandes reformas que deberá hacer España en los próximos años.

Con su movimiento audaz pretende establecer, paradójicamente, que el lema “comunismo o libertad” se convierta, no en lucha entre partidos, sino entre modelos de vida.

Busca profundizar en una España dual que se visualiza desde Unidas Podemos como el combate entre los que quieren derribar los derechos sociales con la corrupción política, el PP, y los que quieren profundizar en ellos para derrotar el poder totalitario.

La decisión tiene como objetivo conseguir que los ciudadanos alcancen el clímax votando, no para que les bajen los impuestos, sino para detener a la derecha.

La decisión política de Iglesias debe ser interpretada también desde el punto de vista de cómo éste se quiere ver reflejado en el papel del revolucionario que desprecia el poder real, la vicepresidencia del Gobierno, para que la revolución no se detenga.

Se une a este cálculo político un cálculo estético basado en mostrar un acto de sacrificio y heroico para salvar al pueblo. La campaña electoral en plena pandemia se dirimirá en los platós de televisión, donde Iglesias mostrará la nueva guillotina con la que quiere acabar con la derecha y que también puede acabar con él, como ya le ocurrió a Robespierre en la Revolución francesa.