La senyora Stendhal, un alegato contra el sectarismo

Rafel Nadal reclama el valor de la cultura para evitar el ánimo de venganza y defiende el silencio como arma de defensa en una novela pasional

Educación, valores, prudencia, y todo ello sin perder las convicciones. Rafel Nadal (Girona, 1954), dejó la actividad diaria del periodismo, –director de El Periódico de Catalunya– el que exige una batalla continua, para dirigir a sus personajes en novelas que cabalgan entre la ficción y la realidad logrando una literatura ambiciosa y efectiva.

Lo plasma en su última obra, La senyora Stendhal (Columna), un alegato contra el sectarismo, contra los prejuicios, contra lo que –aparentemente–, puede resultar claro, contra el blanco o negro, en un momento en el que, precisamente, se está abandonando el gris, sea en Cataluña, España o en toda Europa.

La señora Stendhal guarda oportunos silencios. Es la gran protagonista, una mujer, que pierde la guerra, la Guerra Civil, en un pueblo que Nadal dice situar entre Olot y Girona. Es hija de un profesor de filosofía, y eso es determinante. Pero lo es su propia condición: las mujeres aguantan, transmiten valores a sus hijos, tienen convicciones y luchan, sin aspavientos, sin alardes.

Lo que apunta Nadal, sin ningún tapujo, aunque ese no sea su único objetivo, es que los republicanos pudieron tener la razón, porque, al margen de los últimos trabajos de los historiadores, lo que hubo fue un golpe de estado frente a un Gobierno legítimo, frente a la República.

Pero hubo descontrol, hubo caos, y milicianos que se hicieron con el poder y asesinaron a cualquiera que estuviera relacionado con un orden burgués, religioso, tradicional. Nadal reclama que esa realidad también se explique, que también se condene con igual contundencia, porque supone, no ya un exceso en un momento de guerra, sino una bajeza moral, que se debe desterrar.

Nadal relata la historia de una mujer que lucha, pero se sabe derrotada

El padre de la señora Stendhal –Nadal recoge ese nombre porque lo francés sigue siendo en Cataluña y más en el territorio cercano a la frontera, un símbolo de la modernidad y de la educación, amén de representar la belleza en estado puro como comprobó en sus carnes el autor de La cartuja de Parma—lucha en las milicias, con los maquis, una vez ganada la guerra por el ejército fascista, pero se enfrenta a los alocados, a los que sólo quieren venganza y aprovechan los pleitos pendientes entre las familias de los pueblos para tomarse la justicia por su cuenta.

Portada de la Senyora Stendhal, de Rafel Nadal

A todos ellos, Dídac Stendhal trata de frenarles, sin éxito.

La historia final es sorprendente. Y tiene que ver con los silencios. Y con la necesidad de que cada individuo tenga un criterio propio, a partir de lo que sabe e intuye, pero también a partir de lo que sabe que desconoce.

La señora Stendhal guarda verdades que serán trascendentes para otro de los protagonistas de la novela, Lluc. Pero quería que él mismo fuera hallando las respuestas en el camino, fruto de esa convicción en la educación, en los valores.

Lluc se venga por lo ocurrido en la guerra. El lector comprobará hasta qué punto podía o no haber actuado de diferente manera.

La novela de Nadal reclama que también se expliquen los excesos de los milicianos

Nadal entra de lleno en un debate muy actual sobre la necesidad de recuperar, hasta el último detalle, la memoria colectiva. La individual nadie la pone en duda. ¿Pero hasta dónde se llega con la memoria de los pueblos?
El escritor y reportero de guerra David Rieff acaba de publicar Elogio del Olvido, en el que reivindica que, en muchas ocasiones, lo mejor es seguir adelante sin preguntarse mucho que ocurrió en el pasado.

Apuesta por “la paz, antes que por la justicia”, aunque tiene claro que depende de cada caso, y que en España, con una democracia ya asentada, es posible explicarlo todo y desde todos los bandos. Pero se pregunta si en casos como en el País Vasco eso será posible, con dos comunidades que han vivido y viven de espaldas desde hace décadas. Lo importante es que hay paz, señala.

Nadal apuesta por contarlo, por explicar sucesos como los acaecidos en las comarcas de Girona entre el 18 de julio y el 31 de octubre de 1936, cuando los milicianos, que querían dejar claro al gobierno de la Generalitat que eran ellos los que habían tomado el mando, mataron a religiosos y a terratenientes, saqueando todo tipo de bienes.

En sociedades polarizadas, sin un colchón social, el choque es inevitable

Lo que explica, como también han narrado otros escritores como Bernardo Atxaga, es que con la Guerra Civil se desataron todas las contiendas que existían en los pueblos, en una sociedad, la de entonces, polarizada, en el que, precisamente, se echaban de menos los grises, porque esa clase media que ejerce de colchón, era demasiado débil y poco numerosa.

Esa clase media que representa la señora Stendhal y su padre Dídac, la que representa una sociedad educada y formada, con convicciones y valores, que huye de las venganzas y los prejuicios.