Los políticos presos deseaban volver a la cárcel

La aplicación del tercer grado era una estrategia para que la fiscalía recurriera y el independentismo pudiera victimizar otra vez

Quim Torra no ha ido a la Conferencia de Presidentes de La Rioja. Es un error por su parte: acudir no es reforzar la idea de la unidad de España, sino todo lo contrario. La cumbre afianza el principio de cogobernanza, diluye a España y crea una sensación de Imperio Austro-Húngaro, una especie de Confederación donde el único nexo común es la Corona.

Además, para Torra el viaje hubiera sido un alivio. Hasta La Rioja hubiera cruzado Aragón y la propia comunidad riojana y podría haber escuchado en la radio los diversos brotes de Covid que sufren las comunidades limítrofes a Cataluña.

La única diferencia es que Lambán y Andreu intentar atajar la situación y, en cambio, Torra está en otra cosa: descalificar a los tribunales de justicia, atacar y multar al arzobispo, e insultar al Rey. A ojos de Torra, todos han cometido el mismo delito que no es otro que ser poco adeptos a su causa.

El ‘Sánchez-sistema’ de reparto

La ausencia de Torra a efectos prácticos es irrelevante. Sánchez ha anunciado y decidido que él personalmente determinará cómo se reparten los fondos europeos y así lo ha hecho saber en la cumbre. Es un sistema tan peculiar como poco democrático y arbitrario que permitirá dentro de unos días que Aragonès y Rufián (ERC) se reúnan con la vicepresidenta Carmen Calvo y se lleven, ni que sea de palabra, lo que Sánchez graciosamente haya decidirlo darles, que será mucho, porque a cambio él se ganará su voto para los presupuestos generales del Estado en 2021.

En la cumbre autonómica se habrá hablado de casi todo menos del reingreso en prisión de parte de los políticos independentistas, que habían sido pseuliberados por las autoridades penitenciarias catalanas, comilitantes de los presos liberados de forma exprés en clara prevaricación.

El porqué del tercer grado

Al lector poco introducido en el alambicado mundo separatista les podrá parecer extraña la afirmación de que los presos deseaban volver a la cárcel. Incluso les sorprenderá saber que la aplicación del tercer grado que les permitía pasar todo el tiempo fuera de la penitenciaría e ir a dormir allí solo 4 días por semana era una estrategia pensada precisamente para que la fiscalía recurriera tan obvia arbitrariedad jurídica y así ellos, una vez más, poderse victimizar y bramar contra España, los jueces franquistas, los fiscales torturadores y los medios de comunicación sicarios de la España no desfranquizada de la que tanto habla Torra en sus discursos cuando Pedro Sánchez visita Barcelona.

La estrategia de salir de la cárcel para volver a entrar, un ardid parecido al que se lleva a cabo cuando se avería un ordenador, no ha dado un gran resultado, dado que el independentismo no ha caído en la cuenta que el problema ya no es si entran o salen de la celda, sino la pérdida de interés de parte de la sociedad en su devenir personal y político.

Urkullu fue el invitado sorpresa a una cumbre a la que no quería asistir, y eso que se la habían puesto al lado de casa. El lehendakari había respondido a la campaña de promoción del libro de Puigdemont dando a conocer los apuntes de las gestiones que realizó esos días para mediar entre Rajoy y el expresidente prófugo.

Algunos creerán que Urkullu es equidistante entre Rajoy y Puigdemont, y así es, pero esa equidistancia en tiempos de Pujol hubiera sido inimaginable. El separatismo está, según declara él mismo —dado que la encuesta del CEO de la Generalitat es tan poco fiable como el CIS de Tezanos— 9 puntos por debajo del «no» a la independencia en Cataluña, su peor dato de la serie histórica. Y Urkullu, Armengol, Puig y Chivite si le han visto no se acuerdan.          

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