No frenar a la voraz Ayuso

Los desmarques de Ayuso, mucho más extrema que el discurso marcado por Casado son un intento menoscabar la posición del líder del PP

La ganadora de las elecciones a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, acompañada por el presidente del PP nacional, Pablo Casado. EFE/Zipi.

No otra debería de ser la prioridad del presidente de los populares. Tal vez lo sea, pero incluso en este caso no va a ser fácil ponerla en una tesitura des de la que no le incomode y le desacredite sin tregua.

No difícil sino tal vez imposible, visto lo visto y oído lo oído en los últimos días. Veamos. La presidenta madrileña metió la pata a sabiendas apelando al rey en el tema de los indultos. Sin decirlo a las claras, le invitaba a no firmarlos bajo pena o sospecha de colaborar con quienes pretenden destruir España.

Casado no tuvo otro remedio que poner las cosas en su sitio, trasladar toda la responsabilidad a Pedro Sánchez y exonerar al monarca del embarazo creado por las desmadradas palabras de la flamante investida como presidenta de la comunidad madrileña.

Sin embargo, y como todos saben, en vez de amilanarse y darse por llamada al orden, se mantuvo en sus trece, con una ligera variante en la que involucró a la Casa Real y a su jefe de filas: los indultos, la imprescindible firma sancionadora de Felipe VI, son una trampa en la que el jefe del estado no debería caer.

Además y por si fuera poco, añadió como si tal cosa que ella y Casado están de acuerdo en eso, a fin de no dejarle margen de discrepancia. Pero Casado, amilanado, en vez de llamarla severamente al orden, calló, y ya se sabe que quien calla otorga.

Naturalmente, se trata de una doble convocatoria a la rebelión constitucional, proclamada y reiterada por Ayuso a sabiendas de que en la Zarzuela no van a hacerle caso. Ni siquiera se han planteado desatar una crisis y convertir al rey en un ariete contra el gobierno legítimo.

Si el monarca se negara a firmar, o siquiera si expresara el más ligero desacuerdo con la medida de gracia, estaría poco menos que obligando a Pedro Sánchez a dimitir o en su caso a retirar la medida, con lo que se acabaría el principio fundamental de que el rey reina pero no gobierna.

La firma del rey es tan preceptiva como obligatoria, al igual que sucede con tantos otras decisiones gubernamentales y leyes promulgadas. Es un mero formalismo al que nadie presta ni debe de prestar atención. Pero al señalarle y conminarle a rebelarse contra una decisión gubernamental, Ayuso convierte la firma en un acto con trascendencia política: si accede a firmar, señal que está a favor o no se atreve a oponerse.

Por ello, en la Zarzuela deben de ser muy conscientes, al igual que cualquier político que no se chupe el dedo, de que Ayuso ha roto el pacto vigente de no agresión contra la institución monárquica, reforzado incluso como respuesta a los escándalos protagonizados por el rey emérito.

El paso dado por Ayuso contra la neutralidad política del rey es algo insólito. Nadie la ha seguido por ahí, puesto que todos saben que con la monarquía no se juega, pero el hecho mismo de cruzar este Rubicón es tremendamente indicativo de la voracidad, e incluso la ferocidad de Ayuso.

Destaquemos ahora la abismal diferencia entre el discurso de Casado y el de Ayuso sobre los indultos. Para el presidente de los populares, tal como expresó en la reunión del Círculo de Economía, se trata de una medida que va a traer frustración y melancolía. Algo negativo pues pero sin grandes consecuencias más allá del estado de ánimo de los independentistas.

En cambió, según proclamó Ayuso en el solemne discurso de su toma de posesión, los indultos no son solo algo anticonstitucional sino inmoral. Un hecho por completo inadmisible que justificaría cualquier tipo de reacción contraria.

No es cuestión aquí de dar la razón a Pedro Sánchez, a Pablo Casado o a Isabel Díaz Ayuso. Se trata tan solo de analizar y dejar claro que lo de Ayuso no es una discrepancia puntual sino el inicio de un camino cuya intención es llegar a la cima mediante la reconversión de la ascensión de Casado en un calvario que culmine en crucifixión, por blandurrio.

Sin su finura ni su sentido del humor, Ayuso toma por modelo a Boris Johnson, si bien anda muy lejos de su talla política. Johnson no escondió jamás sus ambiciones, pero supo esperar el momento del asalto.

Ayuso, en cambio, ha dado inicio demasiado pronto a su ataque. Tengan por seguro que no va a perder ocasión de erosionar a Casado marcando siempre que se presente la ocasión una línea mucho más dura para el PP, que intentará alejar al partido del centro para aproximarlo a Vox, con quien se dispone a gobernar tan ricamente y sin discrepancias de fondo.

Ahora que Pedro Sánchez ha conseguido acallar las voces socialistas contrarias a los indultos, Casado ha tenido que sufrir y aguantar como ha sido Ayuso y no él quien marcara la posición del PP en una exhibición exitosa de liderazgo alternativo.

El bastión conquistado por Ayuso con tan buen resultado es una fortaleza que la inmuniza ante cualquier ataque o contraataque y desde la que puede permitirse lanzar impunemente todos los obuses que desee y contra quien le parezca. Su voracidad es tanta que Casado no tiene otro remedio que parapetarse y aguantar tantos proyectiles como Ayuso le dirija.