Aunque lo diga Sánchez

Pedro Sánchez encadena ya –autonómicas, generales y europeas- tres derrotas consecutivas sin paleativos. ¿El declive del sanchismo? Sí. ¿La derrota del sanchismo? No

Llegados a este punto de la legislatura, son pocos los que se atreven a negar las pésimas relaciones que Pedro Sánchez mantiene con su palabra. La duda surge cuando se intenta averiguar la razón por la cual el incombustible presidente, diestro en la mentira y el engaño, aguanta en el poder, ya sea gracias o a pesar del resultado de las elecciones europeas.

Una hipótesis plausible, al respecto: en primer lugar, Pedro Sánchez se mantiene en el poder gracias a la campaña publicitaria –si quieren, la táctica y la estrategia diseñada para ello- implementada por el personaje y los medios afines así como a la falta de escrúpulos del señor Presidente; en segundo lugar, se mantiene en el poder gracias al síndrome de Zelig que ha generado el sanchismo y a la insuficiente respuesta crítica de la ciudadanía.

Foto: Eduardo Parra / Europa Press

El Departamento de Discurso y Mensaje de la Moncloa y los medios afines

Más allá de la Unidad de Comunicación con la Ciudadanía – adscrita al Gabinete del Presidente del Gobierno-, hay también un Departamento de Discurso y Mensaje, que valora, selecciona, planifica y articula los discursos y mensajes que el Presidente traslada a la ciudadanía. Unos 50 empleados estajanovistas que trabajan en la fábrica de argumentarios instalada en la Moncloa.

Los frutos –entre otros- de la fábrica de argumentarios: “muro”, “ultraderecha”, “con más fuerza si cabe”, “fachosfera”, “bulos”, “fango”, “máquina de fango”, “como un cohete”, “cartas a la ciudadanía”, “¡Pedro, Begoña, estamos con vosotros!”, “Begoña, Begoña”, “Free Bego” o “no pasarán”.

Todo ello, encuadrado en el marco de la polarización y en el descarado desafío, de corte trumpista, a la Justicia. Un argumentario netamente orwelliano que obedece a la consigna que aparece en el 1984 del escritor británico: “La ignorancia es la fuerza”.

A la fábrica de argumentario hay que añadir un Departamento de Comunicación Institucional del que cuelga la Unidad de Publicidad Institucional. El detalle que retener: el Gobierno acordó (2023) un presupuesto de 440 millones de euros para la compra/contratación de espacios en medios de comunicación privados con el objeto de difundir las campañas de publicidad institucional.

¿Quiénes son los beneficiados? La transparencia brilla por su ausencia, porque no suelen darse los datos y el Gobierno tampoco suele contratar de forma directa, sino a través de intermediarios. El Departamento de Discurso y Mensaje elabora la verdad sanchista –las tablas de la ley del presidente- y los medios afines se hacen eco. Todo cuadra.

A ello –se avanzaba antes-, añadan la falta de escrúpulos de un personaje egocéntrico y ambicioso –probablemente, víctima del síndrome de hubris o del síndrome de la arrogancia o del síndrome de la soberbia- que busca el éxito a cualquier precio para así alcanzar y conservar el poder. Para Él y para ello, todo vale.

Un ejemplo: la impunidad a cambio del poder que obtiene con la ley de amnistía. Otro ejemplo: un par de cartas melodramáticas para aumentar una ventaja electoral o para reducir una derrota electoral. El colofón subliminal: “Están investigando a Begoña. Vota Sánchez”.

El síndrome de Zelig

Dicho síndrome –solo se conoce un caso, no se define como enfermedad ni como trastorno mental y no debe confundirse ni con la amnesia disociativa ni con el trastorno límite de personalidad- se caracteriza por una alteración pasajera de la personalidad relacionada con el medio ambiente en que se manifiesta.

En síntesis –a modo de ejemplo-, el afectado, ya sea el individuo o la masa, se mimetiza con singular rapidez y naturalidad según la situación: si está con arquitectos se transforma en arquitecto, si está con informáticos se transforma en informático y si se enfanga con la propaganda socialista acaba votando socialista. Porque lo dice Sánchez.

Dicho síndrome –en que se inspira la famosa película de Woody Allen- se caracteriza, entre otras cosas, por la falta de carácter y la dependencia del ambiente del sujeto, el cambio o variación de personalidad para ajustarse al ambiente, la atracción del nuevo rol y la necesidad de un modelo que imitar. La sentencia del Leonard Zelig de Woody Allen: “ser como los demás me da seguridad, quiero gustar”.

«La transparencia brilla por su ausencia, porque no suelen darse los datos y el Gobierno tampoco suele contratar de forma directa, sino a través de intermediarios»

Alberto Benegas Lynch –economista y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina-, comentando el Zelig de Woody Allen (El síndrome Zelig, edición El País Uruguay, 31/5/2020), habla de “dejar de ser para ser los demás. Hay pereza y temor por pensar distinto. Hay inseguridad y debilidad interior. La responsabilidad lo abruma, prefiere endosar las decisiones al grupo. Abdica de su persona y se incorpora a la manada. No tiene voz sino que es eco. Es inconcebible ir contra la corriente. Se masifica. Tiene que ser parte del coro. Es un masoquismo moral. Se entrega a la nada”.

Concluye: “estos personajes que padecen el síndrome Zelig, necesitan de un gurú, de un caudillo, de un líder puesto que son incapaces de liderar sus propias vidas. En gran medida los sistemas adoptados de nuestro tiempo se encaminan a la guillotina horizontal, es decir al igualitarismo donde en gran medida no se enseña a pensar sino a repetir”.

Vale decir que el artículo hace referencia a la situación del Uruguay de la época con el deseo de que el país “se aparte del síndrome Zelig”. Así acaba el artículo: “los partidarios de la sociedad libre observamos con atención el caso uruguayo, confiamos que con firmeza se apartará del síndrome Zelig”. Algo semejante ocurre hoy en España.

Los conejos en la chistera

El caso es que una parte de la ciudadanía acepta y asume los conejos que Pedro Sánchez saca continuamente de la chistera, que considera una insignificancia la sarta de mentiras y engaños del presidente, que no da importancia al indulto y amnistía de unos sediciosos que atentan contra el Estado de derecho y el orden constitucional con el único objeto de mantenerse en el poder, que cree que no tiene ninguna repercusión la quiebra de la división de poderes, que da igual que Begoña Gómez esté o no investigada por un supuesto tráfico de influencias o corrupción en los negocios. Lo único que importa es que la derecha no acceda al poder.

‘Match point’

Aunque lo diga Sánchez –“los resultados obtenidos del PSOE son magníficos”, afirma en la Red-, el PSOE en general, y él en particular, ha perdido la contienda electoral. Pedro Sánchez encadena ya –autonómicas, generales y europeas- tres derrotas consecutivas sin paleativos. ¿El declive del sanchismo? Sí. ¿La derrota del sanchismo? No. Pedro Sánchez resiste todavía, porque ha fagocitado a Sumar y a Podemos y porque cuenta con el apoyo de unos socios poco recomendables en el Congreso.

Si me permiten volver a Woody Allen, el partido ha llegado al match point. Por un lado, la autodenominada coalición progresista se resquebraja a marchas forzadas; por otro lado, algunos de los socios de la investidura –Junts, ERC y PNV- están de capa caída y –coge el dinero y corre- son de poco fiar. Más: la remontada del PSOE –penúltima mercancía publicitaria generada por la factoría de La Moncloa- brilla por su ausencia y los problemas –los casos Koldo y Begoña Gómez, por ejemplo- brillan por su presencia.

Más pronto que tarde, la pelota, que hoy se encuentra justo encima de la red, caerá a uno u otro lado de la pista. De la Oda a Charles Fourier de André Breton: “Tú que sólo hablabas de unir ya ves ahora todo está desunido/ Y patas arriba hemos vuelto a caer por la pendiente”.