Puigdemont pone a España en “modo avión”
El prófugo fugado a Bruselas ya ha dicho que la vocación de Junts no es la estabilidad de España
Hay algo profundamente español en eso de pagar por cosas que no usamos. El abono del gimnasio al que fuimos un solo día en enero; el robot de cocina que descansa, reluciente e inútil, en el armario; o ese curso online de inglés “para mejorar el currículum” que nunca pasamos del “level one”. Pero nada de eso se puede comparar al despilfarro nacional que supone mantener un Gobierno que no gobierna. Porque eso —exactamente eso— es lo que tenemos hoy: un Ejecutivo en modo avión, sin control parlamentario, sin capacidad de aprobar una sola ley, y sin el más mínimo propósito de bajarse del coche oficial.
Desde que Carles Puigdemont ha decidido retirar su apoyo, el Gobierno ha pasado a ser una especie de empresa sin producto, un teatro sin función. El prófugo fugado a Bruselas ya ha dicho que la vocación de Junts no es la estabilidad de España. Así que apoyó la llegada a la Moncloa de Pedro Sánchez porque sabía, porque se sabía, que eso traería inestabilidad, que es el objetivo final del independentismo. Y están en ello.
Sin presupuestos, sin mayoría, sin margen para adoptar medidas económicas, el país se mueve por inercia, sostenido únicamente por los impuestos de millones de contribuyentes que financian un aparato político que sigue funcionando como si nada hubiese pasado. Y lo hace con un coste descomunal.
Porque no hablamos solo de ministros y secretarios de Estado. Hablamos de un ejército de asesores, directores generales, altos cargos y personal eventual que depende directamente de un Gobierno que ha dejado de tener poder real. Todos ellos siguen cobrando —y bien— a pesar de que sus despachos ya no sirven para nada más que para calentar la silla. Es el gimnasio al que nadie va, pero con nómina pública.
Mientras tanto, el país entero permanece en pausa. No se aprueban leyes, no hay presupuestos, los proyectos de inversión se aplazan, las reformas se congelan. España vive bajo un Gobierno de cartón piedra que ocupa La Moncloa como si el tiempo no existiera, parapetado tras la excusa de la “estabilidad institucional” mientras todo sigue bloqueado. No hay gestión económica posible sin cuentas públicas, y sin gestión, lo único que avanza es el gasto corriente. Es decir, lo que cuesta mantener la maquinaria política en funcionamiento. Y si a esto le añadimos que el “modo avión” de Sánchez es, ni más ni menos, un “modo campaña electoral”, llegamos a la conclusión de que los españoles, todos, le pagamos a Sánchez la plataforma para seguir viviendo de nosotros “per secula seculorum”.
El Presidente del Gobierno y sus socios saben que el país está paralizado, pero nadie mueve un dedo para poner fin a esta agonía. El PNV, quién lo diría, se aferra al poder como si la democracia consistiera en alargar artificialmente la vida de un Ejecutivo zombi con tal de retrasar lo inevitable. Quizá porque sabe que ha llegado a una especie de punto sin retorno de apoyo al “sanchismo”, y que esa apuesta le acabará pasando una factura que aún no se imagina.
Financiamos ruedas de prensa vacías
Y mientras tanto, el contribuyente asiste, impotente, a este espectáculo de inmovilidad costosa. Pagamos a ministros que no pueden legislar, a asesores que solo recurren a Franco y la ultraderecha como comodín, y a altos cargos que no gestionan nada. Pagamos la luz del Consejo de Ministros, aunque ya no ilumine decisiones, y financiamos ruedas de prensa vacías donde se repiten promesas imposibles.
¿Y cuánto nos cuesta todo esto? En sueldos, dietas, vehículos oficiales, personal de confianza, asesores y los gastos derivados del funcionamiento de un gobierno completo, la cifra asciende a cientos de millones. Sin contar los sobres. Un dinero que podría destinarse a cualquier otra cosa: sanidad, educación o, al menos, a tapar algún agujero en la deuda pública. Pero no: se destina a mantener en pie una estructura sin alma, una administración que ha dejado de administrar.
La ironía es que muchos de los que hoy sostienen este Gobierno con su silencio o su voto ausente son los mismos que hace años clamaban contra el “bloqueo institucional” y la corrupción. Lo que entonces era “insostenible”, hoy les parece perfectamente asumible. Siempre que el sillón no se mueva, claro.
Sánchez no puede gobernar, pero sigue mandando; no tiene mayoría, pero conserva el BOE; no impulsa leyes, pero firma nombramientos. El país, mientras tanto, sigue pagando la factura de su resistencia. Y seguimos aguantando las ocurrencias electorales que solo buscan enfrentar a los españoles entre sí y que no se hable de la corrupción que carcome al PSOE, que es para lo único que parece servir la legión de asesores de este Gobierno.
Vivimos la misma pesadilla que cualquier cliente que quiere darse de baja de la compañía telefónica que contrató hace unos años. La suscripción parece imposible de cancelar y por más que llama, por más que insiste, solo consigue que le dejen el móvil en modo avión.