Resistirse al fin de la historia

Lo que se está intentando evitar es comprender que lo que está sucediendo en Ucrania no es una cuestión histórica, es un desesperado acto de resistencia para mantener viva a la Historia. Lo que sucede en Ucrania, pues, no es una cuestión histórica, es, a todas luces, una inmensa y global cuestión psicológica, y responde a la profunda debilidad existencial en la que estamos sumidos como especie y civilización.

El mundo espera un abrazo, un acuerdo, lo demuestra cada día el Sol, cuando sale, pero ¿qué individuo se va a negar su derecho a discrepar sobre ese abrazo? Su derecho a la diferencia. ¿Y qué individuo se va a negar a justificar su discrepancia? ¿Quién se niega a desplegar su relato para ser alguien? El individuo es un producto histórico, y como tal, necesita, sin descanso y como sea, pábulo para sostener su drama.

La Historia nos ha traído -acompañado, guiado, sobreexcitado, zarandeado, sacudido…- hasta el siglo XXI, pero da la sensación de que ni ella misma sabía dónde nos dejaba. Y es que en el siglo XXI ni ella tiene su lugar claro, ha perdido el cetro y la lucidez.

La múltiple simultaneidad y la simultánea multiplicidad, un presente continuo, multidireccional y avasallador, la han deslegitimado. Con absoluto descaro y desfachatez, somos capaces de hacer y deshacer la realidad; manipulamos la santidad del hecho a nuestro antojo, invalidando la fuente primera de conocimiento; nos despreocupamos del valor y resonancia de nuestras acciones porque sabemos que la banalidad imperante lo disolverá todo y a este día de usar y tirar le siguen más; a vista de todo el mundo descuartizamos la verdad y hacemos funcionar la conciencia hasta donde nos interesa.

El siglo XXI es un siglo consciente de sí mismo y eso lo ha desvelado. ¿Hay algo a lo que no se le vea la trampa hoy en día? La ultra-conciencia de sí mismo impide su inocencia y su integridad y coherencia. El relato de la Historia ya no sirve para vivir en el presente del siglo XXI. La Historia ya no sirve para explicar la actualidad porque el siglo XXI sólo acepta explicarse a sí mismo y rehúye cualquier servilismo: puede usar caprichosamente cualquier argumento para su pasajera reafirmación, ¿por qué atender a un orden?

La Historia ya no representa al mundo

Que en nuestro tiempo, pues, se enarbolen banderas y pasados cual si fueran certezas, no puede si no significar una ceguera y una sordera programadas, empujadas, adulteradas sobremanera. Utilizar argumentos históricos en nuestro siglo para entrar en la arena es una delicadísima operación que concita todas las toxicidades, porque, insistimos, la Historia ya ni pincha ni corta, está desbancada, ya no representa el mundo, a su pesar. Es imposible sostener convicciones hoy en día, hay que forzar la psique extraordinariamente para ello, planear y alimentar artificialmente y con fórceps y a diario una postura, para que se mantenga en pie. Hay que fingir ideales, mitos, ingenuidad, pasión para sostener una convicción hoy en día: hay que jugar a la enfermedad, y eso es muy peligroso.

Lo que sucede en Ucrania es una resistencia para mantener viva la Historia

Se insiste en revestir todo lo que está sucediendo en Ucrania de capas y capas de insalvable, fratricida y atávica complejidad y con ello lo único que se consigue es fortalecer el nudo, es decir, reafirmar la propia complejidad en aras de consolidar dicha complejidad; es decir, permanecer en el problema a través de la gramática de los problemas para asegurar la solvencia de la parálisis y de la catástrofe. Y es que lo que se está, a toda costa, intentando evitar es comprender que lo que está sucediendo en Ucrania no es una cuestión histórica, es un desesperado acto de resistencia para mantener viva a la Historia. Asistimos a la violencia extrema de los estertores de la Historia.

Soldados del ejército ruso, a bordo de un vehículo blindado de transporte de personal BTR-80, se dirigen hacia el centro de Ucrania. EFE/ Stringer

Al esfuerzo agónico por mantener a flote los argumentos, los relatos, rencores y glorias, la vigencia de la Historia: todo es válido para este propósito, la puerta abierta a toda irracionalidad posible, a toda actitud pueril. Se celebra el empecinamiento y la cerrazón. Acusar al mundo y al otro, resistirse a la madurez con uñas y dientes. Un antiguo espía de la KGB, como aquel empresario americano que devino presidente, está canalizando la agónica congoja de sabernos a las puertas del fin de la Historia: redobla la crueldad, el dislate y el egotismo, es su ofrenda penosa y fanática a su dueña y señora.

No queremos desprendernos de la Historia

¿No resulta incomprensiblemente anacrónico que una sola persona, en su severa psicopatía, altere la estabilidad del mundo? Que ya en pleno siglo XXI sigamos idolatrando a individuos concretos y dependamos de sus caprichosas, abominables y ridículas decisiones, no se corresponde con el nivel de conciencia que ya poseemos, con el sentido global del mundo que ya es innegable.

Permitir que un individuo dictamine el destino de otros muchos, persistir en entronizar o demonizar, es una práctica traumática de sumisión que arrastramos y que si mantenemos viva es porque no queremos desprendernos de la Historia. Y el cóctel parece que ni pintiparado, pues al brutalismo de resistirse al fin de la Historia le sienta muy bien el arbitrario siglo XXI, que permite cualquier tropelía, es de digestión rápida o inexistente, carece de criterio.

Lo que sucede en Ucrania es una profunda debilidad existencial

Lo que sucede en Ucrania, pues, no es una cuestión histórica, es, a todas luces, una inmensa y global cuestión psicológica, y responde a la profunda debilidad existencial en la que estamos sumidos como especie y civilización. Estamos sosteniendo un nivel de contradicciones tan grotesco, alimentando relatos ya extintos, defendiendo posturas e identidades que ya no tienen ninguna vibración real, estirando hilos de conflicto para aferrarnos a un algo que hacer y a un algo por lo que luchar. Persistimos en los nacionalismos cuando ya los hemos desmantelado todos y sabemos sus vergüenzas y trucos.

Agarrados obstinadamente a una retorcida enfermedad conocida que nos tranquiliza y explica. “Prive a una persona cualquiera de su mentira vital y le habrá quitado también la felicidad” dice el gran Henrik Ibsen en El pato Salvaje. Es fundamental dejar de culpar al mundo y a la Historia, estamos severamente enfermos y persistir en la Historia como tratamiento es el delirio que nos incapacita constantemente como seres vivos conscientes.

La historia avanza gracias a la discordia, que mediante a las diferencias alimenta los sucesos, que se reproducen solos, fractalmente, dando la ilusión de una concatenación lógica a la que debemos adaptarnos porque somos víctimas y usuarios. El acuerdo, la convergencia, el abrazo expansivo de las diferencias es ahistórico, no avanza, niega momentáneamente el siguiente conflicto y todos. Q

ue el siglo XXI, pese a su inmundicia, sea una época de uniformización e hiperconectividad no es casual ni necesariamente algo negativo, y habla de un cambio en el signo de los tiempos: el acceso a un grado superior de comunión de la humanidad. Y no es un propósito buenista, es sencillamente el deseo que ha motivado al humano desde que empezara su andadura, desde que cultivara alimentos o investigara remedios en su sueño de una comunidad, resolver el enigma de su reencuentro.

La Incertidumbre está presente en el mundo entero

La hipertrofiada y orgullosa inteligencia humana del siglo XXI nos puede hacer creer que ya no existe la Incertidumbre en el mundo. Lo que sucede es que la Incertidumbre se presenta hoy traslúcida. Tenemos un presente sin dioses ni expectativas que nos reclama altura ética y existencial.

Ya no podemos disimular. Que ya no nos sirva el relato de la Historia es, en realidad una señal propicia: ningún argumento histórico se puede imponer ya, el sentido de la justicia y de la vida pertenece por fin al mundo entero.