Silencio atronador
En la España que ya acepta chistorras como método de pago, Sánchez se mide con Frederiksen, sus tontas útiles se hacen tiktokeras y una serie revela la estrategia de TVE
La capacidad de Pedro Sánchez para introducir conceptos en el imaginario colectivo bordea las habilidades de los impulsores del procés. Exactamente ocho años después, conviene consignar en público —llevo tiempo haciéndolo en privado— que siempre admiré a la mente anónima que fabricó la nube léxica del independentismo.
Y ahora que no me lee nadie —nótese el sarcasmo—, confieso que iría de cañas con el terminólogo en jefe de los separatistas catalanes. Quizá huelgue escribir que el parto conceptual más celebrado fue el machacón «dret a decidir». «Radicalitat democràtica» siempre lideró, sin embargo, mi lista de favoritos.
Los oxímoros del procés están a la altura de los grandes clásicos de la lengua. El silencio no puede ser atronador, como tampoco la radicalidad puede ser democrática. Pero ahí tenemos «silencio atronador» y, gracias a la materia gris separatista, «radicalitat democràtica». Todo muy plástico.
Sánchez, que siempre siguió la hoja de ruta de Artur Mas, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y, sobre todo, la de la ANC, inoculó hace 16 meses el concepto «pseudomedios».
Él, como los ingenieros lingüísticos del 1 de octubre, nunca se molestó en definir sus neologismos (basta con que suenen bien). Se abrió así la pregunta: ¿qué es un «pseudomedio»?
Nunca lo aclaró, pero su comando grupi logró que calara la idea que le convenía: un «pseudomedio» sería toda cabecera que investigara los trapos sucios del sanchismo, en particular los que anudaran a Begoña Gómez.
Las asociaciones profesionales lo toleraron sin rechistar, olvidando que «pseudomedio» tenía ya una acepción inequívoca: lo que hasta hace 16 meses llamábamos, sin ambages, «chiringuito».
Yo no caí hasta hace unos días. Até cabos al leer en El Confidencial que en Murcia la Guardia Civil buscaba sin éxito al editor de un medio digital alimentado con dinero del PSOE para crearle una posverdad a Fernando López Miras.
La cabecera fantasma recibió, según la misma fuente, 45.000 euros (Celia, eso son 90 chistorras) del grupo socialista regional. El juzgado de turno ordenó investigar la identidad del editor y del autor de los textos, tan esquivos que hubo que recurrir a la Unidad de Delincuencia Tecnológica.
Para localizar al editor, por ejemplo, de Economía Digital es innecesaria cualquier unidad de élite. Son estos detalles, ingresos opacos, autores no identificados y dueños hectoplásticos entre otros, los que delataban antes a un «chiringuito» e identifican ahora a los «pseudomedios».
En otro frente, se publicó hace meses que el infatigable Higini Cierco habría pagado 333.000 euros (Celia, o sea, 666 chistorras) a periodistas de las «cloacas socialistas», encargadas de fabricar posverdades sobre jueces, fiscales y medios «hostiles» a Gómez.
Así que hay que reconocerlo: Sánchez tenía razón al denunciar la existencia de «pseudomedios» (aka «chiringuitos»). Contaba con información privilegiada. Y es apropiado recordarlo antes de que TVE lance especiales dedicados a los sobres de Bárcenas en lugar de los de Ábalos-Koldo-(···)-X.
Sánchez vs Frederiksen
Dentro del alcance del Falcon topamos con una ciudad, Copenhague. Mientras Gómez —a través de sus abogados— lidiaba con el juez que ama los sábados, su autoexaltado marido volaba a la capital danesa para la cumbre informal de líderes europeos.
El relato monclovita lo retrata como el gran referente internacional de la izquierda: «Hoy nosotros somos faro de muchos progresistas que están en la oposición [en todo el mundo]» (Sánchez, dixit).
Y es cierto que los parlamentos de medio globo rebosan de progresistas fuera del poder, sin demasiadas opciones de alcanzarlo. Pero proclamarse su faro ya era temerario antes de Copenhague; repetirlo después es de ilusos, de necios o —nuevamente— de grupis.
Una de las pocas progresistas que sí gobierna, Mette Frederiksen, dejó claro que Sánchez no es un faro sino, más bien, un agujero negro. Lo dijo alto, claro y delante de todos.
La consistencia de sus argumentos, y sobre todo la firmeza de sus decisiones, la convierten en referente de una izquierda que no reniega de las democracias liberales. Es decir, de toda menos la comunista.
Dinamarca es, de hecho, el mayor donante per cápita a Ucrania. Volodímir Zelenski lo comprobó en Mykolaiv, cuando en 2022 pidió ayuda para reconstruir la ciudad portuaria y Copenhague respondió de inmediato con 213 millones de euros.
A eso se suma un modelo práctico: enviar dinero en efectivo para que los ucranianos fabriquen sus propias armas, más barato y rápido que remitir material desde fuera. Con ese aval, Frederiksen reprochó al «sur de Europa» su cobardía con el gasto en defensa.
Lo hizo apelando a la solidaridad. Recordó que, ya que el norte ha subvencionado durante décadas al sur —eufemismo de España—, quizá ha llegado el momento de que el camino se recorra en sentido inverso ante la guerra híbrida de Putin.
Y en la respuesta de Sánchez asomó otra evidencia más, por si faltaban, de cómo percibe a las mujeres progresistas. Tiende a tratarlas como si todas fueran Yolanda Díaz, Ione Belarra o Cristina Narbona. Probablemente, en Copenhague se percató de lo que ya sabíamos: que ellas no son la regla general.
La flotilla vs la GenZ
El selecto grupo de tontas útiles al servicio de Sánchez incluye a Ada Colau. La exalcaldesa de Barcelona, en paro político desde el mismo día que tronó el «que us bombin! (¡que os den!)» de Xavier Trias, secretó un TikTok en alta mar bajo la atenta mirada de la fragata contemplativa.
«Si estás viendo este vídeo es porque Israel me ha detenido ilegalmente». El guion es ya un clásico del activismo y conviene agradecer a sus inventores la ocurrencia: resulta muy práctico para distinguir entre quienes se juegan la vida por una causa y quienes viajan a la zona de conflicto a echarse un selfie.
Por ejemplo, no consta que ningún joven marroquí detenido —ahí sí ilegalmente— por la policía del déspota Mohamed VI encontrara un minuto para subir un «si estás viendo este vídeo…». Mucho menos para rematarlo con la petición de rigor: «Haz ruido para que me liberen». ¡Ada! ¿Y los gazatíes? ¿O es que la causa eres y has sido tú? Greta puede responder por ti.
El episodio levanta acta de la rendición de la izquierda española a la dictadura marroquí. Ese (alerta de oxímoron) «silencio atronador» frente al atropello —literal— de toda una generación de jóvenes apuntala las sospechas de que en el móvil de Sánchez no solo había selfies.
Tips de supervivencia cultural
Russell Crowe engordó un cuarto de tonelada —más o menos— para envolverse en las hectáreas de tela que requería la caracterización de Roger Ailes en The Loudest Voice.
Ailes era un obeso expandido, firme candidato para el reality del doctor Nowzaradan de haber existido mientras vivió. Desayunaba pancakes varias veces al día y gritaba sin parar. Tuvo tiempo de fundar Fox News entre panceta y panceta, pero sobre todo de acosar sexualmente. Depredó a 23 mujeres.
La cadena celebra esta semana su aniversario: 30 años desde que arrancó el proyecto y 29 desde su primera emisión. Lleva lustros como la señal informativa más vista en EE. UU.
La elección y reelección de Donald Trump son inseparables de su programación. Y su parrilla, presentadores y estridencia son inseparables, a su vez, de Ailes, una década después de echarlo.
La serie es fiel al libro que la inspira —The Loudest Voice in the Room: How the Brilliant, Bombastic Roger Ailes Built Fox News and Divided a Country, de Gabriel Sherman (Ballantine Books)—, y el libro es fiel a la verdad sobre Ailes. ¿Y cuál es? Que fue un delincuente sexual y, a la vez, un genio de la estrategia política y mediática.
«La gente no quiere estar informada, quiere sentirse informada». Ojo al matiz. Hay que remontar hasta Joseph Goebbels para topar con una mente que combinara frialdad, ausencia de escrúpulos y aptitudes sin parangón para la manipulación de masas.
Fox News, por tanto, se construyó bajo la premisa de que su audiencia se sintiera informada, no de que lo estuviera. Mientras CNN y la recién nacida MSNBC ofrecían informativos en bucle, Fox se saturó con tertulias estridentes que se retroalimentaban unas a otras.
Rupert Murdoch, el pagafantas de la fiesta, ganó en cuatro años la batalla de la influencia frente a Ted Turner, Bill Gates y Jack Welch.
El papel de Fox News tras el 11-S podría dar para una tesis doctoral, pero como resumen basta anotar que el bulo de las «armas de destrucción masiva» en Irak no habría calado sin su machaconería. Entre Goebbels y las redes sociales, la posverdad encontró en Ailes a su mentor.
Paolo Vasile importó a España esa estrategia televisiva, que para colmo era barata y rentable. Simplemente sustituyó política por corazón. Fue el embrión de Sálvame y sus mutaciones. Un poco después, Antonio García Ferreras montó Al rojo vivo para La Sexta con los mismos fundamentos técnicos y un punto de osadía.
El éxito de esos formatos —el concebido por Ailes y adaptado al mercado español— es indiscutible. Tanto que, tras fracasar David Broncano en su cometido de derribar a Pablo Motos, TVE lo ha desplegado sin remilgos.
The Loudest Voice, reestrenada esta semana por SkyShowtime, es así un manual para entender por qué La 1 ha rubricado el mejor arranque de temporada en 14 años. Con Javier Ruiz en el papel de Sean Hannity y ocho horas de tertulias sanchistas al día, es ya nuestra —la pagamos a escote— Fox News.