Sitges, o la servidumbre de la economía y la empresa al poder político

«…más deberíamos lamentarnos que admirarnos de ver a un millón de hombres miserablemente avasallados, con la cabeza bajo el yugo, no porque les obliga una fuerza mayor, sino porque se hallan fascinados….»

(Étienne de la Boétie; Discurso de la servidumbre voluntaria)

También era quizás más fascinación que fuerza mayor lo que hacía que la política centrara la reunión del Círculo de Economía en Sitges de la semana pasada. Parecía como si los empresarios y directivos presentes concedieran gratuitamente una segunda oportunidad a quienes han fracasado en alcanzar un acuerdo de gobierno, o se han negado a aceptar los resultados de las elecciones de hace casi seis meses. Antón Costas, en su condición de presidente del tinglado, les recordaba con su prudencia habitual: ¨los ciudadanos tenemos derecho a que constituyan un gobierno». Probablemente en ese ambiente reverencial hacia la política y sobre todo hacia los políticos, la frase de Costas no sonara suficientemente amenazadora o reivindicativa.

Con el apoyo incondicional de los medios de comunicación, -para los que el escenario político son páginas y minutos de radio y televisión permanentemente aseguradas, sin riesgo a que el guión se agote-, los principales líderes políticos estatales y catalanes acudieron a Sitges para disertar en planos más o menos electoralistas pero en ningún caso para disculparse de repetir las elecciones. La disculpa y menos la contrición, no entra en los planes de la política nueva o antigua, que más da. Es probablemente la «fascinación voluntaria de los siervos» de La Boétie, la que hizo a los asistentes a la reunión del Círculo incapaces de imponer nuestro guión, que no debería ser otro que el de pedir explicaciones por todo lo bueno no hecho y por todo lo malo hecho.

La política, y sobre todo las políticas gubernamentales, tienen obviamente siempre un papel notable en la economía. Algo menor si la estructura, -productiva, institucional/legal, competitiva, etc.- del país funciona. En este caso, las intervenciones coyunturales de un gobierno son menos decisivas, pudiendo ser incluso contraproducentes. Sin embargo, en los últimos tiempos, la política o mejor la incertidumbre política está ocupando un papel mucho más relevante. A nivel mundial, miremos a China, al devenir de Oriente Medio, a los problemas en Brasil o Rusia, al Brexit y la debilidad europea, a la amenaza populista en tantos países, a la incógnita de Trump en América, etc. Se trata de los elementos que generan más riesgos para la economía mundial. En España son también elementos políticos: gobierno en funciones, crecimiento de Podemos como alternativa, Cataluña, los factores que crean mayor incertidumbre sobre el futuro económico y el comportamiento de los mercados.

Por lo tanto, son precisamente las mismas crisis e ineficiencias políticas que provocan incertidumbre las que convierten a la política en un factor fundamental y a los políticos, -en un diabólico incentivo negativo-, en esenciales para entender donde va la economía. En España es precisamente el fracaso político en formar gobierno el que, por la incertidumbre creada, hace trascendentes a los políticos para orientar en positivo o negativo a la economía. ¿No será por esta razón de que en Sitges se valoraron como moderadas las intervenciones de Colau, Iglesias o Puigdemont;  de muy mejoradas las de Pedro Sánchez o Rajoy; o de certeras las de Rivera o Junqueras? ¿Qué hay de servidumbre voluntaria y que hay de necesidad perentoria?