Colau derribará dos símbolos de la Barcelona del siglo XX

El equipo de urbanismo del ayuntamiento condena a muerte dos veladores del Eixample. Con ellos, se liquida una forma de entender la ciudad

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Los dos últimos veladores de Barcelona tienen sentencia de muerte. Esta especie de terrazas cubiertas y adosadas a los locales dieron vida a la Barcelona de los años cincuenta y sesenta. Ahora viven sus últimos días.  

El próximo 30 de junio, el equipo de urbanismo de Ada Colau derribará la galería del Soda Bus, el local de la calle de Aribau 125. El otro velador, que aún ha sobrevivido a la erradicación urbanística, está ubicado en el número 226 de la calle de Villarroel, pero el ayuntamiento también lo liquidará.

Los veladores, galerías o marquesinas, muy comunes en París, son terrazas protegidas y cubiertas que los bares y restaurantes construían quitando algunos centímetros o metros sobre el espacio público.  

Para poner orden urbanístico, el Ayuntamiento de Barcelona inició, durante el mandato del socialista Joan Clos, un plan para erradicar esta especie de terrazas recubiertas donde los barceloneses de mediados de siglo, acudían a tomar un café en medio de la calle.

La decisión urbanística, que pretende erradicar la singularidad de esta especie de terrazas, fue continuada por el gobierno de Xavier Trias y será rematada por Colau.  

Una terraza resguardada  

El Soda Bus mantiene gran parte de su estructura y mobiliario desde los años cincuenta y buena parte de los barceloneses del Eixample han tomado algún café o alguna cerveza en su galería roja. Se trata de un elemento distintivo del local que ha pasado de generación en generación.  

Los clientes del Soda suelen tomar un café junto a sus vitrinas viendo a la gente pasar. Se trata de un espacio, en plena calle, que queda resguardado con sus cristaleras que permiten que sea una suerte de terraza tanto en verano como en invierno. Cada vez que entra un cliente, casi por instinto se sienta en las dos mesas de la terraza, lo más cerca posible de los transeúntes de la calle Aribau.

«No me imagino el local sin esta galería. Hasta hace 20 años fue un mesón, en una época en la que la ciudad estaba llena de mesones. El Ayuntamiento decidió derribarlo y esto supondrá, casi con total seguridad, nuestra muerte como local», explica Silvia Santidrián, propietaria del emblemático local.  

Pero Barcelona ha cambiado por completo. Los mesones han dado paso a locales de moda, de tapas cada vez más estéticas y escasas. Ya no es época de granes comilonas, de menús baratos ni de veladores.  

Todos iguales  

Hasta ahora, ningún vecino se ha quejado de la estructura. Resulta lógico: la galería es más antigua que la mayoría de los vecinos de la zona, acostumbrados a la singular estructura.  

El local ha contratado los servicios de un abogado experto en urbanismo que entiende que la decisión del Ayuntamiento erradica la memoria de la ciudad de los años cincuenta y sesenta.

«Se trata de un tema cultural y casi sentimental. El ayuntamiento despliega una política arquitectónica uniforme que obliga a todos a ser iguales. Si se conserva una chimenea industrial ¿por qué no se puede conservar una galería que hace entender la ciudad de una forma diferente? Con medidas como ésta, las ciudades pierden el valor arquitectónico de toda una época», explica el abogado Bautista Sotelo.  

El ayuntamiento asegura que estas estructuras son ilegales porque invaden una parte de la vía pública. Los veladores son vistos como anomalías en un entorno urbano que quiere ser ordenado y uniforme.

El gobierno municipal derribará el 30 de junio la estructura y colocará una nueva pared al local donde quedará completamente eliminada la galería. Y las obras de derribo, con un presupuesto de 3.000 euros, serán cargadas a los propietarios.  

El local pudo retrasar el derribo con los gobiernos anteriores, pero el abogado del establecimiento asegura que el nuevo equipo de urbanismo es más rotundo e inflexible que sus predecesores. Con la culminación de la política urbanística, los veladores quedarán sólo en la memoria y en las fotografías de una ciudad que se transforma con pequeños derribos como el que ha condenado al Soda. 

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