Fracasa la investidura que sólo querían Podemos, ERC y PNV

España volverá a las urnas el próximo 10-N para recomponer las Cortes después de la investidura supuestamente intentada por Pedro Sánchez

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Todo se torció en la primera sesión del debate de investidura, el pasado 22 de julio, cuando Pedro Sánchez humilló a Podemos al pedir desde la tribuna, una y otra vez, la abstención de PP y Ciudadanos.

Clamaba Sánchez por ambas abstenciones aunque no las había trabajado ni un instante. Y lo hacía apenas unas horas después de que los negociadores del PSOE hubieran mantenido conversaciones con dirigentes de Podemos en busca de un presunto acuerdo de gobierno. Pero el presidente en funciones se desentendió de esas negociaciones con Podemos y pidió al centro-derecha «sentido de Estado» para facilitar su investidura.

Pablo Iglesias no podía salir de su asombro. Acabó el debate fuera de sus casillas y se sintió ultrajado. El líder de Podemos concluyó su intervención lanzando un mal de ojo a Sánchez: «Me temo que usted no será presidente de España nunca por la cerrazón de no hacer un gobierno de coalición con nosotros».

Ahí quedó la profecía. Dos meses después de aquel agrio duelo, Iglesias puede presumir de estar en lo cierto. Al menos por el momento. Sánchez culminó este martes su decisión de volver a las urnas después una última audiencia con el Rey, a quien comunicó que no había pacto posible para sacar adelante su investidura. «Lo hemos intentado todo y nos lo han hecho imposible», dijo el presidente al término de su despacho con Felipe VI.

Sánchez y el guion con Podemos

¿Todo? El líder del PSOE asegura que se ha movido, que ha hecho propuestas, pero ningún adversario da credibilidad a este intento. Todo ha resultado ser una gran función con escenas difíciles de explicar: negociaciones de hasta cinco horas que acaban con que las posturas son «inamovibles», vacaciones de agosto sin descolgar el teléfono, regreso a la actividad sin grandes urgencias… Y así fueron pasando los días del calendario sin que Sánchez se involucrara apenas en las conversaciones.

La explicación de tanta pasividad es sencilla. Los brujos que asesoran a Sánchez llegaron a la conclusión, tras las elecciones generales del 28 de abril, que de que el PSOE había conquistado el centro-izquierda y constataron que Podemos no sólo había sido trasquilada de aquellos comicios, sino que iba a salir aún peor parada de las elecciones municipales y autonómicas al cabo de un mes (26 de mayo). Y así fue. El PSOE no movió una hoja durante ese tiempo y Podemos se desangró perdiendo posiciones a lo largo y ancho de España.

Sánchez y el viento demoscópico

En paralelo, las encuestas seguían sonriendo a Sánchez, quien durante este tiempo se ha limitado a sortear las incómodas ofertas de los soberanistas, los más interesados en que el gobierno del PSOE se pusiera en marcha.

Se sabe que en política no existen los apoyos gratis, pero a lo largo de las últimas semanas así lo ha parecido. Tanto ERC como el PNV han ofrecido sus votos sin apenas exigencias. De pronto Gabriel Rufián, portavoz de ERC, se vistió de hombre de Estado con continuas apelaciones a la responsabilidad política para formar gobierno. Algo parecido hizo el PNV, también interesado en ser la muleta necesaria de un PSOE en minoría.

Pero Sánchez no quiso estos apoyos para afrontar una legislatura que aguardaba en la primera esquina la sentencia del procés. El presidente en funciones se lo jugará todo a unas nuevas elecciones llenas de interrogantes. ¿Hasta qué punto se movilizará el electorado de izquierdas tras el fiasco del acuerdo de PSOE y Podemos? ¿Hasta qué punto puede recuperar posiciones un PP sin errores de bulto en los últimos meses?

Los brujos de Sánchez están convencidos de todas estas cuestiones se despejarán a favor del PSOE y, sobre todo, de que conseguirán convencer a más electores de que es el momento de que los socialistas gobiernen sin hipotecas soberanistas ni populistas. Hasta el 10 de noviembre quedan casi dos meses para dilucidar quién ha sido el culpable del bloqueo político y quién es el mejor indicado para gestionar el Gobierno de una España que presenta claros síntomas de deterioro económico.

La suerte no está echada, aunque Sánchez confía en que está de su lado.

 

 

 

 

 

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