La ANC ataca a los partidos soberanistas por dudar del 1 de octubre

El independentismo muestra signos de fatiga y descomposición en una manifestación masiva que no alcanzó el millón de personas

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El movimiento independentista de Cataluña continúa teniendo músculo para arrastrar a cientos de miles de personas a la calle —casi 1 millón, según la Guardia Urbana; 200.000, según Societat Civil Catalana— con motivo de la Diada, pero ha perdido la unidad de acción. El monolítico bloque soberanista que coreaba una sola consigna y que asumía una sola pancarta presenta ahora divisiones. Notables divisiones.

La Asamblea Nacional Catalana (ANC), el todopoderoso brazo civil del independentismo que ha catalizado el «procés» durante los últimos siete años, se siente estafada por los gobernantes catalanes y esta tarde ha pasado cuentas con todos ellos. Con todos salvo con Carles Puigdemont, quien sigue a salvo de toda crítica de quienes tienen prisa por consumar la secesión.

Los estrategas del soberanismo, los que dirigen los partidos y las instituciones, hablan desde hace un tiempo sobre la necesidad de «ensanchar la base social del independentismo». para culminar la república catalana Pero nada lleva a pensar que estén en ese camino porque el movimiento tiene suficiente con evitar su propia implosión.

La presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, se reservó el parlamento final de la manifestación celebrada en la avenida Diagonal de Barcelona. Y, sí, hubo los conocidos ataques contra la democracia española. Pero lo relevante fue que también hubo reprimenda para los dirigentes soberanistas.

«A nuestros electos os pedimos que no digáis que todo lo tiene que hacer la gente en la calle, que no malbaratéis la victoria del 1 de octubre, que no digáis que no era un referéndum. No nos enviéis allá donde estábamos. No estamos en 2012. Tratadnos como a adultos», exigió Paluzie.

La ANC arremete contra el «procesismo»

El mensaje de Paluzie concordó con el de varios voluntarios de la ANC que tomaron la palabra —entiéndase, el megáfono— para arremeter contra el «procesismo», es decir, contra el inacabable proyecto político de independencia sospechoso de procrastinación.

La masa soberanista —la «minoría determinante» descrita por Carles Castro en El poder catalán en su laberinto— continúa sintiendo motivos para salir a la calle, pero ya no hay flautista que guíe el camino.

La propia melodía de la manifestación lo demostró con elocuencia porque, a diferencia de otros años, no hubo banda sonora oficial. A ratos se gritó «Ni un paso atrás», luego «siempre firmes», a continuación «las calles serán siempre nuestras» y, por supuesto, «in-de-pen-den-ci-a». Pero ningún cántico sirvió para resumir una concentración sin un mensaje claro.

Hoy, el soberanismo no sabe qué es lo más urgente: si conseguir la liberación de los presos, si presionar a los jueces para que no castiguen a sus dirigentes o si exigir a los gobernantes que hagan efectiva la república catalana. Tampoco sabe el soberanismo si hay que enviar a paseo al gobierno de Pedro Sánchez o si hay que forzar una negociación. El independentismo dice que ha alcanzado la mayoría de edad, pero no sabe lo que quiere

 

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