Maragall se disputa Barcelona con una Colau más sola que nunca

Colau se juega este 26-M la alcaldía con los partidos que la apoyaron al principio de mandato, ERC y PSC, como principales rivales

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Tal día como hoy del año 2015, Ada Colau, ni 48 horas después de haberse impuesto en las  municipales, abría con el jefe de filas de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona, Alfred Bosch, la ronda de reuniones para buscar apoyos a su investidura y un margen de maniobra suficiente para gobernar pese a haber conseguido la victoria más escueta del actual periodo democrático y contar tan solo con 11 de los 41 concejales que integran el pleno municipal. Cuatro años después,  ERC, ya sin Bosch, sino con Ernest Maragall como alcaldable, es este domingo la principal amenaza que se cierne sobre los planes de Colau de reeditar el cargo.

Es más, las mismas encuestas que señalan un empate técnico entre las listas de Maragall y Colau sitúan como tercero en la carrera al candidato socialista, Jaume Collboni. Es decir, los rivales más duros que tiene Barcelona en Comú (BC) este 26-M son los dos partidos que al inicio del mandato que ahora llega a su fin dieron de entrada apoyo a la alcaldesa y posibilitaron que fuera investida con una mayoría absoluta que se alcanzó gracias también a que uno de los tres ediles de la CUP también votó a favor de ella.

Claro que mucho ha llovido desde entonces. Tanto, que aquellos apoyos iniciales acabarían derivando en un enfrentamiento continuo y un progresivo aislamiento de los comunes, más solos que nunca el último año y medio de mandato. Es decir, desde que expulsaron al PSC del gobierno, donde los de Collboni habían entrado un año después de las elecciones.

Récord de reprobaciones

Aquella expulsión no estuvo motivada por ningún incumplimiento del acuerdo suscrito entre ambas fuerzas, sino por el aval que los socialistas dieron a la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Ese es uno de los múltiples guiños que Colau y BC han lanzado a lo largo y ancho del mandato a los partidos independentistas, que, pese a ello, casi siempre le han dado la espalda. En el equipo de Colau se confiaba en que la ruptura con el PSC propiciara un acercamiento de Esquerra, pero nunca se produjo. Es más, Bosch no hizo más que aprovechar la mayor debilidad del gobierno de nuevo en solitario de los comunes para desgastarlo.

Tampoco ha ayudado una incapacidad notoria para buscar complicidades y tejer acuerdos dentro y fuera del Ayuntamiento que ha ejemplificado como nadie el número dos de Colau, un Gerardo Pisarello cuyo paso por el consistorio ha estado marcado por sus dificultades tanto para lidiar con los vecinos como para entenderse con una oposición con la que el ahora diputado en el Congreso ha mantenido una relación entre mala y nefasta.

Así las cosas, no es de extrañar que Colau haya acabado el mandato con récord de reprobaciones, ocho. Ni que el gobierno municipal haya tenido que posponer hasta nuevo aviso esa conexión del tranvía por la Diagonal que convirtió en su principal proyecto en políticas de movilidad.

Desgaste y fuga de concejales

Eso, dentro del consistorio. Fuera, el ejecutivo de BC se ha enfrentado a amplios sectores económicos, del Gremio de Restauración a los hoteleros y las principales asociaciones de comerciantes, mientras veía como perdía incidencia entre sectores vecinales que le arroparon sin reservas hace cuatro años. Por ejemplo, en la Barceloneta, el barrio que Guanyem, el embrión de BC, convirtió el verano de 2014 en emblema de su lucha contra los excesos del turismo, y que cinco años después, sigue afrontando problemas muy similares a los que Colau denunciaba antes de llegar a la alcaldía, pese a los incuestionables esfuerzos del gobierno municipal por poner freno a la proliferación de pisos turísticos ilegales.

La pérdida de apoyos no es menor. Según los sondeos, solo poco más de la mitad de los que hace cuatro años votaron a Colau volverían a decantarse por la misma opción.

Semejante desgaste, combinado con las guerras internas que a nivel catalán han erosionado a los comunes, ha desembocado en un éxodo de concejales que ha obligado a Colau a un nivel de renovación inédito: en la lista que presenta este 26-M, solo repiten -Colau incluida- tres de los 11 ediles de BC que iniciaron el mandato. A base de encadenar crisis, tampoco sorprende que BC haya optado por exacerbar la apuesta personalista con Colau, cuyo rostro vuelve a ilustrar las papeletas de votación, como hace cuatro años, y que en el último espot electoral de la formación, aparece debatiendo consigo misma.

Pese a todo, las encuestas perfilan un pulso tan apretado entre la alcaldesa y Maragall como el de hace cuatro años entre la misma Colau y el entonces alcalde, el convergente Xavier Trias, saldado a favor de la primera por menos de 18.000 votos de diferencia. Si se impone el alcaldable de Esquerra, le tocará escoger entre buscar alianzas con su socio en la Generalitat de JpC o tender la mano a los comunes.

Si la balanza, en cambio, vuelve a decantarse por estos, habrá que ver si Colau consigue tejer las  alianzas que hasta ahora se le han resistido o, por el contrario, sigue abonada a esa soledad que ha ido a más en su primer mandato y que, quedando tan lejos de la mayoría absoluta como a todas luces quedará el ganador, a duras penas permite otra cosa que gestionar el día a día y gobernar al ralentí.

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