Enrique Hevia: el hombre clave en la guerra de Freixenet

El ejecutivo ya tiene el 29% de la bodega familiar, pero quiere tomar las riendas del negocio.

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La empresa familiar catalana es la invención de lo humano. En ella, cada personaje tiene su arquetipo, como en la comedia de Shakespeare. Todo ejecutivo que se precie está a medio camino entre el bueno de Yago y el malvado Shylock. Este es el caso de Enrique Hevia, el hombre fuerte de Freixenet, una sonata menguante desde que los alemanes no toman cava ni bailan al son de Mocedades.

Sobrino del presidente honorario, el veterano Josep Ferrer, Hevia controla el 29% de la compañía, pero no está de acuerdo con la evolución del negocio. Como ya es conocido, los Hevia Ferrer quieren vender su parte o tomar el control de todo el capital, mientras los Ferrer Noguer quieren mantenerlo y, en medio, los Bonet Ferrer son el caucus dividido de Sant Sadurní. 

Las fricciones con Bonet

Mientras se discute si galgos o podencos, la empresa, monitorizada desde la distancia por su presidente Josep Lluís Bonet, podría descolgarse para siempre. Profesor emérito de Economía, presidente de Fira Barcelona y rutilante número uno de la Cámara de Comercio de España, Bonet tiene una perspectiva global que empequeñece al vino espumoso.

Y este desapego del jefe molesta a Enrique Hevia, el hombre que podría con todo si le dejaran los suyos. Lo que hay en la emblemática Freixenet es una guerra familiar de las de antes. Sus accionistas no quisieron nunca un protocolo de familia al estilo de los que el profesor Gallo del IESE y Fernando Casado les montaron a los perfumeros Puig para entrar en el cielo de París o a los cementeros Molins, antes del diluvio.

Aparte de peseteros, los famosos protocolos tienen un toque endomingado que disgusta en el pequeño gran mundo del methode champenoise de cuna rural y mercado global.

El camino profesional de Hevia

Hevia pasó por las finanzas, concretamente por el Privat Banc de Antonio Sagnier, cuando los family office y las sicavs en bandolera rompían moldes en las bolsas y en la inversión en bienes raíces. De ahí su entorchado de director financiero de Freixenet, toda una promesa de balones fuera y paraísos inermes.

Representa a su estirpe en Colidalia, una organización que agrupa a las 20 empresas relevantes de alimentación y bebida. Al rebufo del olímpico 92, fundó la marca Carmen la Comida de España, una sociedad vinculada al Patrimonio del Estado, hasta que Soraya Sáenz de Santamaría tuvo a bien eliminarla de un plumazo –»con esto de la tortilla sí que no estamos», dijo un día la vicepresidenta– a cambio de mantener las ayudas a las Apuestas Mutuas del Estado y a los Remolcadores del Noreste, pongamos por caso.

Experto del golf

Santanderino de 64 años y con tres hijos, Hevia sabe estar y sabe contar. Preside el Golf de Sant Cugat, los greens del Vallés que sostienen en parte la diáspora del emblemático Prat de la Ricarda. No hay ejecutivo sin campo de golf, y en el caso de Hevia, es el de Pedreña, mayorazgo de los Botín.

Será por lo montañés, pero en Pedreña se juega mejor que en Sotogrande, cuna de los eléctricos, con Borja Prado de maestro de ceremonias. Vinculado a las federaciones catalana y española de golf, Hevia oculta con disimulo su poderoso handicap. En su recato de jugador experimentado, se adivina una muñeca de oro y dedos de cirujano en el momento del swing.

Las difíciles negociaciones familiares 

Hevia quiere sostener las riendas del negocio. Debe saber que las guerras de familia llevan implícito el dolor del exterminio. Para dirimir pleitos de sangre, a los de Freixenet les ha ido como anillo al dedo el viejo estilo de los conciliaris, réplicas de aquel oscuro canónigo Claramunt de Vida privada, la novela río de Josep Maria de Sagarra.

Can Sala, germen de Freixenet, encaja con la sotana de brío medieval que dirigió a los aparceros del Castell del Remei y que ornamentó al viejo Monesquieu de los Juncadella. La reputación de marca de Freixenet roza el modernismo arquitectónico de las Catedrales del Vino y, al mismo tiempo, se aleja voluntariamente del enjuague arquitectónico, festoneado por los Raventós en su finca de Reimat.

Quien recuerde la guerra del cava sabrá que Freixenet vive en las raíces de la tierra y que Codorniu vuela sobre un árbol genealógico virtual. Cuando en el seno de la familia se produce un cruce de intereses patrimoniales, no funciona ni el diván de Viena. A la hora de defender lo mío, «nada de lo humano me es ajeno». 

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