Juan Roig: el carnicero que montó Mercadona

Heredó ocho tiendas de carne de su padre en 1981 y 30 años después se ha convertido en dueño absoluto de la compañía de 'retail' que, sin salir de España, es la número 42 del mundo. Con una facturación superior a la de Inditex o a la de El Corte Inglés, el empresario valenciano se regodea de su modelo de excelencia con el que, año tras año, aumenta beneficios, empleados y productividad

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Cuando Francisco Roig Ballester decidió abandonar las ocho carnicerías que tenía en Valencia, sus cuatro hijos decidieron comprarle las tiendas, aunque sólo uno, Juan, mostraba un verdadero entusiasmo por potenciar el negocio familiar. En aquella época, la venta de carnes había dado paso a una tienda de ultramarinos y Juan Roig asumió el control de la pequeña empresa con la idea de darle un impulso revolucionario.

La historia empresarial de los Roig demuestra que el buen tino para los negocios lo llevan en el apellido. Su hermano Fernando, conocido como Midas, llegó con apenas 30 años a la compañía de azulejos Pamesa sin saber casi nada de cerámica. Pocos años después, la convirtió en un referente mundial de gres porcelámico, y después consiguió tiempo para alzarse como máximo accionista de club de fútbol Villareal.

Cuando ni soñaba con ser el magnate de la alimentación en el que se convirtió 30 años después, Juan Roig, economista graduado de la Universidad de Valencia, empezó a incorporar en 1982 la tecnología de código de barras con los productos para agilizar los procesos logísticos. Fue el primero en hacerlo en España, según consta en las memorias de su compañía, pero su afición por mejorar la productividad y por detectar los huecos por los que se fugaba dinero en la empresa apenas comenzaba.

La registradora en la cabeza

“Un día se dio cuenta de que los relieves de los envases de las anchoas eran muy costosos. Decidió eliminarlos y ahorró tres millones de euros al año”, explica el economista y escritor Álex Rovira. Lo mismo hizo con los botes de las especias, que ya no son de cristal sino de plástico para ahorrar 25 céntimos por unidad. La cantidad, aparentemente irrelevante, explica su fortuna al tomar en cuenta su abultadísima facturación anual: 17.831 millones de euros en 2011, un 8% más que en 2010. “Seguramente algún día hagamos las botellas de vino cuadradas para ahorrar en transporte”, asegura.

La empresa nunca dejó de crecer pero fue en 1993 cuando creó la filosofía empresarial que lo catapulta: eliminar las ofertas y mantener siempre el precio lo más bajo posible, un esquema de negocios que algunos de sus allegados asegura copió de la cadena WalMart, número uno en Estados Unidos y en el mundo, una afirmación que siempre ha rechazado porque defiende la calidad de sus productos. “En una cata a ciegas los clientes valoran más la calidad de nuestros helados que los de las primeras marcas”, asegura.

El ejemplo chino

Rodeado casi siempre de un séquito de directivos, Roig no es capaz de quitarse la calculadora de la cabeza. “En las memorias anuales, he colocado un espejo para que todos vean su cara y lean la frase impresa: el éxito depende de mí”, dijo Roig este martes en la presentación de resultados ante más de 70 periodistas. “¿Saben cuánto han costado los espejitos? Un euro cada uno”.

Su triunfo, caso de estudio en la Universidad de Harvard, no podía explicarse sin la estrecha relación que ha construido con sus proveedores. “Conoce mejor nuestros productos que nosotros mismos”, explica un gerente de Nestlé.

A su cadena de proveedores les ofrece contratos de por vida, precios ajustados (“ellos siguen ganando dinero”, asegura) mientras les exige innovación conjunta. “Este año nos hemos inspirado en los chinos para bajar aún más nuestros precios. Hemos hecho reingeniería y utilizado materiales reciclados para bajar al máximo estos productos”, explicaba Roig mientras mostraba cubos y palanganas.

Empresario polémico

Con la autoridad que le confieren sus aplastantes números (ya ha superado a El Corte Inglés y a Inditex en facturación), el magnate se siente cómodo haciendo diagnósticos de la política y la economía nacional y no duda en elogiar la reforma laboral, aunque él hubiera ido “mucho más lejos”. También condena los recortes del gasto público. “La solución es más sencilla que esa: hay que frenar el derroche y las subvenciones que son el cáncer de la productividad”, asegura.

Con 474 millones de beneficios en 2011 y tras crear 6.500 empleos fijos en un año, Roig se mira al espejo en su libro de presentación de resultados. “Sólo veo a un hijo de porquero”, asegura. “Y en mis hijas veo a unas nietas de porquero”. “El día que nos veamos de otro modo, tendremos un problema”.

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