Las renovables, aliadas de la conservación marina

El sector pesquero y sus cofradías deben plantearse si quieren convertir su sector productivo en una actividad con proyección de futuro o resignarse a explotar el medio marino hasta su completa extinción

Pancarta en protesta contra la instalación de eólica offshore en la costa gallega / BNG

Pancarta en protesta contra la instalación de eólica offshore en la costa gallega / BNG

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Lo dijimos hace 50 años, cuando los ecologistas iniciábamos nuestra lucha contra las centrales nucleares y térmicas, por distintos motivos. El tiempo nos ha dado -otra vez- la razón. No hay futuro sin un importante despliegue de renovables.

La semana pasada se publicó desde Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la UE, el Informe sobre el Estado del Clima en Europa para 2022. Los datos son esclarecedores sobre la complicada situación que estamos viviendo ya en nuestros días. Esos pronósticos, que hace tan solo unos años se presentaban como un futuro lejano, están controlando ya nuestro día a día, manifestándose en grandes incendios forestales, graves sequías, inundaciones y otros fenómenos climáticos extremos.

«No parece que la sociedad, incluso aquella que detesta las instalaciones renovables, esté muy dispuesta a cambiar sus hábitos»

Los datos hablan por sí solos. Las temperaturas están aumentando en Europa el doble que las de la media mundial. En el 2022 se registró el verano más cálido desde que se tienen datos. Si solo nos fijamos en los últimos 5 años, la temperatura media europea se ubicó alrededor de 2,2 °C por encima de la temperatura de hace 100 años. España fue, con diferencia, el país de la UE que más incendios de gran magnitud (mayores de 5.000 hectáreas) sufrió el año pasado, una muestra más del gran impacto del calentamiento global.

Existen también graves consecuencias para el ecosistema marino. Según un estudio del Ministerio para la Transición Ecológica del año 2016, hay efectos generalizados causados por el calentamiento global, como el aumento de la temperatura del agua, el cambio en el oleaje, el declive de especies que aportan estructura al ecosistema y favorecen la biodiversidad, episodios de mortandad masiva y aumento de las tasas de mortalidad generalizada en la fauna marina debido a ese aumento de la temperatura.

Así pues, la emergencia climática en un contexto de gran complejidad política en nuestro continente, no nos deja más opción que apostar por las energías renovables en esta carrera a contrarreloj. Es cierto que tiene que ir combinada con la eficiencia y el ahorro energético, y con un cambio global de estilo de vida. Pero no parece que la sociedad, incluso aquella que detesta aceptar las instalaciones de energías renovables, esté muy dispuesta a cambiar sus hábitos, y menos a hacerlo con la velocidad que se precisa. Parece que la dinámica global pasa por decidir de quién y de qué dependeremos en el futuro a nivel energético. Ante esta encrucijada, España debe mostrar firmeza y seguridad en la apuesta por la generación de energía limpia y la descarbonización de nuestro sistema productivo, pues el estado de emergencia convierte las acciones que decidamos hoy, en la herencia que dejemos a nuestros descendientes en el futuro.

«Aunque la transición energética pueda traer consigo costes, no realizarla sería mucho peor»

No obstante, ante esta apuesta por las energías renovables, hay ciertos sectores que no parecen tener la convicción del camino a recorrer. Encontramos un ejemplo claro en el debate generado alrededor de la eólica marina y la pesca tras la aprobación de los Planes de Ordenación del Espacio Marítimo (POEM). La supuesta incompatibilidad entre instalaciones renovables y el sector de la pesca se está convirtiendo en la punta de lanza del debate social y político sobre el futuro de las plataformas eólicas marinas. Pero, aunque se aceptase que la transición energética pueda traer consigo ciertos costes y consecuencias, es evidente que no realizarla tendría costes mucho peores para la biodiversidad de nuestros ecosistemas, y para la supervivencia a medio plazo del propio sector pesquero.

Esta confrontación entre sectores apunta a un debate generacional que llevará a la sociedad a decidir no solo qué tierra se deja a quienes vienen detrás, sino también qué océano. Más concretamente, el sector pesquero y sus cofradías, cuya preocupación puede ser legítima, deben plantearse si quieren convertir su sector productivo en una actividad con proyección de futuro y viabilidad ecológica, o quieren resignarse a explotar el medio marino bajo las nuevas condiciones climáticas hasta su completa extinción.

El debate ya no se sitúa en si debemos o no apostar por energías renovables como la eólica marina flotante, si no en cómo lo hacemos. Es acertado demandar estudios objetivos que reflejen la realidad de nuestros océanos -incluyendo el impacto que la propia flota pesquera provoca sobre los hábitats y los recursos marinos- así como estimular el debate en los propios territorios sobre qué futuro climático queremos para nuestros descendientes. Será imprescindible que la sociedad se alíe con las energías renovables en el camino que nos conduzca a una humanidad consciente, respetuosa y consecuente con el medio ambiente.

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