Los empresarios caen en el desconcierto: ni Rajoy ni Sánchez

El Círculo de Economía acaba encumbrando a Oriol Junqueras, no por su proyecto soberanista, pero sí por su claridad expositiva en un momento de cambio político

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Desconcierto. Perplejidad. Nadie tiene certidumbres. Los empresarios admiten unas buenas dosis de riesgo en sus propios proyectos, y son conscientes de que la crisis económica ha cambiado actitudes y situaciones vitales. Pero esperan, como mínimo, un buen diagnóstico por parte de los responsables políticos, y algún paquete de medidas, que pueden ser atrevidas, pero que reclaman que sean posibilistas.                                                 

Y eso no lo obtuvieron en las jornadas económicas en Sitges (Barcelona) que organiza cada año el Círculo de Economía.

Mariano Rajoy cerró este domingo el cónclave, sin nada nuevo bajo el sol. De hecho, tampoco se esperaba gran cosa, y eso es un mal asunto. «Las expectativas eran tan bajas, que no ha causado sorpresa, si se tiene en cuenta que estamos a algo más de cuatro meses de las elecciones», aseguraba un directivo. «Poco puede hacer ya, aunque es cierto que Rajoy ha tomado conciencia, se le nota tocado, se hace responsable de una situación incierta repleta de casos de corrupción, y quiere cambiar cosas», asegura otro dirigente de un foro económico.

La política puede ahora perjudicar la economía

El panorama comienza a preocupar de verdad, y la paradoja es que esa percepción llega en un momento económico bueno, que podría ser mucho mejor en los próximos años. Existe una coincidencia entre los economistas que analizan los últimos datos macroeconómicos de España de que, aunque 2016 pueda ser un año de crecimiento, el ciclo expansivo podría ser intenso a partir de 2017 y 2018.

Entre otras cosas, porque la internacionalización de las empresas ha llegado para quedarse, y las medianas empresas han realizado un esfuerzo considerable para adaptarse a las exigencias de los mercados globales.

Es decir, y lo explican con detalle algunos análisis de diferentes despachos de prospectiva: el problema en España ahora no es económico, es político, es la incapacidad de canalizar, a través de las instituciones, el malestar social, que se refleja en el ascenso de los partidos emergentes, como Podemos o Ciudadanos, o de otros grupos, como ha ocurrido en Barcelona y Madrid, que tendrán alcaldes de fuerzas de izquierda –nada que decir a eso—, pero que pueden obedecer a impulsos populistas.

Acordar, gobernar, como ocurrió siempre en Europa

Ese temor se ha reflejado estos días, desde el jueves, en Sitges, a pesar de la buena voluntad y del interés del Círculo de Economía, impulsado por Antón Costas, de que los partidos sepan aprovechar ese brote democrático con acuerdos estables, como ha ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial en los países del corazón de Europa, con ejecutivos –el recientemente fallecido Maurice Duverger lo analizó de forma maravillossa—de coalición entre liberales, socialdemócratas y socialcristianos.

Ahora todo es más complejo. Costas se lo recordó a Rajoy, quien admitió el dato. «Cuando un país supera una crisis económica, la reacción social llega en el momento de la recuperación, porque hay ciudadanos que ya han salido, y dejan a otros rezagados, con la sensación de que ya no podrán seguir».

Eso es lo que ha ocurrido exactamente en España, con contratos temporales y precarios para jóvenes que ya habían pasado por eso hace años, y que pensaban que ahora les tocaría entrar en un mercado laboral más digno, como se ha ejemplificado con el caso de la tienda de Movistar.

El apoyo decidido de las empresas

Pero falta empatía. Costas, de nuevo, lo describió ante Rajoy. Para atacar la precariedad social, no sólo es necesario el concurso de los gobiernos, sino del resto de la sociedad, y, –que no se olvide—de las propias empresas, que ya han comenzado a presentar grandes beneficios, que no se han trasladado en mejoras concretas para los asalariados. Esa es la cuestión.

Por ello, el empresariado presente en Sitges –aunque con gran presencia de directivos y de profesionales que, en realidad, no se juegan su dinero—salió del hotel donde se celebraba el cónclave apesadumbrado.

Y lo explicaban sin tapujos. De Rajoy, nada nuevo. Admiten que la economía española es otra, que, si se compara con la situación de 2012, deberían todos brindar con cava, porque el país estaba en plena convulsión. Pero poco más, porque consideran que el presidente del Gobierno debería tomar decisiones de inmediato para cambiar de verdad.

Sorpresa negativa con Pedro Sánchez

La sorpresa más negativa la tuvieron con Pedro Sánchez, el líder del PSOE. «No sé si sabía muy bien el público y el lugar al que se dirigía», asegura uno de los grandes ejecutivos de empresa españoles.

Un académico, curtido en mil batallas, añadía que Sánchez no es consciente de «los mil matices que existen en la política catalana». Con un discurso salpicado de datos, sobre los índices educativos de España, por ejemplo, el dirigente socialista no ofreció un «panorama macro, sobre pactos, sobre gobernabilidad, sobre las certidumbres que la economía necesita para aprovechar el ciclo que llega», añade el mismo ejecutivo empresarial.

De un color y de otro, los empresarios y ejecutivos que circulaban en el hotel de Sitges se referían a esa frustración con Sánchez, que acabó echando mano de medidas propias de Podemos para contactar con los electores cabreados. El líder del PSOE defendió reformar la ley de incompatibilidades, para pasar de dos a cinco años, y eso se interpretó como una salida populista que sería contraproducente: nadie querrá participar en la cosa pública.

De Mas, nadie quiere saber nada

De Artur Mas ya no se espera nada. El President, que se encuentra superado, porque el eje político en Cataluña ha cambiado desde el pasado domingo, con la victoria de Ada Colau en Barcelona, ya no conecta con los asiduos a las jornadas de Sitges.

Ni se percibe que gobierne, –y el crecimiento económico más intenso en Cataluña tampoco se atribuye al Govern de la Generalitat—ni se ve nada claro cómo podría reconducir el fragmentado mapa político que saldrá de las elecciones del 27 de septiembre, si las convoca.

Junqueras, mete broncas, pero gusta

El triunfador, –lean bien—no fue otro que Oriol Junqueras. No porque los presentes comulgaran con su proyecto independentista. Al contrario. Pero gustó su claridad expositiva. Y se admitió su tremenda bronca a los propios empresarios. «La corrupción, que ustedes conocen bien, sí crea incertidumbre, el cambio de las reglas jurídicas en medio del partido, sí crea desazón e inseguridad, no nosotros, que decimos lo que queremos», aseguró.

Con ello criticó los casos de corrupción en el seno de CiU, y del PP, pero también las decisiones, todavía con el Gobierno del PSOE, de cambiar las reglas en el sector energético, que el PP enredó más, dejando al sector de las renovables en una situación imposible.

Alguien nada sospechoso como el ex eurodiputado de CiU, Ignasi Guardans, muy crítico con el soberanismo de Mas, constató en su cuenta de Twitter que sólo le había gustado Junqueras. Todo un mensaje.

Rivera, sí, pero…

Es cierto que el Círculo de Economía quedó prendado con Albert Rivera, debutante, como Juunqueras, en las jornadas de Sitges. Pero con Ciudadanos en Cataluña existe una gran prevención.

Gustan sus propuestas regeneradoras, y reformistas, de carácter liberal, pero no se sabe cómo las podrá articular, ni con qué estructura cuenta. Son los matices que se deben conocer de la política catalana, más italiana, menos feroz que la que se vive en Madrid, aunque ello no sea garantía de que sea más eficaz. Puede que sea, precisamente, todo lo contrario.

Los emergentes, comunican mejor

Lo que está sucediendo en España, y los empresarios lo verbalizaron en Sitges, es que, los líderes de los partidos pequeños, en los que todavía no se confía, «hablan y comunican bien, diagnostican bien, articulan un panorama que debemos todavía entender», señalan fuentes empresariales, pero lo que se pretendía es que los dos grandes ofrecieran respuestas.

Y no las tienen. Lo que multiplica la incertidumbre, que podría perjudicar en breve el dinamismo económico, si es que de verdad acaba llegando.

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