La Cuina d’en Garriga, cultivando el encanto
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La fachada es la de una pequeña tienda de comestibles que apenas llama la atención, pero una vez dentro ya se ve que se trata de un local especializado en productos gourmet. Al fondo, unas cuantas mesas de madera en dos espacios presididos por una cocina antigua que da una ambientación intimista y por las estanterías donde almacenan bebidas y viandas. Entre ellas, algunos sifones a la vista, homenaje de Helena a su familia que fue pionera en la elaboración de esta gaseosa vermutera y medicinal ya en desuso.
Las buenas críticas que ha recibido le han dado fama. Así que al mediodía está lleno. Turistas, señoras de edad y parejas. A pesar de estar en el centro de la ciudad, no tiene mucha clientela de almuerzo de negocios. Es más de amigos y parejas; más de comer que de trabajar.
Mesas corridas
En ese ambiente no sorprende tener que sentarte junto a otras personas en alguna de las mesas corridas si no puedes instalarte de una de las individuales. Servilletas que son trapos de secar cristalería, los mismos que utilizan como mantel. El amable servicio te explica los platos del día sobre algún producto de temporada elaborado de distintas formas.
La carta es toda una declaración de principios. Buen género y con trazabilidad, con la referencia de los fabricantes artesanales en primerísimo lugar. El fuerte de la casa son los embutidos, los quesos y las carnes. Todo bajo la lupa ecológica de la sostenibilidad.
El aperitivo es un montadito a base de morcón, de bisbe o de queso. De acompañamiento mientras llega la comanda, unos trozos de pan de Baluard con tomate para untar y aceite.
Tapas y ensaladas como entrantes, y luego platos de cuchara, y de tenedor y cuchillo. Mozzarela de Búfala de Nápoles (14,8 euros) y también burrata de Puglia (16,5 euros) o lentejas estofadas con foie (11,4 euros). Después, entrecot de Girona (21 euros), secreto ibérico de Jabugo (16,8 euros) y salmón salvaje en papillote (13,8 euros).
Sus macarrones Martinelli (13,8 euros) han sido alabados por los habituales de la casa, así que los pedí de primero. Pero no coincido con ellos. Seguramente son muy buenos, no lo dudo, pero las láminas de tocino que cubren la pasta, una vez pasadas por el grill, le dan una mantecosidad exagerada para mi gusto. Los prefiero con la capa de queso ligeramente torrado, como los clásicos de la abuela. En este caso, el Comté queda por debajo, lejos del crujiente. Demasiado denso.
Con el segundo, steak tartar (15,8 euros) de ternera de Girona cortado a cuchillo, tuve más suerte. Es un plato abundante, como los macarrones, equilibrado, sin nervios. Y, tal como lo pedí, no demasiado picante.
Tartas apetitosas
No tuve ánimos para atacar una de las apetitosas tartas de postre, así que pensé que otro día mediría mejor mis fuerzas y probaría una de esas delicias. Pero en mi segunda visita tampoco lo conseguí, porque tomé el secreto ibérico de segundo –más que correcto- y no pude llegar a los dulces.
Acompañé la primera comida con unas copas de blanco ampurdanés que les embotellan expresamente en Sant Climent de Sescebes. Bueno y caro: 3,8 euros por trago. En la siguiente ocasión pedí la botella entera, pero de tinto, que la cobran al precio de la tienda más 6 euros por el descorche, y te puedes llevar lo que quede. Barato y pasable, con 13,5 grados. Pero no me la llevé: qué iban a pensar los compañeros si aparecía en el curro con una botella bajo el brazo. Me corté.
El café es sensacional. Illy en cápsulas, como el del Coure, fusionado con la misma máquina, que en este caso está alimentada con agua de Viladrau. Las dos comidas salieron por unos 40 euros cada una.
Uno de los atractivos de La Cuina d’en Garriga es que a la salida puedes hacerte con alguno de los excelentes productos del colmado. Especies y condimentos exóticos, tés y cafés de todo el mundo, además de los embutidos, los quesos y las verduras. El primer día no pude resistir la tentación y me hice con un Mariage Frères. Para mi gusto, el mejor té, aunque no sea inglés.
En resumen, un lugar para visitar. Tiene encanto, como Helena Garriga, y no deja indiferente.