Madrid-Barcelona, el ruido

C/ Aragó, 282 www.madrid-barcelona.cat 93-215-70-27

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Este entrañable local fue inaugurado en 1929 y conserva la decoración art decó con que lo vistieron sus primeros propietarios. Es, probablemente, lo mejor del restaurante. Nació como fonda para los viajeros que iban o venían de la capital en tren y lo cogían en la estación del cruce de paseo de Gràcia con la calle de Aragó.

Hace unos años, tras una larga etapa de languidez, pasó a ser regentado por una de las ramas de la familia Parellada, de cuya gestión aún conserva algunos rasgos, los imprescindibles para que desde el punto de vista de marca pueda asociarse al Senyor Parellada pese a que ya no hay vínculos.

En estos momentos, una buena parte de su clientela es la turística. Por eso, junto a la carta y al menú del día, a 15,9 euros, figuran también cuatro menús de tapas, a 18,85. También se pueden ver a empleados de buen nivel de las oficinas de la zona y a gentes que andan de gestiones por el centro.

Aunque algunas mesas rotan en el servicio del mediodía, el altillo permanece cerrado. A diferencia de aquellos tiempos de esplendor como hostal recuperado, ya no hay colas esperando turno. Las cosas en el mundo de la restauración han cambiado, y para algunos más que para otros.

El menú

El terreno en que mejor se defiende el Madrid-Barcelona es en el menú diario, con una oferta adecuada a su precio, con mantel y servilleta de tela blancos; cubertería y vajilla nuevas y de diseño cuidado. Gana a la carta, que sale por una media de 30 euros sin vino. Casi idéntica nota en los dos casos, pero no porque el menú esté muy elaborado, como ocurre en algunos locales de jóvenes cocineros que han hecho una apuesta fuerte en este capítulo, sino porque la diferencia de precio no compensa.

Los platos son los típicos de la hostería catalana, con el xató de Sitges, los buñuelos de bacalao nada aceitosos con romesco y algunos recuerdos más de la etapa Parellada, como el cucurucho de verduras fritas y en los postres el naranja a la naranja. Me temo que en algunos casos solo queda el nombre. Es lo que le ocurre al semifrío de turrón con crema, que parece recién salido de un lineal de Caprabo.

Cava a copas

Otro rasgo de aquella época es la inclusión de un cava entre los vinos de la casa para servir a copas. La carta de vinos ofrece once tintos y siete blancos de distintas denominaciones, con mayoría catalana. Cinco cavas y un Moet Chandon, a 43 euros. Tienen cerveza de barril, Damm, que no sirven mal. El café, Bou, llega a la mesa sin temperatura.

El servicio es atento y rápido, pero poco profesional. Hablan entre ellos a gritos, incluso cuando se gastan bromas o tratan de asuntos personales. Y tienen esa costumbre -¿madrileña?- de golpear ruidosamente las tazas y los platillos de la cafetera unos contra otros cuando los secan. Si te ha tocado una mesa cerca de la barra, terminas con prisas por salir de nuevo a la bulliciosa calle de Aragó.

Economía Digital

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