La DUI de Sánchez
Lo más probable es que Sánchez redoble su ataque a la democracia. Si le sale bien, los apologetas del mundo postliberal verán entonces que sus sueños, a la práctica, son una pesadilla
Los audios desvelan algo más que corrupción: detrás de los contratos amañados y las comisiones se vislumbra algo más que afán de enriquecimiento. Estaban poseídos por la convicción de que el Estado era un botín y la democracia, un obstáculo. Nunca hubieran llegado tan lejos si el sanchismo no hubiera edificado su mandato sobre una arquitectura de poder diseñada para resistir y no para gobernar.
Los indultos, la amnistía, la rebaja de la malversación y todos los nombramientos, que convertían las instituciones en coto privado de la organización, no eran estratagemas para salir del paso. Eran elementos clave para una estrategia cuyo objetivo final era el gran latrocinio. La corrupción de todo el entorno de Sánchez no es un accidente: es el resultado lógico de su forma de hacer política, donde la ética es un estorbo y los cargos solo premian el aplauso y, eventualmente, el silencio.
La infinita concatenación de escándalos demuestra que el Peugeot sanchista ya no tiene marcha atrás. Metieron mano en las urnas de su partido y también en el futuro de los españoles. Perdieron el sentido del límite. Y la pornografía pasó de lo sexual a lo moral. Han ido demasiado lejos. Como a sus socios, ya solo les queda declarar la DUI. Como en aquella infame noche de 2017, en la que el cobarde Carles Puigdemont se encerró con sus cómplices de sedición para decidir si debía convocar elecciones o declarar la independencia, Pedro Sánchez ha pasado el fin de semana en la finca toledana de Quintos de Mora reflexionando: dimisión o resistencia. Un átomo de dignidad le obligaría a optar por la primera opción, pero todos sabemos que no abandonará su manual. La experiencia no sugiere nada diferente.
Sánchez proclamará su DUI particular, su declaración unilateral de independencia. Se independizará de la democracia española. Ya ha roto amarras con la separación de poderes —con su Tribunal Constitucional, su Fiscal General y “sin el concurso del legislativo”— y navega a toda vela hacia el puerto de la autocracia. Ha disuelto el Estado de derecho con la naturalidad de quien ha descubierto que sus votantes ni lo castigan ni lo lamentan.
Una base electoral impermeable a la cultura democrática es una autopista hacia el atropello de las libertades. La Constitución española sigue vigente sobre el papel, pero la cultura que la hizo posible lleva esfumándose desde el gobierno del padrino Zapatero. Él, su persona, solo está clavando el último clavo en la tumba.
El maquillaje no tapa la verdad. Es imposible que Sánchez fuera el único honesto en su matrimonio, en su familia, en su partido y en su gobierno. O es el tipo con peor suerte del mundo o es un cínico redomado. Y, a estas alturas, incluso el Grupo Prisa, que empezaba a parecerse demasiado al Grupo de Puebla, sabe quién es Sánchez y el peligro que supone para la democracia. La retórica victimista ya no cuela.
El maquillaje no tapa la verdad. Es imposible que Sánchez fuera el único honesto en su matrimonio, en su familia, en su partido y en su gobierno
El recurso constante al fascismo y al “lawfare” es demasiado burdo. Quienes le blanquearon y le jalearon en tertulias ahora intentan disimular. “Oh, me engañaron”. “¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”. Pero ellos también son culpables del destrozo sanchista: se vendieron por un sueldo, una cesión o una subvención. Periodistas, sindicalistas y socios. Indecentes.
Lo más probable es que Sánchez redoble su ataque a la democracia. Si le sale bien, los apologetas del mundo postliberal verán entonces que sus sueños, a la práctica, son una pesadilla. Ya no será una demolición controlada del sistema, como hasta ahora, sino un derribo en toda regla. Sin embargo, si la DUI le sale mal, si algo falla en su diseño de la impunidad, si algún resorte interno o externo le estalla en las manos, solo le quedará una fuga que, en su caso, no podrá ser dentro de un maletero.
Su casoplón de Waterloo será, tal vez, una villa dominicana. No, no descarten la opción caribeña. Allí no habrá euroórden. No habrá Justicia fiscalizadora, ni Parlamento controlador. Allí Sánchez podrá seguir durmiendo tranquilamente en su colchón favorito.