Fecha electoral, ni fu ni fa

Descarten que la próxima legislatura, empiece cuando empiece, vaya a inaugurar una etapa de tranquilidad, estabilidad y buen gobierno en Cataluña

Pedro Sánchez, Quim Torra, Pere Aragonès (ERC) y Elsa Artadi (JxCat) en el Palau de Pedralbes de Barcelona, el 20 de diciembre de 2018 | EFE/AD/Archivo
Pedro Sánchez, Quim Torra, Pere Aragonès (ERC) y Elsa Artadi (JxCat) en el Palau de Pedralbes de Barcelona, el 20 de diciembre de 2018 | EFE/AD/Archivo

Antes de discrepar de todos los analistas que atribuyen en exclusiva a la conveniencia política la anulación y nueva convocatoria de comicios catalanes, debo corregir mi ultimo artículo sobre política local publicado en Economía Digital.

Como con mucha suerte alguien recordará, en él negaba lo que, al día siguiente, todos los medios de comunicación llamaban ‘efecto Illa’. La tesis, en poca palabras, rezaba que todo sopla a favor del PSC, con Salvador Illa o con cualquier otro cabeza de lista.

Me reafirmo en lo esencial, pero no caí en la cuenta de una consideración de bulto que paso a exponer. El efecto Illa, personaje fúnebre, no existe más que el del cadáver insepulto del Cid montado en su caballo.

O sea que existe y puede no ser baladí, pero no se debe al inerme jinete sino a la relevancia del corcel y al factor sorpresa sobre las huestes, tanto las de sus fieles como entre las infieles.

Para los votantes socialistas, y en muy buena medida para los demás aunque no lo confiesen, un ministro es un ministro. No es la virgen de Fátima pero reluce por encima del atajo de mindundis que pululan por el Parlament.

Tienen por lo tanto razón los que prevén una disolución de dicho efecto provocada por el retraso de la fecha electoral. Suspendida la batalla, propios y extraños se hubieran dado cuenta de que el Cid era un trampantojo. Si sus asesores no espabilan en revestirlo con un perfil político y a insuflarle ánimo, no alma porque eso no está a su alcance, el nombre de Illa pasará de indiferente a lastre para el PSC.

En cuanto al resto, y de ahí la profunda discrepancia, también con el colega Joan López Alegre, es de temer que reinen, más que el cálculo, la confusión y el miedo. Si está tesis es poco común se debe a que, a diferencia del común de la ciudadanía, de sobra desengañada y con razón descreída, quienes aún se ocupan de la política siguen suponiendo, y de ahí su error, que los dirigentes de los partidos son seres superiores o por lo menos saben hacer algo mejor que ellos: las cábalas, los cálculos.

Aún suponiendo que así fuera, que tampoco, es imprescindible preguntarse qué le sucede a un político cuando, al igual que un chaval en un examen de matemáticas, cada vez que intenta resolver la incógnita de la ecuación le sale un resultado distinto.

¡Pues así estamos! Agobio, sudores, cábalas dispares, paraísos o abismos a la vuelta de quién sabe qué esquina, esperanzas y temores entremezclados. No lo duden, salvo el PSC, el resto, más que relamerse por anticipado con un triunfo o mejora de sus posiciones, tiembla ante la perspectiva del fracaso que consiste en no alcanzar los objetivos.

A saber si en el retraso electoral ha pesado más la prudencia ante el virus que el terror a las urnas

La prueba es que, a la salida de la reunión en la que se consensuó el retraso electoral, todos menos Miquel Iceta expresaban su acuerdo, cosa rara. ¿Qué tienen en común los partidos que con tanta aspereza pugnan? La posibilidad de encontrar mientras tanto un salvavidas, o tal vez una tabla, o a lo mejor una balsa, o incluso una barquichuela que permita a sus dirigentes seguir a flote.

El resto no les ocupa o les ocupa menos. Según los opiniones de los expertos y los supuestos expertos en pandemias, tanta razones hay para mantener la fecha como para posponerla, tal vez no por última vez. A saber pues si en la decisión ha pesado más la prudencia ante el virus que el terror a las urnas. Pero tan real es una como el otro.

Por lo demás, desengáñense, o no se dejen engañar por quienes reclaman un período de estabilidad en el que la Generalitat priorice la obra de gobierno, es decir de buen gobierno, sobre la agenda política relacionada con el procés y sus coletazos.

Tal cosa no va a suceder, ni en mayo ni en diciembre ni en bastante más tiempo. Desde que en el lejano 1995 CiU perdió la mayoría absoluta y Jordi Pujol empezó a balancearse entre ERC y el PP, llevamos quince años de inestabilidad y perturbación organizada o azuzada desde la Generalitat, u originada en las discrepancias en el seno de los sucesivos gobiernos.

La cuenta no ha terminado. Con mayor o menor intensidad, el conflicto seguirá, y seguirá enquistado en una institución que ningún político aprecia ya por ella misma sino como instrumento de una batalla que la convierte en un remedo de los famosos versos del “vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero”, etc.

De modo que, a guisa de conclusión predictiva, descarten que la próxima legislatura, empiece cuando empiece, vaya a inaugurar una etapa de tranquilidad, estabilidad y buen gobierno en Cataluña.

Lo máximo que se puede esperar es que prosiga la relativa calma en la que han quedado los rifirrafes públicos entre JxCat y ERC. Las ojerizas, las incomodidades, los golpes francos o bajos persistirán, tanto si vuelven a gobernar en coalición como si JxCat pasa a la oposición.

Lo mejor dentro de malo es que hemos aprendido a hacer poco caso de nuestros políticos y a relativizar y diluir sus tensiones en el seno de una sociedad cansada de tanto estrés sin resultado.

Si Illa se convierte, y es cuestión de tiempo, en otro político catalán más, la incertidumbre y el tembleque general se contagiarán a los socialistas. Pero de ahí a considerar trascendentales unas elecciones que, lejos de cambiar el paisaje político van a ser de trámite, media la misma distancia que separa las falsas ilusiones de las renovadas desilusiones.

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