Hacienda somos todos… unos más que otros
La editorial de El País “Hacienda seguimos siendo todos” parte de una intuición correcta: la desafección fiscal crece, sobre todo entre los jóvenes. Pero se equivoca al reducirla a un problema de “desinformación” que se resolvería con campañas pedagógicas. No se trata de que los ciudadanos no entiendan el sistema; se trata de que lo entienden demasiado bien.
Para empezar, es falso que España haya vivido “décadas de recortes de impuestos”. La presión efectiva sobre las rentas del trabajo no ha dejado de aumentar, tanto por subidas explícitas como por vías más sutiles, como la no deflactación de los tramos del IRPF. Así, millones de contribuyentes pagan más simplemente porque la inflación los empuja artificialmente a escalones superiores. Es lo que denominamos progresividad en frío, la versión fiscal de la cinta de correr: corres más para quedarte en el mismo sitio.
La ausencia de corrección de la tarifa habría aumentado la factura fiscal de las rentas medias entre 225 y 450 euros adicionales (Balladares y García Miralles, 2024). La mitad del aumento recaudatorio de IRPF español del periodo 2019-2023 ha sido debido a la inflación.
Y si nos centramos en las familias, el panorama es aún más revelador. La cuña fiscal media —el porcentaje de impuestos y cotizaciones sobre el coste laboral total— para una familia española con hijos es del 36,1%. Esto supone 0,6 puntos más que el 2023, 6,1 puntos por encima de la media de la Unión Europea y 10,4 puntos por encima de la OCDE. Dicho de otro modo: trabajar en España es, fiscalmente, más gravoso que en la mayor parte del mundo desarrollado.
Trabajar en España es, fiscalmente, más gravoso que en la mayor parte del mundo desarrollado
A esto se suma que la percepción de contraprestación no acompaña. La población observa un Estado que recauda cada vez más, pero cuya capacidad de ofrecer servicios ágiles, equitativos y sostenibles no mejora al mismo ritmo. La narrativa de que “pagamos poco” pierde fuerza cuando la comparación se hace no en términos nominales, sino efectivos y familiares.
Entre los menores de 35 años, este desencanto fiscal adopta una forma clara: se rompe el contrato generacional. Pagan más que sus padres en proporción a lo que reciben, financian un gasto corriente creciente y, además, cargan con una deuda pública cercana al 110% del PIB que condicionará su futuro. Ante eso, no basta con repetir eslóganes sobre “solidaridad” o “Estado social”: hace falta un sistema que funcione, no uno que moralice.
La editorial menciona las campañas del Gobierno para “explicar” los impuestos. Pero la pedagogía fiscal, sin reformas estructurales, es como repartir folletos sobre reciclaje en un vertedero desbordado. Si Hacienda somos todos, también lo somos cuando exigimos un sistema tributario más eficiente, más transparente y adaptado a la realidad económica actual.
La ironía es que la mejor campaña de concienciación fiscal no la hará un ministerio en TikTok, sino una administración que funcione: que gaste bien, que trate igual a iguales y que deje de confundir aumentar impuestos con fortalecer el Estado.