Pensándolo bien, mejor seguir sin presupuestos
Los PGE son la herramienta básica para planificar inversiones, ordenar gastos y, en teoría, mejorar la vida de los ciudadanos
Ya lo hemos dicho en más de una ocasión: Pedro Sánchez no va a dejar el poder ni con agua hirviendo. Y decir esto no es una opinión, es la constatación del proceder de un presidente que exigía la dimisión de Rajoy por carecer de presupuestos, pero que, por el contrario, entiende que ese problema no va con él. Es más, ya ha dicho que si los presenta y se los tumban, tampoco convocará elecciones. Resignados, por lo tanto, a tener que seguir con este agónico Ejecutivo, deberíamos convenir que, pensándolo bien, igual es mejor que no haya Presupuestos Generales para que nuestro particular Frankenstein no pueda tirar de chequera ni de tarjeta de crédito.
Lo lógico, en un país normal, sería desear que el Gobierno pudiera aprobar unas cuentas públicas. Son la herramienta básica para planificar inversiones, ordenar gastos y, en teoría, mejorar la vida de los ciudadanos. Pero hablamos de España, y más concretamente de Pedro Sánchez y quienes lo apoyan: un Ejecutivo sostenido por una coalición que no se soporta entre sí y que, lejos de gestionar, se mantiene unida únicamente por la necesidad de seguir en el cargo, cobrando una buena nómina, con coche oficial y privilegios varios.
Así que, aunque suene excéntrico, quizá sea un alivio que nuestro monstruito gubernamental no logre sacar adelante las cuentas. Al fin y al cabo, no tiene ningún sentido alimentar a la criatura con más dinero si ya sabemos de antemano que no lo va a emplear en aquello que España necesita. Hemos podido constatar muchas veces cómo el insaciable apetito de los socios de Sánchez puede acabar devorando todo lo que le pongan delante: los independentistas piden que su soberanía se financie con dinero común; los nacionalistas, más privilegios para su terruño, y los comunistas, un poco más de utopía subvencionada. Y todo ello a cargo del sufrido contribuyente.
Es cierto que España necesita que se hagan inversiones urgentes, pero poner los recursos de unos presupuestos en manos de un Gobierno incapaz de gobernar, y que tiene como prioridad mantener contenta a su jauría parlamentaria, suena más a temeridad que a solución. Porque nada ni nadie puede garantizar a los españoles que unos Presupuestos Generales vayan a destinarse a las prioridades del país. Ahí están los trenes, que ya no llegan tarde: directamente no llegan. Las carreteras, convertidas en un catálogo de baches y obras eternas. Los medios contra incendios, insuficientes cada verano. O las ayudas a los damnificados por la última DANA, que se demoran tanto que uno empieza a pensar si no sería más rápido esperar a la siguiente catástrofe natural para ver si se acumulan los trámites y, al menos, llega un cheque de verdad.
Instrumento de saqueo político.
España necesita urgentemente que se construyan nuevas viviendas, que se mejore la sanidad, la educación y la seguridad. Proyectos esenciales que no pueden desarrollarse si las cuentas están bloqueadas, cierto, pero dadas las circunstancias casi resulta más saludable que Pedro Sánchez siga incumpliendo ese mandato constitucional que ver cómo se convierte en un instrumento de saqueo político.
Al final, la ironía de todo esto es que los españoles, a pesar de la ruina de las infraestructuras y de la desatención a los servicios básicos, casi respiran aliviados cuando el Frankenstein no recibe más alimento. No porque estemos mejor así, sino porque sabemos que podríamos estar aún peor. Y, visto el panorama, no es poco consuelo.
Seamos optimistas y pensemos que este aroma de campaña electoral permanente que nos rodea servirá para que se adelanten las elecciones y no tengamos que esperar a 2027. El Gobierno es incapaz de gobernar, así que vive en el eslogan continuo, en el enfrentamiento diario, buscando cortinas de humo que duren lo que va del Telediario del mediodía al de la noche.
Por eso, es mejor seguir sin presupuestos. Mejor la prórroga infinita, el piloto automático, el ir tirando. Porque, aunque España se esté cayendo a pedazos —y vaya si se nota en cada incendio, en cada carretera, en cada tragedia mal atendida—, al menos evitamos que se acelere la demolición que están llevando a cabo quienes solo piensan en su parcela de poder.
Quizá, con un poco de suerte, la legislatura termine antes de tiempo con el mismo presupuesto con el que empezó. Será la demostración de que, a veces, lo mejor que puede hacer un Gobierno es no hacer nada. Un Gobierno quieto, impotente y bloqueado es, paradójicamente, un Gobierno menos dañino. Y, en estos tiempos, eso ya es un logro considerable.