Prometieron marchar por la senda constitucional y mintieron     

“Fernando VII, redacta un manifiesto en donde promete el acatamiento y cumplimiento de la Constitución de 1812, al inicio del Trienio Liberal. No cumplió la palabra dada. Pedro Sánchez frente al espejo de Fernando VII”

Ordenando los libros de un estante redescubrí la Introducción a la Historia de España de Antonio Ubieto, Juan Reglá, José María Jover y Carlos Seco (1967, cuarta edición). Un clásico de los alumnos preuniversitarios y universitarios –primer curso- de los años sesenta y setenta del siglo pasado.  

Hojeando el libro –un manual de 1.011 páginas- me detuve en la parte Edad Contemporánea redactada por José María Jover, a la sazón catedrático de Historia Moderna en la Universidad Complutense de Madrid. Me llamó la atención el capítulo 5 titulados Absolutistas y Liberales, especialmente el apartado dedicado a Fernando VII. Lo releí. Una prueba más –me dije- de que la Historia quizá no se repita, pero rima. Se lo cuento tomando como guía el texto de nuestro historiador. Sí, la rima es Pedro Sánchez.   

El Deseado 

Al llegar al territorio nacional, después del confinamiento de Valençay, Fernando VII se planteó el dilema de observar o no observar la Constitución de 1812. No la observó.  De ahí, el obrar al margen de las normas. De ahí, la afirmación de su propia soberanía frente a la soberanía nacional. La Ley soy yo. Hay que decir que en todo ello tuvo un papel muy importante un ambiente que, sugestionado por la derrota del invasor francés, propiciaba el inicio de una nueva época.  

Así, de esta manera, el Deseado –ese era el apelativo popular de Fernando VII- apareció como el héroe –aclamado por el Pueblo- de la resistencia frente al invasor francés. Tal fue el entusiasmo que la Constitucional liberal de 1812 fue quemada y enterrada por el Pueblo. El resultado, como indica el profesor José María Jover: “las clases populares” anulan la “obra de las clases intelectuales del país” y la “restauración absolutista de Fernando VII viene a hacer cristalizar un estado de opinión”. Ahí empieza la rima  

Una sociedad maleable 

Para Fernando VII, la sociedad era una materia maleable que favorecía la reforma profunda del Estado. Fernando VII aprovechó la ocasión y cumplió el deseo de una parte de la sociedad: “el gobierno de España –concluye el profesor José María Jover- será dirigido durante los veinte años inmediatos (salvando el llamado trienio constitucional, 1820-1823) por un monarca absoluto, avispado, pero muy limitado intelectualmente, llano en su trato, pero suspicaz, cruel en ocasiones, y partidario ante todo de mantener su real primacía, aunque fuese basándose en el sabio oportunismo”.  Sigue la rima. 

Para Fernando VII, la sociedad era una materia maleable que favorecía la reforma profunda del Estado

La Camarilla 

El resultado no fue otro que una notable inestabilidad política sin otro proyecto que el mantenimiento, a toda costa, del poder. Del poder del Rey y de la Camarilla, por decirlo en la terminología de la época. Una Camarilla o grupo de personas con las cuales el monarca perfilaba y valoraba las decisiones. Una Camarilla cuyo objetivo principal era el “mantenimiento del régimen absolutista frente a la creciente inquietud liberal que fermenta” y que “plantea a Fernando VII un problema permanente”.

De ahí, la “persecución del movimiento constitucionalista bloqueado por los gobiernos de Fernando VII” que se manifestó de maneras distintas como el Estatuto Real de 1834 o la Constitución de 1837.  Nada que ver con la Constitución liberal de 1812. Fernando VII hará escuela. Continúa la rima.  

El modelo  

Fernando VII brinda, avant la lettre, una suerte de populismo que arremete contra la democracia liberal que supuestamente bloquea las demandas del pueblo. Un populismo que –por usar la terminología actual- tilda de antidemócratas a todos aquellos que osan cuestionarlo. Así se cohesiona al pueblo frente al adversario o el enemigo diseñado a la carta.

Vista del «Retrato de Fernando VII» (1815), de Francisco de Goya, una de las obras que el CaixaForum Barcelona. EFE/ Enric Fontcuberta

Un populismo sin contenido ideológico definido que, por decreto, se erige en representante del pueblo. Un populismo cuya intención es asegurar el poder amparándose en la promesa de la convivencia y el bienestar del pueblo. Un populismo –una épica que dice representar la voluntad colectiva- que se alza contra toda disidencia tildada de autocrática. En definitiva, un populismo que se declara defensor de la democracia, garante de la soberanía nacional y popular (?), representante de los desfavorecidos y las clases medias y trabajadoras, y emblema del progreso.  

Fernando VII y Pedro Sánchez  

Esta perversión de la democracia, de raíz fernandina –añadan los aires del populismo de izquierda de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe-, se manifiesta en el quehacer político de un Pedro Sánchez que todo lo polariza y sucumbe a la tentación del despotismo político al colonizar las instituciones, rehusar el debate, demonizar la oposición, abusar del decreto ley y cerrar el Congreso.

Un Pedro Sánchez que se considera el Enviado que revitalizará la nación y la democracia. Un Enviado que, paradójicamente, es incapaz –el grado omega del sectarismo- de pactar con la oposición democrática para robustecer la democracia. Lo contrario es cierto: para asegurar el poder, el Enviado, autocomplaciente y sin escrúpulos, siempre dispuesto a coquetear con la mentira y el engaño, firma acuerdos con las fuerzas anticonstitucionales que minan la democracia y la nación. 

Poder por impunidad y del ‘procés’ al ‘proceso’  

Pedro Sánchez o el alumno aventajado de Fernando VII que, con la excusa de la convivencia y el reencuentro, coquetea con el “Yo soy la Ley” de matriz fernandina. En síntesis, el Poder Ejecutivo interviene al Poder Judicial –traducción: peligra la división de poderes, la igualdad ante la ley y la independencia del Poder Judicial-, porque Pedro Sánchez quiere ser investido Presidente y para ello necesita los siete votos a cualquier precio –por ejemplo: aceptar el relato del nacionalismo catalán desde 1714 con sus tergiversaciones, manipulaciones, supremacismo, homofobia, resentimiento, totalitarismo identitario, deslealtad, incumplimiento de sentencias, exigencias e ilegalidades- de Junts.

También, necesita los votos de partidos poco o nada amigos de la democracia y la Constitución como ERC, Bildu y PNV, que igualmente mercadean con el PSOE.  

El grado omega del intervencionismo político que quiebra la división de poderes: el PSOE –que se especializa en procesos deconstituyentes sin el más mínimo escrúpulo- asume que hubo persecución ideológica en los juicios que condenaron -en firme: sedición y malversación- a quienes desobedecieron reiteradamente las resoluciones de los Altos Tribunales. Todo ello, para borrar el historial de Carles Puigdemont y sus correligionarios.     

Poder por impunidad. Y del “procés” que enfrenta a los catalanes al “proceso” que enfrenta a los españoles. Y unos verificadores internacionales como si se tratara de Estados en conflicto. Todo ello en una Cataluña en que el independentismo es minoritario.               

De la Camarilla a la Cuadrilla 

Si Fernando VII tenía la Camarilla, Pedro Sánchez tiene la Cuadrilla, ese “conjunto de personas que influyen subrepticiamente en los asuntos del Estado o en las decisiones de alguna autoridad superior” (DRAE). Unos partidos políticos y movimientos políticos y sociales, del feminismo al ecologismo, pasando por el animalismo –añadan los llamados sindicatos de clase y la autodenominada prensa progresista-, que brindan discurso y apoyo a cambio de cargos y puestos de trabajo. Como en la época de Fernando VII. 

Si Fernando VII tenía la Camarilla, Pedro Sánchez tiene la Cuadrilla

Yo, Fernando VII 

“Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria” (Manifiesto del 10 de marzo de 1820).  

Fernando VII, en un ejercicio de cinismo, redacta un manifiesto en donde promete el acatamiento y cumplimiento de la Constitución de 1812, al inicio del Trienio Liberal. No cumplió la palabra dada. Pedro Sánchez frente al espejo de Fernando VII.  

Del Deseado al Enviado y de la Camarilla a la Cuadrilla. Rima.  

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