La rendición de Bruselas y la foto de la vergüenza 

Pedro Sánchez, el autor de La rendición de Bruselas, no aparece, porque lo suyo es generar el desorden, sin matices.

A la izquierda, el secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán. A la derecha, el expresidente de la Generalitat de Cataluña –prófugo de la Justicia- Carles Puigdemont. Ambos, acompañados por unos actores secundarios. Justo sobre la cabeza de Carles Puigdemont, coronando su hazaña, una  fotografía de gran tamaño –que el PSOE oculta en la desinformación que facilita a la prensa- donde una multitud sostiene en alto una urna gigante del referéndum ilegal del 1 de 0ctubre de 2017.  

Si en el cuadro, titulado La rendición de Breda, el general de las tropas españolas, Ambrosio Spinola, recibe las llaves de la ciudad de manos del gobernador holandés Justino de Nassau, en el cuadro que podríamos titular La rendición de Bruselas, el prófugo de la Justicia –rebautizado por el PSOE como Presidente de la Generalitat de Cataluña- espera la llave de su libertad de manos del mercader Santos Cerdán.  

Si en La rendición de Breda, todo llama al dramatismo, en La rendición de Bruselas todo tiene un aire de comedia. Si Diego Velázquez, aparece como observador en La rendición de Breda, para aprender a organizar la realidad, esa manera de dominar la luz y entender la importancia de las sombras; Pedro Sánchez, el autor de La rendición de Bruselas, no aparece, porque lo suyo es generar el desorden, sin matices. Si La rendición de Breda refleja una capitulación honorable, La rendición de Bruselas expresa una capitulación deshonrosa. Es la miseria de la política y de los políticos. La foto de la vergüenza. Sin arte.  

La miseria de la política 

Una de las consecuencias de la bipolarización política que se ha instalado en España es el doble criterio impostado. Los hechos se valoran en función de los intereses y prejuicios del partido político. Y aunque podríamos decir que la política es eso, lo preocupante del caso es la doble moral que  acompaña a la polarización. Resultado: el maniqueísmo, la animadversión, el gremialismo y la mezquindad. Y el poder.  

Esa miseria de la política que atribuye por definición el mal al adversario convertido de facto en enemigo, que niega todo aquello que no sea de su interés, que únicamente le mueve lo suyo, que es incapaz de cultivar el acuerdo o el pacto. Y esa obsesión por el poder a cualquier precio.   

El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de JxCat, Carles Puigdemont, y el secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán. EFE/ Psoe

En el proceso de investidura de Pedro Sánchez, se percibe la deriva maniquea de un PSOE que criminaliza a la derecha por el hecho de serlo, mientras se apoya en unos partidos –ERC, Junts o Bildu- de oscura trayectoria democrática y nula inclinación constitucional. Un maniqueísmo que es el resultado del rechazo compulsivo y la mezquindad. Ni generosidad ni nobleza de espíritu. Y ese gremialismo –hay que defender el escaño y el salario a cualquier precio- propio de la cabaña lanar política y mediática. Todo ello por los siete escaños que necesita Pedro Sánchez para ser investido. Miseria de la política. Miseria de los políticos.              

La miseria de los políticos      

Ese miserabilismo –el término fue acuñado por el crítico literario francés Jean Schlumberger y recuperado por el también crítico literario, hispanista y profesor español Ricardo Gullón– que pone de relieve las inclinaciones de una naturaleza humana dominada por la avaricia. Una naturaleza, la de muchos políticos, cautivos de su propio egoísmo y estrechez de miras, que son incapaces de ver y aceptar la complejidad del presente y las consecuencias de sus actos.    

En el caso que nos ocupa, el político que se cree en posesión de la verdad, lo correcto y lo bueno, margina al otro, al que acusa de inoperante y malintencionado. Un desprecio antidemocrático que excluye a los políticos y a los ciudadanos que no comulgan con una realidad impuesta. Adiós a una de las características –la alternancia- de la democracia. Así se corrompe la democracia. Así se hace de la necesidad virtud. Y miseria. Por el bien de Cataluña y España, se afirma.    

Así se actúa en beneficio propio: se indulta y deroga tipos penales a conveniencia, se manipula la Constitución a la carta, se colonizan las instituciones, se rompe la división de poderes y la independencia judicial, se desprecian las resoluciones de los Altos Tribunales, se elude la igualdad ante la ley. Y ese yudo moral progresista contra todo disidente.  

Ese es el precio de la investidura. Unos socios chantajistas que  cobran al contado. Y hacen de la humillación una victoria. Un Estado que baja la cabeza en nombre  de la convivencia, el reencuentro y la gobernabilidad. Una amnistía que legitima el “proceso”. Y lo que vendrá. Aplausos.   

El pensamiento de la cabaña lanar  

Letra de Curzio Malaparte: “le solíamos escuchar con la boca abierta, le aplaudíamos, le decíamos «¡bravo, muy bien!» y él nos creía, extendíamos el brazo hacia él, y él nos creía, le gritábamos «qué bien cantas, qué bien cantas», y él cantaba. Le decíamos «eres un héroe, eres el Héroe», y él nos creía y nos gritaba: «también vosotros sois héroes, todos sois héroes» y el creía que nosotros le creíamos, y se pavoneaba en el balcón” (Muss, edición española, 2013).    

De Bruselas al Metamuseo de Historia de Cataluña      

El lienzo La rendición de Breda, después de decorar durante años el Salón de Reinos del Buen Retiro, fue trasladado al Museo del Prado. Con todos los honores. 

Otro destino le espera a la foto de La rendición de Bruselas, aparecida hasta la saciedad en los medios de comunicación para dar fe del encuentro entre el mercader y el fugado, para representar la victoria. Seguramente, acabará entre las obras cumbre del independentismo catalán, en el Museu d’Història de Catalunya, un metamuseo, un amplio muestrario de representaciones imaginarias, de gestas inventadas, de héroes de papel. La manera en que el nacionalismo catalán entiende su historia

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