Tsunami sanchista
Ahora van a por la sociedad, a envenenarla, a convertir la calle en un escenario de confrontación permanente. Quieren un tsunami sanchista
El “apreteu, apreteu” de Pedro Sánchez a los violentos que boicotearon la Vuelta a España, para ayudar en absolutamente nada al pueblo palestino, constituye la enésima demostración de la deriva del PSOE. No es una anécdota, ni un gesto menor: es la entrada en una nueva fase, la de la agitación desatada contra la oposición democrática. Durante años he señalado las similitudes entre el procés separatista catalán -el intento de revolución de una élite política para mantenerse en el poder– y la radicalización populista del sanchismo, a la que denominé “el proceso español”. Por desgracia, este paralelismo no hace más que confirmarse semana tras semana.
La incitación al desorden y a los incidentes desde La Moncloa es una reedición de aquellos peligrosos coletazos. Cada vez más solo y acorralado, Sánchez recurre a todos los instrumentos de manipulación para prolongar su supervivencia. Siempre ha entendido la política como una constante huida hacia adelante. Y, como aquellos separatistas que en octubre de 2019 decidieron incendiar el centro de Barcelona, ahora los sanchistas apuntan con la misma irresponsabilidad al corazón de los españoles.
Ya no les basta con hackear las instituciones democráticas. Ahora van a por la sociedad, a envenenarla, a convertir la calle en un escenario de confrontación permanente. Quieren un tsunami sanchista. La excusa coyuntural, esta vez, es Gaza. El dolor legítimo del pueblo palestino se instrumentaliza de la manera más cínica para ensanchar la división entre españoles. La hipocresía es evidente: Sánchez no tuvo inconveniente en abandonar al pueblo saharaui rompiendo el tradicional consenso de la política exterior española.
La alianza se descompone. El sanchismo depende de un Carles Puigdemont diluido ante el auge de Aliança Catalana, y de una Yolanda Díaz amortizada. Las contradicciones son cada día más evidentes. Unos quieren fragmentar el Estado; otros, engordarlo. Y la extraña suma da como resultado un país disfuncional. Al faltar coherencia en el programa, se busca en el método: el populismo. Se inventan enemigos y agravios. Se subvenciona la demagogia y la confrontación.
España vive atrapada en la polarización, con una institucionalidad cada vez más devaluada y una democracia cada vez más deficiente. Los signos de la decadencia se asoman a nuestras vidas: una juventud endeudada y sin perspectivas, ahorros que se evaporan por la inflación y los impuestos, una oferta de vivienda estrangulada por insensatas regulaciones, un sistema energético encarecido por dogmas ideológicos y un transporte público castigado por la incompetencia.
Necesitan mantener a la sociedad en tensión
Lo más grave es que, en lugar de corregirlos, el gobierno ha decidido explotarlos. Ha cambiado la gestión por la propaganda. Ha sustituido la idea de servicio público por la voluntad de división. Necesitan mantener a la sociedad en tensión, encendida, paranoica. Porque en la calma, la incompetencia y la corrupción serían demasiado visibles.
La sociedad española afronta, por tanto, un reto inmenso: resistir a la tentación de dejarse arrastrar por las pasiones bajas que el gobierno alimenta. Lo vimos en Cataluña. La intoxicación, el clima de enfrentamiento, la violencia en las calles… Todo eso condujo a una fractura social cuyas heridas aún supuran. Miles de empresas huyeron. Muchas no han vuelto ni volverán. Cataluña todavía paga la factura de aquella irresponsabilidad. Y, sin embargo, en vez de aprender de aquel desastre, Sánchez parece decidido a repetirlo a escala nacional.
El contexto internacional no admite este tipo de frivolidades. Los enemigos de las democracias occidentales saben dónde hacer daño: allí donde los gobiernos han dejado que las sociedades se fracturen. Una España polarizada, crispada, instalada en la fractura, es una España más débil. Y quienes odian nuestras libertades lo saben perfectamente y se aprovechan.
Posiblemente la gran mayoría de los españoles no queremos reeditar la experiencia traumática del procés. No queremos el vértigo de estar permanentemente al borde del conflicto civil. No queremos una sociedad dividida en dos mitades irreconciliables. Repudiamos la discordia.
Sánchez puede seguir con su “apreteu” disfrazado de discurso progresista, pero si hay algo que también nos enseñó Cataluña es que siempre hay una mayoría silenciosa que, más tarde o más temprano, acaba imponiéndose a la radicalidad. La cuestión es cuánto daño más estaremos obligados a soportar hasta que ese momento llegue.