La Convergència clásica empuja a Mas a la implosión del partido

El ex president quiere refundar CDC desde dentro, con la aspiración, ilusoria para otros dirigentes, de recoger un electorado amplio sin una ideología concreta

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Jordi Pujol lo consiguió. Logró un partido-atrapa-todo, desde el impulso original de un movimiento político alrededor de su figura política. Eso fue posible con una idea que expresa un dirigente socialista: «si querías representar a un 40% de los votantes, por fuerza debías mantener abiertos los puentes para distintas clases sociales y con acentos diferentes respecto al catalanismo».

Artur Mas, que se ha visto forzado a renunciar a la presidencia de la Generalitat, pretende recuperar esa vieja idea, aunque desde una posición nueva: el soberanismo que ha impregnado en los últimos tres años a buena parte de la sociedad catalana.

El hombre de Mas, Turull

Con Carles Puigdemont al frente del Ejecutivo, Mas ha ganado tiempo para evitar que el «instrumento político», como no se cansa en ensalzar Felip Puig –uno de los dirigentes apartados ahora—se diluya para siempre. Como es característico en Mas, el ya ex president ha comenzado a trazar planes. Su hombre para el partido es Jordi Turull, el jefe del grupo parlamentario de CDC, dentro de Junts pel Sí.

Turull es un hombre disciplinado, ortodoxo, no va más allá de lo estrictamente necesario, y no divaga intelectualmente. Es el perfecto dirigente para organizar un partido político. Turull, por tanto, será el candidato a la secretaría general de CDC, en un congreso que se desea celebrar antes de la segunda mitad del año, entre mayo y junio.

El problema es que para otros dirigentes de Convergència esa refundación interna, con cambios en el organigrama, con una apuesta por el soberanismo, con aspiraciones de recoger electorado ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario, no puede ser ya posible.

Una fuerza política nueva, de centro

Es el caso de Antoni Fernández Teixidó, que se ha apartado de la dirección de CDC tras discrepar del proyecto independentista; de diferentes alcaldes, que todavía no quieren pronunciarse públicamente; de dirigentes como Felip Puig, que buscan cómo orientarse ahora, después de haber sido el hombre más influyente del partido. No hay, por ahora, una línea que los cohesione, pero buscan qué hacer.

Se trata de la estrategia de la «implosión», de la renovación por completo de un espacio político que debería apostar por un ideario concreto, con la bandera del derecho a decidir, pero buscando un anclaje y referencias en el resto de España, y con la voluntad de gobernar o colaborar con otros partidos y coaliciones.

Las distintas reflexiones no han hecho más que comenzar. Y también las movilizaciones para crear un nuevo instrumento político, que esté preparado en un año o año y medio, cuando los catalanes voten de nuevo, desde la premisa de que el Govern de Carles Puigdemont acabará por colapsar, por sus propias contradicciones internas, y las luchas de poder que se irán produciendo, con Esquerra Republicana dispuesta a que Puigdemont no sea el mirlo blanco de CDC.

La opción Gordó

Mas, sin embargo, no tiene sólo ese flanco por cubrir. Internamente, el hasta ahora conseller de Justícia, Germà Gordó, que se ha quedado fuera del Ejecutivo, quiere disputarle el liderazgo en el partido a Turull. Y, aunque el ahora conseller Josep Rull se ha conformado con quedar apartado de las riendas de CDC, tratará de maniobrar para tener algún papel en la organización del congreso, con la idea de seguir con un pie en el partido.

Gordó podría tener opciones, si logra la complicidad también del mundo local, de los aparatos de las diputaciones y de los municipios. Eso sí, en el esquema de Mas se trataría de dotar a CDC de dos figuras distintas: el secretario general y el candidato a la Generalitat. Respecto a esa segunda necesidad, él mismo ha admitido que estaría dispuesto a volver.

Los planes teóricos de Mas

Una gran nebulosa cubre ahora Convergència. Mas aspira a que sea, a medio plazo, el gran Partido Demócrata, inspirado en Estados Unidos, curiosamente el viejo sueño de Pasqual Maragall. Pero entiende que debe ser un partido soberanista con una ideología dispersa, desde socialistas a neoliberales. ¿Es eso posible?

En el otro lado, –y al margen de la más que previsible guerra interna entre Gordó y Turull, que abrace a todos los burócratas del partido–, los dirigentes más posibilistas apuestan por un espacio de centro, que logre la inclusión de los que, desde la Convergència clásica, quieran un proyecto más abierto, comprometido con Cataluña, pero sin renunciar a influir activamente en España.

Mas sigue con su esquema. Pero los apuntes teóricos en un papel no suelen plasmarse en realidades tangibles. Y la implosión de CDC podría acercarse, como está ocurriendo en el conjunto de la política catalana, con la excepción, por ahora, de Esquerra Republicana.

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