La nueva estrategia de Pedro Sánchez: dar alas a Vox

El PSOE da fuelle a Abascal, como ya hizo en la recta final de campaña de las andaluzas, con tal de desgastar al PP

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¿Qué hacer con Vox? Ese es el dilema al que se enfrentan los grandes partidos nacionales. Echemos la vista atrás. Hasta la carrera por las elecciones andaluzas, concretamente. Entonces, PP y Cs ensayaban respecto del partido de Santiago Abascal la misma táctica en la que se afana ahora Pedro Sánchez con Cataluña: la del pasar de puntillas. Susana Díaz, en cambio, optó por lo contrario.

En el segundo y último de los debates a cuatro que celebraron en esa campaña los candidatos de PSOE, PP, Cs y Podemos, la entonces presidenta de la Junta preguntó de manera reiterada —y sin obtener respuesta— al candidato naranja, Juan Marín, y el de los populares, Juan Manuel Moreno, si pactarían o no con Vox. Pese a no participar en ninguno de los dos debates, emitidos sucesivamente por Canal Sur y TVE, la formación de Abascal, esgrimida como el espantajo de ultraderecha al que había que cortar el paso como fuera, conseguía gratis un impagable protagonismo en la recta final de la campaña.

El resultado de la contienda es conocido: Vox entró en el Parlamento andaluz con 12 diputados que resultaron clave para investir a Moreno y que los socialistas perdieran la Junta por primera vez en democracia.

Ahora, y pese a esos antecedentes, Sánchez vuelve a apostar por ceder protagonismo a Vox. Aunque esta vez no por pasiva, sino por activa. Eso, que está por ver si será o no aún peor, es lo que supone la decisión del Comité Electoral del PSOE de que el presidente del Gobierno participe en el debate a cinco propuesto por Atresmedia y que además del propio Sánchez, Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Cs) y Pablo Iglesias (Unidas Podemos), incluye a Abascal entre los contendientes, y descartar en cambio el duelo a cuatro bandas planteado por TVE, en el que Vox no tenía cabida.

Qué hacer con Casado

¿Qué hacer con Vox? Los estrategas socialistas dirimían una cuestión espinosa. Y es cierto que excluir a un partido emergente de un debate televisivo no tiene en esta era de las redes sociales las mismas consecuencias que habría tenido antes de que la batalla dialéctica entre partidos se convirtiera en una discusión virtualmente continua en Twitter y derivados. Lo que antes te invisibilizaba, ahora puede darte alas. Y ahí están para acreditarlo aquellos dos debates andaluces que no impidieron el éxito de Vox. Pero eso no significa que ceder esa tarima a Abascal no tenga sus riesgos. Al fin y al cabo, se trata de regalarle minutos en prime time. Aunque con lo que se cuenta en Ferraz es con que, confrontado con el resto de presidenciables, Abascal salga mal parado del debate.

No están solos los socialistas en esa tesis. Al fin y al cabo, ninguno de los otros participantes les criticó en ese punto. Ni siquiera hubo reproche de Podemos, cuya número dos por Madrid, Irene Montero, consideró que debatir con Abascal y con el resto de candidatos es la manera de evidenciar «los riesgos que supone un gobierno de derechas, tanto si es del PP, Cs y Vox como si es del PSOE y Ciudadanos».

Aunque lo que ha primado en la decisión de los de Sánchez no parece que haya sido tanto qué hacer con Vox como qué hacer con Casado, al que se trata de restar el protagonismo que se concede a Abascal. El plan de los socialistas consiste en ningunear tanto como sea posible al presidenciable del PP y tratar de meter en el mismo saco a los populares, Cs y Vox. De ahí la renuncia, también, al cara a cara al que aspiraba Casado.

El PP se desangra y el PSOE afila el colmillo

El criterio esgrimido por el PSOE para justificar la peculiar decisión, que hace de esta carrera por la Moncloa la segunda seguida sin cara a cara (ya no lo hubo en 2016) y la primera con un debate entre cinco candidatos, es el de aceptar debatir con cualquier fuerza política que se presente en toda España y a la que el macrosondeo preelectoral del Centro  de Investigaciones Sociológicas (CIS) haya otorgado una estimación de voto superior al 10%. Una fórmula con todos los visos de haber sido diseñada ad hoc para justificar la aceptación del debate con Vox (11,9% de intención de voto según el CIS) y en cambio rechazar un duelo a cuatro bandas como el que hubo entre Sánchez, Iglesias, Rivera y Mariano Rajoy el 13 de junio de 2016.

Pero, más allá de justificaciones de cara a la galería, lo que subyace es un cálculo que ya se había reflejado en la insistencia de los líderes socialistas en disolver a los de Casado, Rivera y Abascal en un magma indisoluble, el de una derecha sin matices, una imagen que desde el 10 de febrero cuenta hasta con plasmación gráfica: la foto de los tres líderes compartiendo manifestación en Colón. Se trata además de un planteamiento que en la sala de máquinas de Ferraz, encuestas en mano, entienden que desgasta sobre todo a Casado, así que la consigna es negarle el pan, la sal y el estatus de rival preponderante para concederle apenas el de un ingrediente más de la olla podrida de la derecha.

Lo dejó clarísimo el secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, cuando dijo entender que Casado «esté muy interesado en un cara a cara». «Necesita con desesperación que se visualice que es la alternativa al presidente del Gobierno porque está en cuestión», zanjó. El PP se desangra por el flanco derecho a base de dentelladas de Vox, o eso dicen las encuestas, y el PSOE, al olor de la carnicería, afila el colmillo. ¿Que Vox saca rédito? Bueno, en la vida no se puede tener todo.

Reacciones, Pacma incluido

La decisión de Sánchez tiene de todos modos otra derivada espinosa y que sí le supuso crítíticas. Y es lo que tiene de ninguneo a la televisión pública, y de cortocircuito con el discurso de un gobierno, el socialista, que había hecho bandera de la importancia de los medios públicos.

Los Consejos de Informativos de RTVE cargaron contra el presidente y recordaron que, aunque quisieran, no podrían invitar a Vox, porque contravendrían las premisas fijadas por la Junta Electoral Central, que circunscribre la participación en debates electorales en medios públicos a partidos que ya tienen representación parlamentariar. Y Podemos, por boca de Montero, calificó de «vergüenza» el portazo a TVE porque «un candidato debería aceptar todos los debates»  y porque si uno debe de ser «obligatorio» en campaña, «es el de la televisión pública».

Casado, en cambio, lo que le criticó a Sánchez fue la negativa al cara a cara con él, que lo que a uno no le pueden arrebatar es el derecho a la pataleta. De hecho, el PP hizo casus belli de la cusión y reaccionó difundiendo un vídeo que recuerda la de veces que los socialistas han exigido debates, también a dos, cuando estaban en la oposición.

Tercero en el rànquing que marcan las encuestas, Rivera, sin embargo, estaba encantado de que hubiera debate a cinco, aunque para él solo cuenten dos: «Muchas ganas de debatir cara a cara con Sánchez», tuiteó.

Es lo que tienen los debates, que cada cual los coge por la punta que más le conviene. Véase si no el Pacma, que se apresuró a protestar ante la Junta Electoral Central porque no se cuenta con ellos para ninguno, pese a que en las últimas elecciones, las de 2016, los animalistas sacaron seis veces más votos que los de Abascal. Era cuando nadie se preguntaba aún qué hacer con Vox. Qué tiempos.

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